Christiane F, 13 años, drogadicta y prostituta:VII

'Christiane F, 13 años, drogadicta y prostituta': VII

Una vida sin alcohol ni drogas es más sana para ti, tu familia y la sociedad

Séptima entrega de la novela 'Christianne F, 13 años, drogadicta y prostituta', por Kai Hermann y Horst Rieck. Traducción al español de Xrisí Athena Tefarikis. xrisit@namb.zzn.com

Nota: Contenido sólo para adultos

Christiane F.3El prestigio de Kessi no se debía solamente a su aspecto físico y a sus hechuras de mujer adulta, si no que al hecho de que andaba con Milán.

Nosotras, las chicas, teníamos una imagen muy precisa de aquello que nos agradaba de los varones. Por ejemplo: no debían vestir pantalones con pata de elefante. Lo que si debían usar eran jeans ajustados, zapatos a la moda (nada de zapatillas de gimnasia: daban la sensación de fragilidad), de preferencia botas, y decoradas. Y también tacones altos. Despreciábamos a los nenes que tiraban bolitas de papel o restos de manzanas en la sala de clases. Eran los mismos que en el recreo tomaban leche y jugaban a la pelota. En tanto que los tipos realmente atractivos desaparecían en el rincón de los fumadores. Y tomaban cerveza. Recuerdo cómo me impresioné cuando Kessi me contó que Milán se había embriagado.

Yo me preguntaba qué podía hacer para lograr que un tipo como Milán se interesara en mí. O bien- en lo profundo de mi ser- que Kessi me considerara amiga suya. Hasta su nombre era exquisito. Para mis adentros pensaba que no valía la pena lucirse ante los profesores, a los que veía de vez en cuando. Lo importante era ser aceptada por las personas que comparten tu jornada diaria. De repente me empecé a comportar muy mal en clases.No guardaba ninguna relación personal con los profesores. La mayoría de ellos, por su parte, parecían fastidiarse por todo, no tenían autoridad sobre los alumnos y se conformaban con vociferar para demostrarnos su malestar. Yo lograba que se pusieran de todos los colores.En poco tiempo, fui capaz de desorganizar un curso completo. Naturalmente, aquello me valió la consideración de mis compañeros.

Raspaba los cajones de los armarios de mi casa para encontrar algunas monedas que me permitieran comprar cigarrillos y poder compartir el rincón de los fumadores. Kessi se dirigía allí durante todos los recreos. Cuando comencé a ir con más frecuencia, sentí que ella pareció interesarse en mi persona.

Nos juntábamos a la salida del colegio. Finalmente me invitó a su casa. Tomamos cerveza- me marié como pollo- y conversamos acerca de nuestras respectivas familias. Ella tenía los mismos problemas que yo. Y peores aún. Su madre cambiaba continuamente de pareja y estos, naturalmente, no querían a Kessi. Ella venía saliendo de un período espantoso a raíz del último amigo de su madre, un tipo que era bueno para los golpes. Un día agarró a patadas todo el mobiliario de la casa y para terminar, cogió el televisor y lo tiró por la ventana. Pero la madre de Kessi no era como la mía. Ella se mostraba severa con su hija, salvo un permiso excepcional, y la obligaba a estar de regreso a las ocho de la noche en casa.

En la escuela todo empezó a funcionar súper bien. Debo admitir que logré ganarme la consideración de mis compañeros de clases. Ese fue un combate difícil, casi permanente, que no me dejaba tiempo ni para estudiar. Mi día de gloria fue aquel cuando Kessi me autorizó para sentarme a su lado. Me enseñó a escapar de la escuela. Cuando ella no quería asistir a un curso, se desaparecía para ir a juntarse con Milán o hacía cualquier cosa, lo que se le antojaba. Las primeras veces me aterré. Pero muy pronto me di cuenta que podía ausentarme de una o dos clases. Durante el día a sabiendas de que nadie lo notaría.No se pasaba lista después de la primera clase de la mañana. Los profesores eran incapaces- los cursos eran demasiado numerosos- de saber quiénes estaban allí y cuáles eran los ausentes. Por eso, muchos de ellos se desaparecían.

Kessi se dejaba besar y acariciar por los muchachos. Frecuentaba el ''Hogar Social'': era una vivienda para los jóvenes que funcionaba bajo el alero de la Iglesia Reformista. En el subterráneo había una especie de discoteca: ''El Club''. Sólo se permitían la entrada a partir de los catorce años.Pero Kessi demostraba más de trece…

A fuerza de suplicarle a mi madre que me comprara un sostén logré tener uno a pesar de que aún no me hacía falta. Comencé también a maquillarme. Y Kessi me llevaba al Club, el que abría a las cinco de la tarde.

A la primera persona que divisé en el sótano resultó ser un muchacho de nuestra escuela. Tenía trece años, y ante mis ojos era el tipo más fabuloso que existía. Incluso era superior a Milán. Era más buen mozo. Sobretodo daba la impresión de ser muy seguro de si mismo. Se paseaba por el Hogar Social con la soltura de un astro de cine. Se notaba que se sentía superior a todo el mundo. Se llamaba Piet. Sus amigos y él se mantenían a cierta distancia del resto.Todo ese grupo tenía un aspecto deslumbrante. Los muchachos eran más refinados que los demás: vestían jeans ajustados, botas con tacones muy altos, chaquetas de género de jeans bordadas, o de fantasía, con tejidos originales y bonitos.

Kessi los conocía y me los presentó. Yo estaba emocionada y encontraba genial que Kessi me permitiera aproximarme a ellos. En el Hogar Social todo el mundo los respetaba. Y nosotras teníamos el honor de sentarnos con ellos.

A la noche siguiente, los muchachos de aquella pandilla trajeron una gigantesca pipa de agua. Yo no sabía ni para que servía. Kessi me explicó que ellos fumaban ''hachís''. Yo tampoco sabía muy bien que era aquello: sólo que era una droga y que estaba estrictamente prohibida.

Encendieron ese aparato e hicieron circular el tubo. Cada uno aspiró una bocanada. Lo mismo hizo Kessi. Cuando me tocó el turno, lo rechacé. No tenía intención de aspirarlo pero por otra parte tenía tantos deseos de pertenecer a una pandilla… Pero ¿ingerir droga?... ¡No’ No podía, no todavía! Aquello me producía un miedo espantoso.

Mi actitud me hizo sentir muy mal, incómoda. Tenía ganas de que me tragara la tierra. Pero no podía abandonar la mesa. Tenía la sensación de haber acabado con la pandilla porque ellos fumaban hachís. Decreté que tenía ganas de tomarme una cerveza. Reuní las botellas que estaban dispersas por todas partes. Cambiaban cuatro botellas vacías de cerveza por una llena. Me emborraché por primera vez en mi vida mientras los otros aspiraban el tubo de la pipa de agua. Hablaban de música. Yo no sabía gran cosa respecto de aquello. Mi cultura pop-rock era más que deficiente. Por lo tanto, no podía participar de la conversación. Por otra parte, me encantó estar ebria porque me evitó sentir un tremendo complejo de inferioridad.

No tardé mucho en comprender la música que fascinaba a los muchachos de la pandilla y dejé de renegar en contra de David Bowie, etc. Ante mis ojos, pasaron a convertirse en mis ídolos. Por detrás, todos los integrantes de la pandilla se parecían a David Bowie, aunque ninguno superaba los dieciséis años.

Los miembros de la pandilla eran seres superiores y sus modales me enloquecían de fascinación No gritaban, no reñían, no jugaban al terrorismo. Eran muy silenciosos. La superioridad emanaba de ellos: así de simple. Entre ellos también eran increíbles. Jamás se disputaban entre ellos..Cuando se reunían se besaban entre ellos,- un pequeño beso en la boca. Eran los muchachos los que mandaban, pero las chicas eran bien recibidas. En todo caso, entre ellos no existían esas peleas estúpidas como las que ocurren entre hombres y mujeres.

En una ocasión, Kessi y yo abandonamos el colegio durante los dos últimos períodos escolares, como era nuestra costumbre, para ir a la estación Wutzkyalle del metro. Allí se encontraría con Milán. Como éste se demoró en llegar, nos deslizamos con mucha cautela por la estación Wutzkyalle temerosas de visualizar la aparición de algún maestro: era muy riesgoso huir de clases en ese horario.

