Aspasia rodeada de filósofos griegos , óleo sobre lienzo pintado por Michel Corneille el Joven, 1670, Palacio de Versalles.
Una vida sin alcohol ni drogas es más sana para ti, tu familia y la sociedad
Por Xrisí Athina Tefarikis - xrisit@namb.zzn.com
Platón en su obra La República incluyó a las mujeres en el gobierno de la polis. ¿Había entonces mujeres pensantes que se pudieran igualar a los varones? Si, la historia atestigua que existieron mujeres que debatían de igual a igual con los hombres sobre temas como la política, la filosofía y el arte, entre otros. Se llamaban "hetairas".
Y las representantes más destacadas emergen en el siglo V A.C: el llamado siglo de Oro o siglo de Pericles, era en el que el pensamiento humano en Occidente alcanzó su punto más alto.
Es por eso que voy a transcribir una entrevista con la historia que hiciera el escritor español Federico Carlos Sainz de Robles en su obra "Encuentro con cincuenta mujeres inolvidables". Aspasia de Mileto, conocida comúnmente como la amante de Pericles fue mucho más que eso. En lo que sí coinciden los historiógrafos fue con el hecho que contó con los favores de dos diosas: Afrodita, la de la de la belleza y Atenea, la divinidad que encarnaba la inteligencia y la sabiduría, entre otros dones.
Aspasia no es la "tonta bonita" ni la "sabia fea". Es ambas cosas. Esta entrevista histórica, magistralmente lograda por Sainz de Robles nos traslada a la Atenas del siglo de Pericles donde se registran hechos de una sociedad mundana culta y evolutiva que no deja de deslumbrarnos, tanto por sus costumbres como por la descripción arquitectónica y estética de la antigua capital griega.
Vamos a conocer, entonces a Aspasia de Mileto:
El espejo de Afrodita y el soplo de Palas Atenea.
Los dos permanecíamos callados, no muy próximos, apoyados en la balaustrada del mármol enrubecido, cuyos soportes eran columnillas jónicas de singular belleza. Y era que el espectáculo se abría, oferente, a nuestras miradas, bien merecía el olvido, durante algún tiempo, de cuanto no fuera su muda contemplación. Vivía la hora mágica, en que héspero reverbera en Occidente;pero aún esa claridad suavemente dorada que es la huella del sol recién sumergido, transía el paisaje, sacando los postreros colores vivos, ya pálidos, a los monumentos y a la campiña. Nos oreaba un aire tímido y apenas templado que olía a mar y que llegaba meciéndose desde los puertos de El Pireo y Falero.Frente a nosotros,teñidos por siete rosas distintas-gamas y reverberaciones ,sus mármoles, alzábase la acrópolis intacta, como la debieron conocer los atenienses del siglo IV(antes de Cristo), cuando aún eran lamentadas las huidas mortales de Fidias, Ictino y Calícrates, sus arquitectos, con epinicios y peanes pindáricos, cuyas melodías habían compuesto Agatides y Apolodoro.En aquella colina de poco más de ochenta y cinco metros de altura,sólo accesible por el lado de poniente,había nacido Atenea del cerebro de Zeus, para cuyo parto Hefaistos, el dios del fuego,hubo de abrir con un hacha la cabeza del rey del Olimpo. En aquella colina, por cuyas laderas iban trepando perezosamente las oscuras cabras de la noche, estuvo en un principio, según cuenta Tucídides, toda la ciudad. Ahora sólo aparecía, casi con luminotecnia de escenografía moderna, la ciudadela de la paz, en cuyos frontones y frisos marmóreos adquirían vida ilusoria, las bacantes y los músicos,las panateneas y los guerreros. La acrópolis había sido concebida, sí,"con deseo y fuego".; pero sus construcciones, así concebidas, fueron "racionalizadas por los propios arquitectos, detalle por detalle. En efecto, todas las líneas de la acrópolis contenían inflexiones y desviaciones premeditadas, para contrarrestar engaños de óptica y perspectiva. Recordé de pronto, lo que había sido llamado el "milagro griego": que, cooperando con la fantasía creadora y la mente ordenadora, se pudiera creer por el contemplador que era vertical lo decisivamente inclinado, y curvo lo absolutamente recto.