Kessi estaba a punto de encender un cigarrillo cuando yo divisé a Piet, un chico de la pandilla junto a su amigo Charly. Así fue como comenzó un sueño tan anhelado para mí: hacía tanto tiempo que deseaba encontrarme con Piet - o con otro- durante el día para invitarlos a mi casa. ¡Ah, ese habría sido todo un honor para mí! Todavía no estaba interesada en el sexo opuesto, contaba con sólo doce años y todavía no me llegaba la regla. Lo que deseaba era poder contar que Piet había estado en mi casa para que el resto pensara que ''andábamos'' juntos o que, al menos, yo era un miembro integrante de esa pandilla.

A esa hora no había nadie en casa. Mi madre y su pareja estaban en sus respectivos trabajos. Le dije a Kessi:'' Vamos a ver a esos muchachos. Así aprovechamos de conversar con ellos un rato….'' Mi corazón comenzó a latir como un tambor. Después de algunos minutos, y con una voz que denotaba una gran seguridad, - la que contrarrestaba mi pánico interno- le pregunté a Piet:'' ¿Les gustaría ir a mi casa? No hay nada y la pareja de mi papá tiene unos súper discos: Led Zeppelín, David Bowie, Teen Years After, Deep Purple, y el álbum del Festival de Woodstock.''

Había logrado avanzar bastante. Me había familiarizado con la música que les gustaba a ellos pero también con su lenguaje. Hablaban de un modo diferente que el resto. Me dediqué a aprender su vocabulario, tan novedoso para mí. Y eso me parecía más importante que las matemáticas o los verbos en inglés.

Piet y Charly aceptaron de inmediato. Me puse loca de alegría. Estaba totalmente henchida de orgullo. Una vez que llegamos a casa exclamé:'' Mierda, muñecos: no tenemos nada para beber''. Juntamos una monedas y partí con Charly al supermercado.

La cerveza estaba muy cara. Teníamos que tomar mucho para embriagarnos. Finalmente, por dos marcos compramos un litro de vino tinto. Y la conversación prendió. Bebimos el vino con avidez y el tema de la conversación giró en torno a la policía. Piet dijo que ellos desconfiaban de una manera muy peculiar de los consumidores de hachís. En general, hablaron muy mal de los policías. Dijeron que vivíamos en un estado policial.

Todo aquello era nuevo para mí. Hasta ese momento no conocía otros representantes de la ley que fuesen aborrecibles aparte de los guardias de los edificios: unos tipos que la atrapaban a una cuando se estaba divirtiendo. Los policías uniformados encarnaban un mundo absolutamente desconocido para mí. Fue así cómo me enteré que en Gropius vivíamos en un universo policial. Y que los policías eran mucho más peligrosos que los guardias. Y si lo decían Piet y Charly aquello no podía ser más que la estricta verdad. Una vez vaciada la botella de vino, Piet anunció que todavía le quedaba hachís en su casa. Los otros dos quedaron maravillados. Piet salió por el balcón (era lo que yo hacía también ahora que vivíamos en un primer piso) y regresó con una bolsa del tamaño de una mano, con mercadería dividida en diez unidades que tenían un valor de diez marcos cada una. También trajo consigo un ''shilom'', una pipa especial para fumar hachís que tenía forma de tubo de madera de unos veinte centímetros de largo. Colocó en ella tabaco y a continuación la rellenó con una mezcla de tabaco y hachís. Fumamos boca arriba con la cabeza echada hacia atrás y sosteniendo el tubo tan verticalmente como fuera posible para que no cayeran cenizas en el suelo.

Yo observaba bien cómo lo hacían. Sabía que ahora no podía rehusarme ya que Piet y Charly estaban de visita en mi casa. Resolví afirmar con decisión:''Me vendría bien un poco de hierba'' como si ya hubiera fumado mucho antes. Bajamos las persianas. La luz se filtraba por las rendijas y se podían visualizar espesas nubes de humo. Puse un disco de David Bowie. Yo inhalaba desde el ''shilom'' y almacenaba el humo en mis pulmones hasta que me sentí presa de un ataque de tos. Nadie dijo nada. Escuchábamos la música con la vista perdida en el vacío.

Yo esperaba que algo me sucediera. Me decía a mi misma:'' Ahora estás drogada y deberías sentir algo realmente extraordinario''. Pero no sentía nada. Sólo me sentí un poco somnolienta, pero ese efecto se debía especialmente al vino. No sabía, que en la mayor parte de los casos, el hachís no provocaba nada- al menos, conscientemente- la primera vez. Se requería de un poco de entrenamiento para experimentar los efectos. El alcohol produce efectos mucho más inmediatos.

Piet y Kessi estaban sentados en el sofá y cada vez se acercaban más el uno al otro. Piet acariciaba el brazo de mi amiga. Al cabo de un rato, ambos se levantaron y se fueron a encerrar a mi cuarto. Y yo me quedé allí completamente sola con Charlie .El se sentó en el brazo de mi butaca y pasó su brazo alrededor de mis hombros. En esos instantes me gustó más que Piet. Y estaba encantada de que él se interesara en mí. Siempre tuve temor de que los muchachos se enterasen que tenía sólo doce años, me tomaran por una mocosa y me rechazaran. Charly comenzó a manosearme. Ya no supe si aún estaba contenta. Lo que si es que me sentía terriblemente acalorada. De miedo, quizás. Estaba petrificada. Intenté mascullar algo acerca del sujeto que estaba interpretando la canción en el disco que había colocado recién. Cuando Charly empezó a tocarme los pechos - bueno, los que serían mis pechos- me levanté de un salto y me precipité encima del tocadiscos fingiendo que tenía que arreglar algo. Piet y Kessi salieron de mi cuarto. Tenían un aspecto extraño, preocupado, entristecido. Sus miradas se evitaban. Estaban extrañamente silenciosos. Kessi tenía el rostro encendido. Tuve la impresión de que había pasado por una experiencia macabra. En todo caso, lo sucedido no le aportó nada a ninguno de los dos.Eso debió ser penoso para ambos. Finalmente, Piet me preguntó si yo iría esa tarde al Hogar Social. Eso me impactó. ¡Había triunfado! Todo había ocurrido tal como lo había soñado: había invitado a unos muchachos de la pandilla a casa y pasé a integrarme , en definitiva, en parte de ellos.

Piet y Kessi se fueron trepando por el balcón. Charly se retrasó. El miedo volvió a apoderarse de mí. No quería estar a solas con el... Le dije claramente que ya era hora de ordenar el departamento y que además debía atender mis deberes escolares. De repente, adivine sus pensamientos… Charly se fue. Me tiré en mi cama con la vista fija en el techo para intentar ver cómo salía adelante de aquella situación.

El tenía buena pinta pero no sabía porqué me había dejado de gustar. Transcurrió una hora, una hora y media. Sonó el timbre. Miré a través de la mirilla de la puerta. Era Charly. No abrí y me encaminé silenciosamente hacia mi cuarto en la punta de los pies. Me aterrorizaba permanecer a solas con ese tipo. Me desagradaba. Además, tenía un poco de vergüenza. No sabía específicamente si era a causa de la droga o de Charly.

Me sentí triste. Por fin había sido admitida dentro de la pandilla pero en el fondo ese no era mi sitio. Era demasiado niña para escuchar los cuentos de aquellos muchachos. Me di muy buena cuenta de ello. Cuando se pusieron a hablar acerca de la policía, del Estado, etc., no sentí el menor interés en escucharlos.

De todos modos, decidí ir al hogar desde temprano. Fuimos al cine. Traté de sentarme entre Kessi y un chico al que no conocía pero Charly logró deslizarse a mi lado. Durante la exhibición de la película, comenzó a manosearme. Me metía la mano entre las piernas. No lo rechacé Ese tipo logró impactarme tremendamente... Estaba como paralizada, terriblemente asustada. Tenía deseos de largarme a correr a más no poder pero me dije a mi misma:'' Christianne, este es el premio por haber sido admitida en la pandilla''. No me moví y permanecí en silencio. Sólo que cuando el me pidió que lo acariciara porque me tocaba el turno y me agarró la mano para atraerla hacia él, me liberé y crucé mis manos sobre mis rodillas con firmeza. No me moví y permanecí en silencio.

Finalmente la película acabó. Aliviada, me apresuré para reunirme con Kessi.Le conté todo lo que me había ocurrido y ella me aconsejó que no debía volver a Charly. Ella estaba enamorada de él y por eso era que ella los había invitado para que se reuniera con nosotros. Ella no me lo contó pero me enteré de eso después. Kessi se puso a llorar en pleno Hogar Social porque el no le prestó mayor atención que a las demás chicas. Más tarde, me confesó que en esa época ella realmente loca por él, Charly andaba medio parqueado…

De todos modos, yo logré integrarme a la pandilla. Por cierto me decían ''pequeña''. Pero yo lo acepté. Ningún chico intentó tocarme. Se sabía y se admitía que yo era demasiado joven para aquello. En ese aspecto, nuestra pandilla era diferente a la de los alcohólicos. Esos se hundían en la cerveza y el aguardiente. También eran muy duros con las chicas que ''tenían modales''. Se mofaban de ellas, las insultaban y las maltrataban. Entre nosotros, aquello no existía. Jamás hubo violencia. Nos aceptábamos los unos con los otros tal como éramos. Por lo demás, rodos nosotros éramos bastante parejos, o al menos, estábamos todos metidos en el mismo bote. No requeríamos de largos discursos para entendernos. Entre nosotros nadie gritaba ni decía obscenidades. Los aullidos de los demás no nos interesaban. Estábamos por encima de ellos.

Aparte de Piet, Kessi y yo, todo el mundo tenía un empleo. Y todos gozaban de la misma sensación: no estaban contentos en su casa ni con sus trabajos. Pero así como los alcohólicos arrastraban su stress al Hogar y se desahogaban de manera agresiva, los muchachos de mi pandilla eran capaces de desconectarse de sus problemas. Cuando acababan su jornada laboral hacían las cosas que les agradaba: fumar droga, escuchar buena música. Así se hallaban en paz. Nos olvidábamos de la mierda que nos había traído el día.

Yo aún no me sentía completamente como los otros. Pienso que era demasiado niña. Pero ellos eran mis modelos. Yo quería parecerme a ellos, aprender de ellos a vivir estupendamente porque ellos no se fastidiaban por estupideces ni por toda la mierda del mundo. De todos modos, ni mis padres ni mis profesores tenían ya influencia sobre mi persona. Lo único que me importaba, aparte de mis animales, era la pandilla. Las cosas de esa manera, la vida en mi casa en mi casa se me hizo insoportable. Lo peor era que a Klaus, la pareja de mamá, le tenía miedo a los animales. Al menos, eso era lo que yo pensaba en aquel entonces.

Durante el primer período que vivió con nosotros se dedicó a criticar todo sin parar. Decía que el departamento era demasiado pequeño para mantener toda esa colección de fieras. Luego le prohibió el acceso a la sala a mi perro, aquel que me había regalado papá. Entonces yo exploté. Nuestros perros habían sido toda la vida parte de la familia. ¡Y ahora este tipo pretendía ahuyentar a mi perro de la sala!

Eso no era todo: me prohibió que durmiera a un costado de mi cama. Quería- y lo decía en serio- que yo le construyese una casa en mi dormitorio, que ya era minúsculo de por sí. Naturalmente, no hice nada de eso.

Después Klaus me asestó el golpe de gracia. Decretó que tenía que deshacerme de todos mis animales. Mi madre se puso de su lado y dijo que yo ya no me preocupaba de éstos. ¡Fue el colmo! Seguramente, cuando yo llegaba, a menudo, tarde por las noches, se veían obligados a sacar el perro. A partir de entonces, consagré todo mi tiempo libre a mis animalitos. Lloré y grité cuando se llevaron a mi perro. Se lo dieron a una señora muy buena y simpática. Pero ella se enfermó de cáncer y no lo pudo conservar. Por lo que entendí, parece que mi regalón fue a parar a una taberna. Era un animal extremadamente sensible y no soportaba los gritos. En un ambiente como ese no iba a sobrevivir mucho tiempo. Yo eso lo sabía muy bien. Si el llegaba a morir sería a causa de Klaus y de mamá. Yo ya no tenía nada en común con aquellas personas.

Todos esos acontecimientos se sitúan en la época en la que empecé a frecuentar el Hogar Social y a fumar hachís. Me quedé con mis dos gatos. En las noches dormían sobre mi cama. Pero durante el día, no me necesitaban. Sin mi perro ya no tenía ningún motivo para estar en casa. No tenía deseos de salir a pasear completamente sola. Esperaba con impaciencia que fueran las cinco de la tarde: era la hora en que abrían el Hogar Social.

En ocasiones, me reunía con Kessi y algunos compañeros de la pandilla justo después de almuerzo y fumaba todas las tardes. Entre nosotros, los que tenían dinero lo compartían con los demás. Por eso no me inquietaba fumar hachís. Por lo demás, en el Hogar Social no se ocultaba nada. De tarde en tarde aparecían los anfitriones que se las daban de moralistas. Pero la mayoría de ellos reconocían que se sentían tentados por fumar. Venían de la Universidad, del movimiento estudiantil en donde se consideraba totalmente normal fumar hachís. Sólo nos decían que no exagerásemos, etc. Y sobretodo, que no pasáramos a las drogas duras.

Esos consejos no nos daban ni frío ni calor. ¿Porque se entrometían esos patanes con nosotros? Ellos también fumaban. ¿Acaso no era así? Uno de los muchachos les preguntó francamente:'' ¿Porqué a ustedes no les preocupe que el fumador sea estudiante? Piensan que sabe lo que hace. Pero si les provoca pánico que lo haga un principiante o un obrero. ¿Qué es lo que se han figurado? Sus argumentos no son válidos''.

El tipo no supo qué responder. Eso le debe haber creado un gran cargo de conciencia.

Por mi lado, ya no me contentaba con fumar. Cuando no estaba drogada, bebía vino o cerveza. Aprovechaba mis salidas de clases o en la mañana cuando me iba al colegio. Necesitaba estar todo el tiempo un poco evadida, un poco rodeada de nubes. Deseaba escapar de toda esa mierda de escuela y de esa mierda de casa... La escuela, de todos modos, llegó a fastidiarme completamente.

Físicamente también había sufrido un gran cambio.. Estaba cada vez más delgada porque apenas me alimentaba. Flotaba dentro de todos mis pantalones. Mi rostro se había hundido. Pasaba mucho tiempo frente al espejo. Mi nueva apariencia me agradaba. Cada vez me asemejaba más y más al resto de mi pandilla. Al final perdí mi apariencia inocente, mi rostro infantil. Estaba obsesionado con mi físico. Obligué a mi madre que me comprase pantalones ajustados que asemejaran una segunda piel en mi cuerpo y zapatos con tacones altos. Me peinaba con una raya al medio y mis cabellos largos tapaban mi rostro. Quería lucir un aspecto misterioso; nadie debía reconocerme en el día y nadie podía dudar de lo sensacional que era tal como lo demostraba a través de mi nuevo ''look''.

Una noche me encontré con Piet en el Hogar Social y me preguntó si yo había realizado un ''viaje''.''Por supuesto, viejito'' le respondí. Comprendí que hablaba de LSD. Piet sonrió. Me di cuenta que no me había creído. Como había escuchado a varios referirse a su último ''viaje'', intenté relatar mi supuesta experiencia haciendo uso de informaciones ajenas. Pero Piet no me creyó absolutamente nada. No lo podía engañar tan fácilmente. Me sentí avergonzada. ''Si quieres intentarlo'' me dijo ''tendré de la buena el domingo. Te convidaré un poco'' agregó. Esperé el fin de semana con impaciencia. Cuando me lanzara con el LSD sería igual que los demás. A mi llegada al Hogar Social, Kessi ya se había iniciado en ''viajar''.Piet me señaló:'' Si estás realmente decidida, te daré la mitad de uno. Será suficiente para la primera vez''. Me pasó un rollo de papel de cigarrillos. Allí encontré un pedazo de comprimido. No me lo podía tragar tal cual delante de todo el mundo. Estaba terriblemente nerviosa. Además, tenía miedo de ser cogida en delito flagrante. Por otra parte quería otorgarle una cierta solemnidad al acontecimiento. Al final, me fui a encerrar al baño y me tragué el asunto.