Desde la terraza podíamos inventariar cuantas construcciones encerraba la Acrópolis: el Partenón, los Propileos, el recinto de Artemisa Brauronia, el Erecteión, el templo de Nike Apteros, los muros pelásgicos llamados de Temístocles y los muros de Cimón... Y de los monumentos, cuajados en los tres órdenes clásicos, destacaban con netitud y en tres palideces-blanca. rosa, violada- las hileras emparejadas de las enormes columnas, los frontones y frisos habitados por figuras de perceptible movimientos, las colosales estatuas policromadas de Zeus-sedente- y Atenea Partenos-con lanza, escudo y casco coronado por los dos pegasos y la Esfinge-, obras de Fidias, en oro y marfil... Entre la colina sagrada y nuestra empinada terraza, flanqueada de olivos y punteada de mirtos y laureles, palpitaba la ciudad; y en ella,igualmente eran visibles por su magnificencia: el Pnyx, de mármol pentélico, donde se reunían las asambleas populares; el Ägora, con su enorme pórtico columnado; el Pritaneo, santuario que guardaba las leyes de Solón; el Aerópago, cuya columna estaba tallada en la roca, la torre octógona, llamada "de los Vientos"; el teatro de Baco; el templo de Teseo, obra de Micón y treinta años más antiguo que el Partenón; el templo de Zeús Olímpico; la "linterna corágica" de Lisícrates.
Nuestra silenciosa contemplación había sido tan larga que, mientras, la luz diurna pasó del oro al amatista y de la amatista sin brillos a ese tono violeta que es el heraldo inmediato de una noche clara recién nacida. Sólo entonces, y tras un suspiro, arrancado con sonoridad, de Aspasia, pudimos reanudar nuestro diálogo. Iba cubierta tan singular mujer por el "jitón" especie de túnica que caía plegada sobre los pies y se ceñía al talle con un cíngulo trenzado en seda y oro; sobre el "jitón" ampliaba sus vuelos, llenos de ritmo, el "himatión" manto de suavísima lana sin teñir, . Recogía sus largos y nutridos cabellos rubios en varias trenzas sujetas en lo más alto de la cabeza con una redecilla de hilos áureos.
-Después de cuanto has contemplado, luego de haberme conocido, ¿qué piensas?
-Dos cosas extraordinarias. La primera es el recuerdo de una frase afortunada que pronunció el escultor Lisipo, precisamente mientras se extasiaba ante cuanto acabamos de admirar. :"Quién no desea ver Atenas es un tonto; quien la ve sin sentir agrado es más tonto todavía; pero el colmo de la estupidez es verla, sin sentir agrado, y abandonarla." La segunda impresión se refiere a ti. Siempre creí que para concebir un dios era preciso sumar las mil perfecciones relativas que hay en los hombres. Contemplándote, oyéndote discurrir, no comprendo cómo en una mujer han sumado sus mil perfecciones absolutas dos divinidades: Afrodita y Atenea. Creo que eres el espejo intacto de aquélla y el soplo definitivo de ésta. ¿Me quieres traducir el milagro?
-Dime: ¿cuántas noticias tenías de mí? ¿dónde las recogiste? ¿De la comedia de Aristófanes, "Los Acarnianos"? ¿Del filósofo Dropeites? ¿Del poeta Hermipo?¿Del biógrafo Plutarco?
-¡Oh, no, Aspasia! Ni Hermipo, ni Dropeites, ni Aristófanes fueron historiadores, sino hombres licenciosos, cínicos y calumniadores a quienes tus triunfos de mujer hermosísima, inteligente y poderosa removieron la bilis de la envidia. Nadie cree ya, como afirma Aristófanes, que tú encendieras la guerra del Peloponeso contra los de Megara, sin otra causa que vengar el rapto por los megarienses de tres esclavas tuyas, muchachitas y adoradas por ti; ni que establecieras en Megara un burdel disfrazado de escuela de. retórica. Nadie cree ya, según cuenta Dropeitos, que enseñaras a amar contra natura; ni, como dijo Hermipo, fueras la corruptora de la juventud ateniense, subyugada por tus ejemplos. Y Plutarco, que vivió siglos más tarde, te trató con severa indiferencia, sin otras referencias de ti que las recogidas en los libelos, con pretensiones de biografías tuyas, escritas por Esquines y Antístenes, obras hoy perdidas, pero que Plutarco llegó a conocer. Más han contado siempre para mí los elogios que te tributaron sin tasa tus más egregios contemporáneos. Algunos de éstos nos hablan de tu"pequeño pie y muy arqueado", de "tu voz melodiosa", de "tu dorada cabellera". Alcibíades te llamó"la incomparable" Sócrates te amó y te enseñó filosofía y dialéctica. Jenofonte te atribuyó la composición de muchos de los discursos pronunciados por Pericles.Platón puso en tu boca. El admirable discurso fúnebre de Menexenes. Anaxágoras refiere que dirigiste en Atenas una escuela a la que acudían las muchachas de las más nobles familias, y aún sus madres, y padres, para aprender de ti delicadeza de trato social, para imitarte en los gestos y en las actitudes; y, que en ocasiones, asistieron a tus enseñanzas Sócrates, Alcibíades, Fidias y el propio Anaxágoras. Pero si fuera injusto otorgar fe a esa cabellera de medusa que revolvieron y retorcieron las diatribas de tus enemigos, acaso fuera temerario creer buenas todas las perlas del collar panegírico que te engarzaron tus admiradores.