A mi regreso, Piet dijo que yo había ido a lanzar el comprimido por el W.C

Por mi parte, esperaba con impaciencia que la droga me hiciera efecto para que los demás creyeran que efectivamente me había engullido el comprimido. A las diez, hora del cierre del Hogar, todavía no sentía nada especial. Acompañé a Piet al metro. Nos encontramos con Frank y Paulo, dos amigos suyos. Ellos respiraban una calma extraordinaria. Me agradaron. ''Están inmersos en la heroína'' me dijo Piet. En ese instante no les presté atención alguna. Estaba ocupada en lo mío. El comprimido comenzaba a hacerme efecto. Tomamos el Metro. A esas alturas, yo deliraba. Estaba completamente volada. Tenía la impresión de estar al interior de una caja de conserva o de alguna mezcolanza junto a una cuchara gigante. El estrépito que hacía el vagón dentro del túnel era espantoso. ¡Insoportable! Los pasajeros tenían unas máscaras horribles. Con eso quiero decir que lucían sus rostros habituales, los muy puercos…Fue entonces cuando los pude ver mejor, que me di cuenta hasta qué punto tenían un aspecto vomitivo, los burgueses de siempre. Debían de venir de regreso de sus asquerosos trabajos. Después verían la tele, de allí a sus camas, y a recomenzar la faena: metro-trabajo-dormir. Yo pensaba para mis adentros:''Tu tienes la suerte de no ser como ellos. De contar con la pandilla. De haber tomado ese asunto que te está permitiendo ver la realidad dentro del Metro. ¡Pobres infelices ! Esas eran las mismas ideas que cruzaban mi mente durante mis siguientes ''viajes''. De repente, hoy en día, esas mismas máscaras me inspiran temor. Yo miraba a Piet. El también me pareció más feo de lo habitual, con un rostro minúsculo…pero dentro de todo, conservaba su rostro más o menos normal

Luego llegamos. Estaba contenta de encontrarme afuera. Allí despegué definitivamente. Todas las luces eran de una intensidad increíble. Jamás el sol me había parecido tan brillante como aquel farol que se hallaba encima de nuestras cabezas. En el Metro sentí frío. Después me dio mucho calor. Tuve la sensación de estar en España y no en Berlín. Las calles se convirtieron en playas, los árboles en palmeras, como los bellos afiches de la agencia de viajes de Gropius. La luz era deslumbrante. No le comenté a Piet que estaba volada. Mi viaje era tan fantástico que quería realizarlo sola. Piet, que estaba volado también, propuso que fuéramos a la casa de una amiga. Una chica a la que el quería mucho. Era probable que los padres se encontraran ausentes. Nos dirigimos entonces al aparcamiento para comprobar si el auto aún se encontraba allí. Me vino una crisis de angustia. La techumbre del garaje que de por sí era baja, yo la sentía descender más y más…Estaba adquiriendo el aspecto de una bóveda. Los pilares de cemento oscilaban…

El coche de los padres de Piet se encontraba allí.

Piet exclamó con rabia ¡Dios mío! ¿Qué haremos en esta porquería de garaje? Luego, al pensar que yo estaba volada me preguntó:''Dime ahora dónde está el comprimido que tenías'' Me miró y al cabo de un rato dijo:''mocosa de mierda''. No he dicho nada. Tienes las pupilas vagamente dilatadas''.

Entonces el mundo se embelleció nuevamente. Me senté sobre la hierba. Una casa, el vecindario, compartían un muro anaranjado resplandeciente. Se diría que el sol se había levantado para reflejarlos. Las sombras danzaban como si quisieran borrarse ante la presencia de la luz. El muro se hundía y de repente pareció que iba a estallar en llamas.

Nos fuimos a la casa de Piet. El tenía un talento de pintor impresionante. Uno de sus cuadros, colgado en su recámara, representaba un esqueleto armado de una guadaña sobre un enorme caballo. Me precipité enfrente del cuadro. No era la primera que lo veía y siempre había pensado que representaba a la Muerte. En esa ocasión, no me produjo miedo alguno. Comencé a sentirme invadida por pensamientos muy ingenuos. Creí que ese esqueleto era incapaz de maltratar a un caballo tan vigoroso. Hablamos largamente acerca del cuadro. Cuando me iba, Piet me prestó algunos discos para ''aterrizar''. Entré a la casa.

Mi madre, por cierto, me esperaba. Fue el eterno lío de siempre: qué dónde había estado, que no podía continuar así, etc. La consideré absolutamente ridícula, gorda y grasienta enfundada en su camisa de dormir blanca y su rostro retorcido por la rabia. Como los personajes del Metro.

No abrí la boca. De todos modos, no le hablé más. Justo lo indispensable y sólo frases cortas sin importancia. Ya no quería que me tocara. Yo me figuraba, en aquel entonces, que ya no necesitaba a una madre ni una familia. Ahora vivíamos en mundos completamente diferentes. Mi madre y su pareja por un lado y por el otro estaba yo, completamente sola. Ellos no tenían la menor idea de lo que yo hacía. Pensaban que yo era una niña totalmente normal que atravesaba el difícil período de la pubertad. ¿Y qué podía yo contarles? De todos modos, ellos no comprenderían. Y no hacían otra cosa que bombardearme de prohibiciones. En todo caso, eso era lo que creía. El único sentimiento que albergaba por mi madre era el de compasión. Me apenaba verla regresar del trabajo, estresada y nerviosa, extenuada, para comenzar con las labores domésticas. Pero yo pensaba que eso era por culpa de ellos, los viejos, por llevar una vida tan estúpida…

LA MADRE DE CHRISTIANNE

¿Cómo fue posible que no me diera cuenta de lo que le ocurría a Christianne? Me he hecho esa pregunta en numerosas ocasiones. La respuesta es simple: me hizo falta mantener un contacto permanente con otros padres para asumir la realidad. No me quería rendir ante la evidencia de que mi hija se había iniciado en las drogas. Así de simple. Mantuve los ojos cerrados el mayor tiempo que pude.

Mi pareja, -el hombre con el que vivía después de mi divorcio- estaba sospechoso de la situación hacía tiempo. Pero yo le decía:''Son ideas tuyas. Ella nos es más que una niña''. Ese fue, sin dudas, el error más grande: uno se imagina que sus hijos son incapaces de estar involucrados con las drogas. Yo comencé a preguntarme porque Christianne, evitaba cada vez más el contacto con nosotros, y partía los fines de semana con sus amigos en lugar de realizar cualquier actividad con la familia. Al cabo de un me pregunté a mí misma porque ella actuaba así. Me tomé las cosas muy a la ligera.

Sin duda, cuando uno trabaja, no se preocupa lo suficiente de lo que les sucede a nuestros hijos. Uno ansía conservar la paz y en el fondo está contenta de verlos seguir su propio camino. Por cierto, Christianne llegaba, en ocasiones, con retraso. Pero ella siempre me daba una buena excusa y yo tendía a creer lo que ella me decía. También traté de justificar su creciente rebeldía como algo típico de su edad y pensaba que se le iba a pasar.

Yo no quería ser exigente con Christianne. Personalmente, sufrí mucho en mi adolescencia por ello. Tuve un padre extremadamente severo. En el pueblo de Hesse, en el que nací, era un ciudadano notable, dueño de una cantera. Su educación consistía exclusivamente en prohibir. Si yo tenía la desgracia de hablar con muchachos- sólo conversar con ellos-, ya era merecedora de un par de bofetadas. Jamás olvidaré la tarde de un domingo en particular. Yo me paseaba con una amiga. Dos muchachos nos seguían, a unos cien metros de distancia. Y de pronto, por casualidad, pasó mi padre por allí. Se detuvo en seco, bajó de su auto, y me dio una bofetada en plena calle, me introdujo en el auto, y me llevó de regreso a casa. Todo eso porque dos muchachos caminaban detrás nuestro. Eso me sublevó. Tenía dieciséis años en esa época y sólo penaba en una cosa: en cómo abandonar Hesse.

Mi madre era una mujer con un corazón de oro. Pero ella no tenía derecho a opinar en estas cuestiones. Yo soñaba con convertirme en una mujer culta, pero mi padre me obligó a realizar estudios de comercio para que así pudiera llevar la contabilidad en su empresa. Fue en esa época que conocí a mi esposo, Richard. El tenía un año más que yo y recibía instrucción agraria para dedicarse a la administración de empresas. El también estudiaba para satisfacer los deseos de su padre. Al comienzo, lo nuestro se inició como una relación amistosa solamente. Mi padre decidió impedir que me viese con él. Y mientras más se obstinaba, más me empecinaba yo en contra. suya. Al final de cuentas, no veía más que una solución para conquistar mi libertad: quedar encinta y obligar a Richard a que se casara conmigo.

Tenía dieciocho años cuando esto ocurrió. Richard tuvo que suspender sus estudios y nos fuimos a instalar al Norte, al pueblo en el que vivían sus padres. Nuestro matrimonio fue un completo fracaso. Desde el comienzo, no podía contar con mi marido a pesar de mi embarazo, me dejaba sola durante noches enteras. El sólo pensaba en su Porsche y en sus grandes proyectos. Ningún trabajo le parecía digno de su persona. El quería ser, a toda costa, un individuo destacado. Repetía constantemente que antes de la guerra su familia había sido prominente y que sus abuelos eran propietarios de un diario, de una joyería, de una carnicería y de algunas haciendas.

Aseguraba que el podía perfectamente llegar a tener su propia empresa. En ocasiones, se obstinaba en montar un negocio de transportes, después en la venta de automóviles y también en asociarse con un amigo en un negocio de horticultura. Pero en la realidad, el nunca llegó más allá de los contactos preliminares. Y en la casa, se desquitaba con las niñas. No me atrevía a interponerme porque las pequeñas lloraban. Era yo la que aportaba la mayor parte de los ingresos que requeríamos para subsistir. Cuando Christianne tenía cuatro años encontré un buen trabajo en una agencia matrimonial. En ocasiones, me vi. obligada a trabajar durante los fines de semana- el contrato así lo establecía-, y entonces Richard me ayudaba. Después de dos años, las cosas marcharon relativamente bien. Luego Richard se disputó con mi jefe y perdí mi trabajo. Richard había decidido abrir una agencia matrimonial a todo vapor. Con sede en Berlín. Nos trasladamos en 1968. Yo esperaba que este cambio de escenario le brindaría una nueva oportunidad a nuestro matrimonio. Pero en lugar de un bello departamento y suntuosos escritorios para atender al público, terminamos aterrizando en uno de dos cuartos y medio del sector Gropius, casi en los suburbios de Berlín. Richard no encontró los medios necesarios para desenvolverse. Todo comenzó a ser como en el principio. Su ira la volcó en las niñas y en mí. Una vez, en uno de esos períodos encontró trabajo en el comercio. En el fondo, el era incapaz de resignarse a ser como los otros habitantes de Gropius: un individuo de la clase media baja.

Yo pensaba a menudo en el divorcio pero me faltaba coraje para tomar una resolución definitiva. La poca confianza en mí misma que me había inspirado mi padre, mi marido se encargó de destruirla.

Felizmente, encontré rápidamente trabajo en Berlín: una vacante de empleada de una oficina que me pagaban mil marcos al mes. El sentimiento de ser considerada, de hacer algo nuevamente, me devolvió las fuerzas. Dejé de aceptar totalmente a mi marido. Comencé a considerar ridícula su megalomanía. Nuestros choques comenzaron a ser cada vez más frecuentes y luego cada vez más violentos. Hicimos varios intentos de separarnos pero nunca resultaron. Aún me sentí muy ligada a él- quizás porque fue el primer hombre de mi vida. Y también a causa de nuestras hijas. No podía encontrar un par de vacantes en un jardín infantil para las pequeñas, y por otro lado, tampoco podía costear ese gasto. Es por eso que yo estaba tan contenta cuando sabía que Richard estaba en casa de cuando en cuando… Así fue como comencé a aplazar mi decisión. Finalmente, en 1973, me sentí lo suficientemente fuerte para reparar en mi error. Fui a ver a un abogado y solicité el divorcio. Aquello que había logrado quería inculcárselo a Christianne: me juré a mí misma desde el día en que nació que no sería necesario que hiciera lo que hice yo para desposarme con el primer hombre y menos para huir de la casa. Debía abrirse paso libremente, sin exigencias. Yo deseaba ser una madre moderna. Lo que ocurrió posteriormente fue que me demostré demasiado permisiva.

Una vez que obtuve el divorcio, tuve que buscar un nuevo departamento para vivir. Richard rehusó trasladarse. Encontré uno por 600 marcos mensuales (con garaje incluido aunque no lo necesitaba porque no teníamos auto). Era mucho para mí pero no tenía otra alternativa. Quería abandonar a mi marido y deseaba, a cualquier precio, que las niñas y yo pudiéramos iniciar una nueva vida.

Richard no tuvo que invertir en una pensión alimenticia. Yo me decía:''Sólo queda una cosa por hacer: tú lo asumiste por lo que trabajarás horas extraordinarias pero las niñas llevarán una vida decente. Entonces ellas tenían diez y once años respectivamente y en toda su infancia no habían conocido más que un departamento mal amoblado con lo estrictamente necesario. Ni siquiera teníamos un sofá decente. Me dolía el corazón el no poder ofrecerles un hogar confortable a mis hijas.

Ahora que me había divorciado deseaba que esa situación cambiase. Quería tener, finalmente, un bonito departamento en el que las tres nos sintiéramos contentas. Para eso trabajaba, para realizar mi sueño. Pero también para poderles comprar de vez en cuando algún dulce a mis hijas, hermosos vestidos, y poder salir a pasear algún fin de semana sin fijarnos en los gastos.

Perseguí ese propósito con obstinación y entusiasmo. Las niñas pudieron tener un bonito cuarto y ellas mismas eligieron los papeles de los muros y los muebles a su gusto. En 1975 pude comprarle un tocadiscos a Christianne. Todo aquello me llenaba de alegría. Estaba tan contenta de poder, finalmente, brindarles algún bienestar a mis hijas.

A menudo, les compraba confites cuando regresaba a casa después de la oficina. A veces, cualquier tontería. Pero yo me sentía tan contenta de poder comprarles cualquier cosa en esas grandes tiendas…Por lo general, se trataba de artículos que estaban rebajados: un simpático sacapuntas, un artefacto corriente, alguna que otra golosina. Ellas se me arrojaban al cuello. Aquello me daba la impresión de que estábamos siempre en Navidad.

Ahora me doy cuenta, por supuesto, de que era una forma de tranquilizar mi conciencia, una compensación a cambio de mi falta de dedicación a ellas. Debí prestar menos importancia al dinero y ocuparme de mis hijas en vez de trabajar tanto fuera de casa.

Hasta la fecha no logro comprender bien mi actitud. ¿Por qué las dejé solas? Los confites no reemplazaban lo demás. Quizás debí haber solicitado un subsidio familiar del gobierno cuando las niñas me necesitaban pero para mi desgracia habría sido criticada por mis padres: ellos se oponían a que uno viviera dependiente del Estado. Por otra parte, quizás debí solicitarle a mi ex -marido una pensión alimenticia para sostener a las niñas- No lo sabía. En todo caso, a fuerza de haber escogido una opción negativa como lo fue el procurar tener una decoración atractiva en mi casa, perdí completamente de vista las prioridades reales. Cambié el sentido real de todas las cosas al punto que siempre me reprocho nuevamente que dejé a mis hijas libradas a su propia suerte. Y Christianne, seguramente, necesitaba una guía, un apoyo mucho más sólido. Ella era más inestable, más sensible que su hermanita. Tampoco se me pasó por la mente, en aquella época, que ella había comenzase a rodar por una mala pendiente. Observaba muy bien lo que ocurría a nuestro alrededor, en nuestro barrio, Gropius. Allí había riñas todos los días. Se bebía de vez en cuando y no era extraño ver a un hombre, o a una mujer, o también a un adolescente, perdidamente borrachos y tirados en el piso. Sin embargo, yo pensaba que si uno les daba un buen ejemplo, si les impedía salir, las niñas nos imitarían porque representábamos sus modelos de vida y que todo marcharía bien. Yo pensaba, honestamente, que estaban encaminadas por la buena senda. Por las mañanas, las niñas iban al colegio, al mediodía ellas se preparaban su almuerzo, y en la tarde a menudo iban al club de los ponys. Ambas sentían una verdadera pasión por los animales.

Al cabo de un tiempo, todo funcionaba bien, aparte de algunas escasas escenas de celos entre las niñas y Klaus, mi pareja, que se vino a vivir con nosotras. Yo quería estar un poco disponible para él, además de mi trabajo, la casa y las niñas. El era, en cierto modo, mi tabla de salvación. Pero cometí un grave error: por dedicarme más a él permití que la hermana de Christianne regresara a la casa de su padre. Richard se sintió solo y le prometió un montón de cosas. Por lo tanto, Christianne se empezó a encontrar sola cuando regresaba a casa después del colegio. Comenzó a tener malas compañías. Pero yo no me daba cuenta de nada. Pasaba, a menudo las tardes con su amiga Kessi, lo que me parecía muy razonable para su edad. Y la madre de Kessi controlaba de vez en cuando a las dos niñas. Éramos vecinas y así como Christianne iba a la casa de Kessi, ésta a su vez frecuentaba la nuestra.

Ellas tenían entre doce y trece años, la edad en la cual se empieza a sentir curiosidad por todo, a desear tener experiencias. Tampoco encontré nada que objetarles cuando iban por las noches al Hogar Social, el centro juvenil patrocinado por la Iglesia Evangélica. Yo estaba convencida que entre aquellas personas, Christianne se hallaba en buenas manos. Por eso mismo, ni en mis peores pesadillas habría soñado que allí fumaban hachís. Por el contrario, después de ver a Christianne tan triste después de la partida de su hermana podía apreciar en ella a una adolescente muy alegre. Después de trabar amistad con Kessi se comenzó a reír de nuevo. Se ponían a hablar un montón de tonterías que ni yo podía impedir reírme. ¿Cómo podía haber adivinado que aquella alegría, esas risas tontas, era producto del hachís o de cualquier otra droga?