-¿Y dónde sospechas haber recogido esa verdad formada por perlas de un oriente maravilloso y por mechones oscuros y repulsivos cabellos serpentinos?
-En un curiosísimo manuscrito, cuyo título dice:"Este es un extracto del libro de Polycastor el Megariense sobre las causas que originaron las guerras del Peloponeso, hecho por Alcimeno de Miletos.
-Polycastor fue un honrado historiador que nació pocos años después que yo y que pudo beber las noticias en la fuente de la misma verdad. Y Alcimeno alcanzó fama de poeta trágico y de hombre incapaz de mentir ni para engrandecer a sus héroes. Acepto, pues, sus testimonios. ¿Qué dicen de mí Polycastor y Alcimeno? Puedes ir ennumerando sus afirmaciones, y yo las confirmaré con mi silencio o las rectificaré sin irritarme.
Dos años después llego a Mileto Sofrón, antiguo arconte de Atenas-Según Polycastor, naciste en Mileto en el año de las Olimpíadas, nuestro año 470 antes de Cristo-. Tu padre fue un escultor, con más oficio que arte, llamado Rhodos. Pero Plutarco afirma que no se llamó Rhodos, sino Axico, y este nombre ha sido comúnmente aceptado hasta nuestros días.
-Mi padre tuvo por nombre Rhodos, y su arte no sería tan vulgar cuando mereció que Fidias lo estudiara y alabara.
-Según Polycastor cuando apenas contabas diez años, leías apasionada las obras de los poetas y de los filósofos, y con especial interés las de Pitágoras, a quien debiste el conocimiento de que en el cosmos todo es número y armonía. Antes de cumplir los quince años, Aspasia de Mileto, portento de belleza y de inteligencia sutil, alcanzó fama en su patria y en el resto de la Jonia. Y hombres jóvenes, maduros y ancianos,intelectuales y atletas duros milites y blandos efebos, deleitábanse a contemplar tus encantos corporales y en escuchar la gracia de tu ingenio. Y añade Polycastor:"Preciso es que Rhodos, a pesar de la rebeldía de su cincel, tenga impresos justamente en el intelecto los cánones de la belleza y de la sabiduría, pues que tal hija ha engendrado, que seguramente no fuera semejante si de consuno la dotasen Palas Atenea y Afrodita. Dos años después llegó a Mileto, Sofrón, antiguo arconte de Atenas, varón otoñal tan audaz como voluptuoso, quien, turbado por tu hermosura, supo enardecer tu corazón y tu mente "encareciendo las maravillas de su ciudad", pintando con lisonjeros colores la vida en ellas de las "hetairas", enalteciendo el poder que ejercían, ponderando su lujo, exagerando sus riquezas y poetizando el culto que los atenienses les tributaban; para lo cual se valió de acentos tan seductores... que consiguió huyeras de tu casa, subieras a su galera y marcharas con él. ¿Callas?
-Porque es cierto cuanto acabas de contar. Pero sólo me importa esclarecer que las hetairas, en mi tiempo y en Grecia, no fueron vulgares meretrices, sino mujeres que preferían vivir sin yugos legales y religiosos antes que someterse a la rígida servidumbre que el matrimonio imponía a las hembras. Una hetaira podía alimentar las mismas inquietudes culturales que los varones, asistir a las ceremonias y sacrificios en los templos, visitar a las nobles casadas y ser correspondida por ellas. Las hetairas, en Grecia, y en mi tiempo, eran algo así como las grandes artistas de tu época: mujeres sin yugo, pero con dignidad; dueñas de sus vidas, más sin llevarlas al libertinaje. ¿Me comprendes?
-Te comprendo, Aspasia. Según Polycastor, en Atenas fuiste raptada a Sofrón por el hermoso y turbulento Alcibíades, y amada por el viejo y feo Sócrates, quién te enseñó filosofía y a quien enseñaste retórica.