CHRISTIANNE.

Mi familia era la pandilla. Con ellos encontré la amistad, la ternura y aquellos sentimientos que se asemejan al amor. Sólo el pequeño beso de recepción me pareció un cuento fantástico. Cada uno le aportaba al otro una pequeña dosis de ternura y amistad. Mi padre jamás supo brindarme tanto afecto. Los problemas en la pandilla no existían. Jamás hablábamos de nuestros problemas. Nadie fastidiaba a los otros con sus problemas familiares o laborales. Cuando estábamos reunidos, toda la porquería del mundo exterior desaparecía. Hablábamos de música y de drogas; algunas veces de trapos y en otras nos referíamos a aquellas personas que eran tratadas a patadas por esta sociedad policial. Considerábamos ''correcto'' que cualquiera pudiese robar un auto, desvalijar un banco o un departamento.

Después de mi primer ''viaje'' me sentía una más entre los otros. Fue espectacular. Tuve mucha suerte. Para la mayoría de las personas, el primer ''viaje'' era desagradable y les provocaba pánico. Pero yo me sentí espectacular… Tuve la impresión de haber aprobado un examen. Y después ocurrieron algunas cosas dentro del grupo. Se empezó a sentir una sensación de vacío. La hierba y los ''viajes'' ya no nos estimulaban realmente. Estamos habituados a sus efectos y aquello ya no nos provocaba sensaciones especiales, era como permanecer en la normalidad. Nada especial…

Una tarde, un miembro de la pandilla llegó al Hogar y anunció: ''Camaradas, traigo conmigo algo que es totalmente nuevo; se llama Efedrina. Un asunto fabuloso. Me tomé dos comprimidos de Efedrina- era un estimulante- sin saber lo que estaba tragando. Tomé cerveza junto con los comprimidos porque era lo que estaban haciendo los demás. Tuve que hacer un esfuerzo. Me disgustaba mucho la cerveza porque sentía pánico al ver personas adictas a la cerveza. De repente, en el Hogar comenzó a circular todo tipo de comprimidos. Algún tiempo después comencé a ingerir los Mandrakes- un poderoso somnífero. Aquella vez, el mundo me pareció maravilloso y mis compañeros de pandilla, encantadores. Durante las semanas siguientes arrasamos con todas las farmacias.

En la escuela las cosas iban de mal en peor. Renuncié a realizar mis deberes escolares. Por las mañanas no estaba nunca lo suficientemente despejada- Pasé de curso. Me preparaba un poco en determinadas materias, como en Letras y en Instrucción Cívica cuando algún individuo lograba interesarme. Pero era justamente en aquellas materias que había aprobado en donde justamente encontraba las mayores dificultades: con los profesores como los compañeros de curso. La manera cómo nos trataban, - y las formas como se comportaban los muchachos entre ellos, me parecía abominable. Recuerdo como estallé ante un profesor que nos habló acerca del medio ambiente. La clase era absolutamente apática y no le interesó a nadie. No había que tomar apuntes ni nos daban lecciones para estudiar en casa. El bla bla bla del profesor me exasperaba y consideraba que no pasaba la materia que era la que realmente importaba. Fue por eso que en una ocasión exploté y vociferé:'' ¿Qué significa la protección del medio ambiente? Es la manera en que las personas deberían aprender a vivir armónicamente entre ellas. Es eso lo que deberíamos aprender en esta estúpida escuela: a interesarnos los unos por los otros. Pero, al contrario, cada cual intenta gritar más fuerte que su vecino, trata de ser más poderoso que el otro, y gasta la mayor parte de su tiempo haciendo fechorías para lograr una mejor calificación. Y los profesores deberían preocuparse de lo que ocurre a su alrededor y juzgar a sus alumnos en forma más equitativa''. Así eran las cosas en la escuela. Ocurría lo mismo con las otras clases. Había un profesor al que me gustaba verlo sentado -porque el sólo hecho de verlo de pie me irritaba- y desde mi asiento, lo insultaba.

La escuela me tenía realmente hastiada. No manteníamos ningún contacto entre los alumnos, no teníamos ninguna relación personal con los profesores. Y la unión entre los alumnos se anulaba porque tomábamos distintos cursos. El objetivo, una vez más, era liquidar al vecino. Nadie le tendía una mano al otro y cada cual velaba por lo suyo propio y basta. Los profesores aplastaban a los alumnos. Ellos sustentaban el poder. Eran ellos los que ponían las notas. Y a la inversa, si caían en manos de un profesor bonachón y que no sabía imponerse, eran los alumnos los que hacían gala de un poderío colectivo.

Yo estaba consciente de aquello pero eso no me impedía molestar en las clases cada vez que se me ocurría. Mis compañeros no entendían que yo lo hacía porque me daba cuenta que el profesor había dicho en ese momento una estupidez cualquiera. Sin embargo, tampoco se daban cuenta cuando yo intentaba hablar en serio, cuando decía que la escuela era una mierda….

En el fondo eso no me importaba mayormente porque mis intereses residían en ser reconocida por los muchachos de la pandilla. Y en la pandilla, toda esa mierda, la competencia, el stress, etc. no existían. Pero al mismo tiempo terminé por sentirme con frecuencia un poco aislada y participaba cada vez menos de las discusiones. De todos modos, siempre hablaban de lo mismo: de las drogas, de la música, el último ''viaje'' y después se sucedían algunas preguntas respecto del precio de la hierba, del LSD y de diversos comprimidos. Por lo general, me sentía tan deprimida, que no sentía ganas de hablar y sólo aspiraba a estar absolutamente sola en mi rincón.

En el ínter tanto descubrí un nuevo objetivo: la ''Sound''.Toda la ciudad estaba repleta de afiches que anunciaban: ''Sound, la discoteca más moderna de Europa''. Los muchachos de la pandilla iban con frecuencia pero no admitían menores de dieciséis años y yo recién había cumplido trece. Falsifiqué la fecha de mi nacimiento en el carné de identidad escolar pero igual sentía temor de que no me dejasen entrar. Yo sabía que en la ''Sound'' existía La Parva, (lugar de encuentro entre drogadictos y revendedores). Allí había de todo, desde hierba hasta heroína pasando por el Mandrake y el Valium.

Yo pensaba que ese sitio estaba repleto de tipos caperuzos. Un lugar fabuloso para una niña como yo que de Berlín sólo conocía sólo el trayecto entre Rudow y el sector de Gropius. Yo imaginaba la ''Sound'' como un verdadero palacio, deslumbrante por todos los ángulos, con efectos de luces enloquecedoras, y una música genial. Y los tipos más sensacionales estaban allí y que todo en ese sitio era igualmente fuera de serie…

Yo ya había programado muchas veces ir a ese sitio con los otros pero nunca me resultó. En una ocasión, Kessi y yo ideamos un plan de batalla preciso: le diría a mi madre que iba a dormir en la casa de Kessi el sábado por la noche y ella le contó el mismo cuento a la suya, es decir, que dormiría en mi casa. Nuestras madres cayeron en la trampa. Una amiga de Kessi llamada Peggy (era un poco mayor que yo) vendría con nosotras. Nos juntamos en su casa para esperar a su novio, Micha. Kessi, con aire de importancia me explicó que Micha se inyectaba heroína. Yo estaba fascinada, impaciente por conocerlo. Era la primera vez que iba a conocer a alguien que yo supiera en forma fehaciente que se inyectaba.

Micha llegó. Me impresionó muchísimo. Lo encontré más atractivo que a los chicos de mi pandilla. De repente, nuevamente me afloró el complejo de inferioridad. Micha nos trató con mucha condescendencia. Me consolé pensando que sólo tenía trece años y que ese Yunki (así les decían a los tipos que ingerían drogas duras) era un individuo extraño, y además mucho mayor que yo. Sin duda, me sentía muy inferior a él. Micha murió algunos meses más tarde.

Tomamos el Metro hasta la estación Kürfunstenstrasse. En esa época, eso significaba para mí un largo trayecto. Me sentía muy alejada de casa. El lugar tenía un aspecto deprimente. Estaba lleno de chicas con aspecto de vagabundas. No tuve duda alguna del los sitios en los que se desempeñaban….Vimos también a unos tipos que caminaban con un tranco muy lento. Peggy dijo que eran revendores. Si alguien me hubiese dicho que en un tiempo más caminaría ese trayecto hacia la horrible Kürfunstrasse´, y que lo haría a diario, habría pensado que estaba demente.

Nos fuimos a la ''Sound''. Cuando me encontré en el interior, casi me fui de espaldas. Nadie me contó ni imaginé nunca lo que vi. ''La discoteca más moderna de Europa'' era un subterráneo, con un techo muy bajo, sucia y ruidosa. La gente brincaba en la pista de baile y cada uno bailaba por su cuenta. Un grupo de imbéciles que no tenían ningún contacto entre ellos. El lugar olía mal y había olor a vino en el ambiente, en general. De vez en cuando, un ventilados, removía los efluvios…

Me senté en un banco y no me atrevía a moverme. Tenía la impresión de ser observada, que todo el mundo tenía la impresión que yo no tenía nada que hacer allí. Kessi entró apresuradamente al baño. Ella corría de derecha a izquierda en busca de un súper mino. Dijo que nunca había visto tantos minos juntos. Yo estaba como petrificada. Los otros andaban premunidos de alguna droga y tomaban cerveza. Yo no quise tomar nada. Pasé toda la noche delante de dos jugos de frutas. Si me hubiera escapado habría regresado a mi casa., pero no podía hacerlo. Mamá pensaba que yo dormía en la casa de Kessi. Esperé hasta las cinco, hora del cierre. Durante un instante deseé que mi madre se enterase de todo y que me viniera a buscar. Si de pronto hubiera podido verla a mi lado….Luego me dormí. Las otras me despertaron. Eran las cinco de la madrugada. Kessi dijo que regresaría con Peggy. Tenía un espantoso dolor de estómago. Nadie se preocupó de mí. Completamente sola, me encaminé a la Kürfurstentrasse para dirigirme a la estación del metro., a las cinco de la mañana. El metro estaba repleto de borrachos. Sentí deseos de vomitar.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan contenta de abrir la puerta del departamento y de ver salir a mi madre salir del cuarto para acostarse. Le dije que Kessi se había despertado muy temprano y que yo había regresado para poder dormir a pierna suelta hasta más tarde. Cogí a mis dos gatos y los llevé junto conmigo hasta mi cama y me acurruqué bajo los cobertores.''Christianne'', me dije a mi misma, ''esto no es para ti. Te equivocaste de camino''.

Me levanté al mediodía, todavía media atontada. Deseaba hablar con alguien acerca de lo que me había ocurrido. Entre los chicos de la pandilla, nadie me comprendería… Eso ya lo sabía. No podía conversar de aquello sino que con mi madre. No sabía cómo comenzar. Le dije: ''Escucha, mamá, ayer en la noche fuimos con Kessi a la ''Sound''. Mi madre me miró horrorizada. Le dije:''No es tan terrible. Es un centro nocturno enorme. También hay un cine''.

Por su lado, mi madre me dirigió uno de sus habituales reproches. Esperé que me hiciera preguntas. Pero mamá no me hizo ninguna.

Ella estaba estresada nuevamente porque ese domingo al mediodía tuvo que asear, cocinar y discutir con Klaus. No tenía ganas de trenzarse en una discusión conmigo. Quizás, ella tampoco quería enterarse realmente de lo que ocurría.

Yo no tenía valor para hablar. Por otra parte, yo no estaba totalmente consciente de tener deseos de hablar. En aquel entonces, no tenía conciencia de nada, vivía de acuerdo a mis estados de ánimo, jamás pensaba en el mañana ni hacía proyectos. ¿Qué proyectos podía tener? No hablábamos nunca del futuro.

Al fin de semana siguiente, Kessi vino a pasar la noche a mi casa, tal como habían convenido nuestras madres. La arrastré hasta mi casa. Estaba completamente volada. Yo también había tomado algo pero todavía no se me hundían los ojos. Kessi se plantó en la mitad de la calle y se extasió al contemplar que dos autos alcanzaron a frenar justo delante de ella. Me vi obligada a arrastrarla a la vereda para que no la aplastaran. La deposité luego en mi cuarto. Pero mi madre, por cierto, se puso en estado de alerta de inmediato.

Kessi y yo tuvimos la misma alucinación: mi madre estaba demasiado gorda para penetrar en la habitación. Y permanecía inmovilizada en el umbral de la puerta. Aquello nos provocó un ataque de risa que nos impedía parar de hacerlo. Veía a mi madre transformada en un dragón.- un robusto dragón bonachón- con un hueso en la cola a modo de decoración. Estábamos dobladas en dos de la risa y mi madre reía alegremente con nosotros... Debió pensar: ''Estas dos chicas están enfermas de la risa''.

De allí, todos los sábados iba a la ''Sound'' con Kessi. Al comienzo, yo simplemente la acompañaba porque de lo contrario no sabía qué hacer los sábados por la tarde. Y, poco a poco, me habitué a la ''Sound''. Se lo conté a mi madre quién estuvo de acuerdo siempre que regresara con el último viaje del metro.

Hasta allí todo iba bien hasta una tarde de un sábado veraniego del año 1975. Habíamos decidido pasar toda la noche en la ''Sound'' y - como de costumbre-, ambas mentimos al decir que la una se iba a alojar en la casa de la otra. Eso funcionó siempre bien porque ninguna de las dos teníamos teléfonos en nuestros domicilios. Por lo tanto, ninguna de ambas madres podía espiarnos. Nos fuimos al Hogar Social donde se consumieron diez botellas de vino y después hicieron una mezcla espantosa de drogas. Kessi engulló además algunas cápsulas de Efedrina y en cierto momento se largó a llorar. Yo ya conocía esa canción. La Efedrina, en algunas ocasiones, provoca crisis de remordimientos. Sin embargo, cuando noté que Kessi había desaparecido, me sentí desfallecer. Tenía una vaga idea en dónde la podría encontrar y me largué en dirección al Metro. Estaba bien. Dormía estirada encima de un banco. En el suelo había un cucurucho de papas fritas, que se habían deslizado por su mano caída. Antes de que lograse despertarla se detuvo un carro del metro y de allí descendió la madre de Kessi. Ella trabajaba en un sauna y entraba alrededor de las diez de la noche. Descubrió a su hija que estaba durmiendo supuestamente en mi casa. Le propinó un par de bofetadas: una a la derecha y la otra a la izquierda. Se escuchó cómo restallaban. Kessi se despertó con vómitos. Su madre la agarró de un brazo- la saco al más piro estilo policial- y se la llevó consigo.

Este par de bofetadas que se brindaron en la estación del Metro sirvieron para dos cosas. Si no hubiera sido por éstas, Kessi habría aterrizado antes que yo en los escenarios de las drogas duras como la Estación Zoo del Métro y en la práctica del prostitución infantil. Además, no habría estado en condiciones de aprobar el bachillerato.

A Kessi le prohibieron volverme a ver para siempre y de allí en adelante la encerraron en su casa todas las noches. Después de algún tiempo, volví a sentirme muy sola. La pandilla no me aportaba gran cosa. Continuaban reuniéndose en el Hogar Social por las noches pero yo no me podía imaginar los sábados por la noche sin la ''Sound''.Cada vez la encontraba más genial y admiraba a las personas que allí acudían. Ellos eran ahora mis ídolos. Ellos eran más perversos que los muchachos de la pandilla, que después de todo, no metían jamás sus narices fuera de la zona Gropius. Ahora estaba casi siempre parqueada. Kessi recibía cien marcos para su mesada y eso nos alcanzaba para comprar hierba y comprimidos. En lo sucesivo, debía encontrar la forma de obtener dinero por mi cuenta, porque lo necesitaba para ''volar''.

No tenía con quién ir a la Sound y empecé a partir hacia allí completamente sola. Al viernes siguiente del lío de las bofetadas, fui a la farmacia a comprar una caja de Efedrina- ese fármaco lo vendían sin receta. Ya no me bastaban dos comprimidos. Ahora necesitaba cuatro o cinco. Me detuve en el Hogar Social para mendigarle a alguien que me comprara una bebida semi-alcohólica y me largué hacia el Metro.Ya no pensaba más en Kessi y desde allí en adelante, no pensé en nadie más. Flotaba en un mundo extraño y fantástico. Me alegraba muchísimo cuando en cada estación íbamos recogiendo clientes para la ''Sound''. Se notaba de inmediato: presentación esmerada, cabellos largos, botas con tacones de diez centímetros. Aquellos eran mis ídolos, los ídolos de la ''Sound''. Nunca más tuve temor de dirigirme hasta allí.