-Se equivocó Polycastor. Sócrates amaba y temía a su esposa Xantipa. En su casa viví algún tiempo, compartiendo sus verduras y aceptando uno de sus duros lechos. Sócrates si, me enseñó filosofía con más ardor que a Platón y a Jenofonte. Pero... ¿es posible que alguien haya creído capaz a una muchacha de veinte años de enseñar elocuencia a varón semejante, casi decrépito y rodeado de ilustres discípulos?
-¿Y conociste a Pericles en casa de Sócrates?
Allí le conocí. Durante tres años nos amamos.Cumplidos éstos, a Pericles hubo de parecerle bien que su esposa-viuda rica cuando él la tomó, y de la que tuvo dos hijos: Jantipo y Paralo- se hubiera enamorado de otro hombre. Ofrecióle así la libertad conyugal a cambio de la propia, y ella casó con un tercer amante, mientras Pericles me llevó públicamente a su hogar. Fatalmente, y en virtud de una ley aprobada por iniciativa suya cuatro años antes, no pudo hacerme su esposa por no ser yo ateniense. Nuestro hijo Pericles ni alcanzó la legitimitación ni gozó de la ciudadanía. Pero nos amamos entrañablemente. Jamás salió de casa o entró en ella sin que me besara. Y cuando se ausentaba de mi lado, muy escasas veces, era para acudir al Ägora o a la Sala de los Consejos. Cuando murió dejó su gran fortuna a nuestro hijo.
Afirma Polycastor que convertiste tu hogar en algo así... como uno de aquellos salones femeninos de la Francia de la Ilustración, en el que se daban cita el arte y la ciencia, la filosofía y la política, acicateándose recíprocamente, y que fuiste como la reina, sin corona, de Atenas; y que diste el tono a las modas, siendo para las mujeres de la ciudad ejemplo seductor de libertad intelectual y moral. ¿Callas? ¡Luego fue cierto! Dime, Aspasia, ¿porqué muertos Pericles y el hijo que con él engendraste, matrimoniaste con un hombre tan tosco y grosero como Lysicles, tratante de ganados?
- Ni tosco ni grosero fue Lysicles. Era rico, y sus esclavos vendían sus ganados y los frutos de sus vastas tierras. ¿En tu época no poseen ganados y cultivados prados personas de fina educación y que gozan de títulos nobiliarios? Lysicles, gran enamorado, se sometió tan cumplidamente a mi voluntad, que con mis lecciones y consejos hice de él un excelente orador y le llevé al arcontado. Poseyó un corazón de generoso y murió como un héroe en la guerra de caria
Viviendo aún Pericles, te denunciaron ante el Aerópago por delito de impiedad "grafé asebeias"-. Compareciste ante un tribunal de mil quinientos ciudadanos a responder de la más grave de las acusaciones: la de haber despreciado a los dioses. Pericles habló durante tres horas en tu defensa, y, apelando a todos los recursos de su prestigio y de su elocuencia, y hasta de sus lágrimas, obtuvo el perdón. ¿Porqué te sonreías mientras hablaba y lloraba él?¿Es verdad que despreciabas a los dioses, Aspasia de Mileto?
- Es verdad.
-¿Por qué?
- Nuestros dioses eran, casi todos, crueles. Exigían mucho más de lo que ellos concedían, cicateros. De continuo, tomando apariencia mortal, mezclábanse con los mortales, y complicaban sus pobres vidas impotentes, deshonrándoles, esclavizándoles. No abdicaban de sus prerrogativas olímpicas para abusar de las escasas felicidades humildes de los mortales. Eran, casi todos, deshonestos, violentos, vengativos. Recuerda a Zeus, padre de los dioses,supremo rey del Olimpo, burlador bajo mil disfraces de mil hermosas mujeres. Recuerda a Hera, esposa de Zeus, madre de dioses, cuyas feroces e implacables venganzas caían sobre las infelices mujeres burladas por su esposo. Desde muy niña desconfié de unos dioses cuya divinidad para purificarles de tantas miserias.Ya mujer, en mi hogar, en mis escuelas, me dediqué con pasión a sembrar en las almas el odio contra los dioses. Pues que ni nos otorgaban la inmortalidad y envilecían nuestras existencias efímeras, sólo merecían el desprecio.Creí yo ideal supremo que los hombres fueran alegres, sin esperanza en un más allá, y soportaran sus dolores y fracasos por motivos de propia estimación. Si, enseñé incansablemente que en cuanto nos solicita a los mortales-belleza corporal, naturaleza, letras, amistad, riquezas, arte-estaba el secreto maravilloso de bastarnos sin ayudas sobrenaturales para alcanzar la serenidad en el triunfo y la resignación en el fracaso.
Por Xrisí Athina Tefarikis - xrisit@namb.zzn.com
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