En la escala de la ''Sound'' me tropecé con un chico. Me miró y murmuró algo. Lo encontré súper atrayente. Era alto, delgado, con cabellos largos y rubios y con un aspecto extraordinariamente calmo. Permanecimos en la escala para iniciar una conversación. Me sentía increíblemente bien. Nos entendíamos increíblemente bien, cada frase nos aproximaba, nos gustaba la misma música, hacíamos los mismos ''viajes''. Se llamaba Atze. Fue el primer chico que encontré realmente sensacional. Para mí, ese fue el primer flechazo y era la primera vez en mi vida que sentía un sentimiento tan importante por un hombre. Atze me presentó a sus amigos. Era una pandilla espectacular, realmente una maravilla. Partí de inmediato al baño. Ellos se quedaron conversando acerca de drogas y los nuevos métodos para ''aterrizar'' y diferentes maneras de realizar ''buenos viajes''. Yo sabía tanto como ellos aparentaban saber. También hablaron de heroína. Estuvieron de acuerdo en reconocer que era una porquería y que era preferible volarse los sesos que involucrarse con esa porquería. Entonces dije:'' las inyecciones de heroína son para los vulnerables.'' Después hablamos de trapos: cómo se podían angostar los jeans. También pude opinar acerca de ese asunto. Adelgazaba tanto que todas las semanas me tocaba estrechar mis pantalones. Los jeans ultra apretados pasaron a constituir una suerte de marca de fábrica para los clientes de la ''Sound''. Fue por eso que les pude contar algunos trucos: enangostar pantalones era el único trabajo manual que sabía realizar.

La pandilla me adoptó de inmediato sin que tuviera que hacer el menor esfuerzo por lograrlo. Y me sentía con tal confianza en mí misma, tal calmada, que ni yo misma lo podía creer.

Había otro chico en la pandilla al que encontré muy simpático. Se llamaba Detlev. Era muy diferente de Atze, muy dulce, con la cara muy tierna porque aún conservaba su rostro infantil. En la pandilla le decían '' el bañista''. Tenía 16 años. Yo hablaba en forma muy espontánea cuando conversaba con él. En aquella época el tenía una novia. Ella era una chica me caía podrida. Se llamaba Astrid. Tenía clase. Y cuando contaba una anécdota todos se doblaban en dos de la risa. Siempre decía lo preciso y lo conciso. Y yo la admiraba por ello. Había sólo un tipo del que había que desconfiar: Blacky. Podía ser muy hiriente si se lo proponía. En una ocasión le comenté que mientras ''viajaba'' en el Metro me había puesto a jugar con un bebé que parecía un verdadero ángel. Blacky de inmediato emitió un comentario retorcido.. Había que poner mucha atención en lo que se decía delante de él. Había otro muchacho que tampoco me gustaba mucho: era medio rastrero y no podía dejar de compararlo con Charly. No lo podía tolerar. Sin embargo, los chicos mencionados no constituían ni la mitad de esta nueva pandilla.

Estuvimos conversando toda la noche y de a momentos nos arrancábamos para ir a un fumar un pito. Cuando cerraban la ''Sound'' nos íbamos a pasear a la Kúrfurstenstrasse. Cuando regresaba en el Metro, me sentía inundada de bondad. Aterrizaba muy dulcemente, sentía una agradable sensación de cansancio, y por la primera vez en mi vida, sentí que estaba enamorada.

De allí en adelante, vivía para esperar los fines de semana.

Atze era tierno, lleno de atenciones. En nuestro tercer encuentro en la ''Sound'', el me besó y yo le devolví su beso. Eran besos muy castos. Yo no deseaba llegar más lejos Atze lo notó sin que fuera necesario hablar más sobre el asunto. Esa era la gran diferencia que existía entre los alcohólicos y los drogadictos La mayor parte de los drogadictos son muy sensibles ante los sentimientos ajenos, al menos, eso ocurría entre los miembros de mi nueva pandilla. Los alcohólicos, cuando atracaban, se arrojaban encima de las chicas. Lo único que deseaban era tener sexo. Nosotros no, nosotros teníamos ideas totalmente diferentes acerca de las cosas importantes.

Atze y yo éramos como hermano y hermana. El era mi hermano mayor. Caminábamos siempre juntos y andábamos del brazo. Eso me daba la impresión de estar protegida. Atze tenía dieciséis años, era aprendiz de vidriería y detestaba su oficio. El tenía ideas muy precisas acerca de cómo debía ser una chica excepcional. Para complacerlo, cambié de peinado y en una tienda usada me compré un abrigo (el tenía un sobretodo). Un abrigo maxi con una rajadura en la parte trasera.

Ya no me podía imaginar la vida sin Atze.

Dejé de regresar a casa cuando cerraban la ''Sound'' porque me quedaba con los amigos de la pandilla. Volábamos o aterrizábamos juntos y paseábamos durante la mañana del domingo por la ciudad. Íbamos a exposiciones, al zoológico, o caminábamos por la Kúrfurstenstrasse. En ocasiones, permanecíamos juntos durante todo el domingo. Le conté a mi madre lo que había ocurrido con Kessi, pero me inventé un par de compañeras que supuestamente me alojaban en las noches durante los fines de semana. Tenía una desbordante imaginación para relatarle a mi madre cómo y con quienes compartía los wikenes…Durante la semana me reunía siempre con la antigua pandilla en el Hogar Social. Pero los sentía un poco distanciados, con un aire misterioso. A veces, les hablaba de mis aventuras en la ''Sound''. Yo creía que ellos me admiraban. Había hecho mayores progresos que ellos. Había avanzado un poco más allá en la aproximación al infierno, pero aún no estaba consciente de ello.Y desgraciadamente, varios de mis compañeros del Hogar me siguieron los pasos.

En la ''Sound'' había todo tipo de drogas. Yo consumía de todo menos heroína: Valium, Efedrina, Mandrake. También probaba un montón de mezclas y por lo menos dos veces a la semana, me compraba algo que me permitiera ''viajar''. Engullíamos estimulantes y barbitúricos por puñados. Todo esto liberaba un combate descarnado dentro de nuestros organismos y por ello era que nos provocaban unas sensaciones tremendas…Uno podía escoger el estado anímico que deseaba disfrutar: bastaba con tomar unos tranquilizantes o estimulantes demás, según fuera el caso. Si yo deseaba estar de ánimo festivo en la ''Sound'', y con ganas de bailar, me inclinaba por la Efedrina. Si prefería estar sentada tranquilamente en mi rincón o ver un film en el cine de la ''Sound'' tragaba Mandrakes y Valiums... Al cabo de algunas semanas flotaba en las nubes a causa de mi buen humor. Justo hasta un espantoso domingo. Al llegar a la ''Sound'', me encontré en una escalera con Uwe, un chico de la pandilla. El me dijo:'' ¿Sabías que Atze abandonó su trabajo?'' Silencio, y agregó: ''Ahora viene aquí todas las noches''. Noté que Uwe tenía una voz extraña e intuí de inmediato: debe tener otra chica…

Luego pregunté: ''¿Qué es lo que pasa?''

Uwe me respondió:''Tiene una pareja: Moni''

¡Qué impacto! Me quedaba una esperanza: podía ser una falsedad, Bajé a la discoteca. Atze estaba allí totalmente solo. Nada había cambiado, me abrazó y después guardó mis cosas en su casillero. En la ''Sound'', las provisiones se guardaban siempre en un casillero, o de lo contrario, a una la desvalijaban.

Más tarde llegó Moni. Yo jamás le había visto puesto atención antes. Se sentó en forma muy natural junto a nosotros. Ella era parte de la pandilla. Me distancié un poco y me dediqué a observarla.

Era muy diferente de mí, bajita, regordeta, siempre sonriente. Ella era muy maternal con Atze. Yo me repetía:'' No es cierto. No es posible. El no me quiere dejar por esta gorda idiota.'' Tuve que hacer un gran esfuerzo por reconocer que ella tenía un rostro muy lindo y bellos cabellos rubios, muy largos. Yo me decía: ''podría ser que el necesite una chica como: maternal y siempre de buen humor.'' Poco a poco me empezó a invadir otra sospecha:'' Atze necesita una chica que acepte acostarse con él. Esa Moni es de ese tipo.''

Yo estaba perfectamente lúcida. Por otra parte, esa noche no tomé nada. Cuando ya no pude soportar más el verlos juntos, me fui a desquitar sobre la pista de baile. A mi regreso, ya habían desaparecido. Los busqué como una loca por todas partes. Los encontré en el cine. Estrechamente abrazados.

Me uní a los demás sin saber mucho lo que hacía. Todos comprendieron lo que me ocurría. Detlev pasó su brazo alrededor de mis hombros. No quería llorar. Siempre pensé que era tremendamente ridículo llorar enfrente de la pandilla ¿porqué ridículo? No lo sé. Pero cuando sentí que ya no podía contener las lágrimas, me precipité hacia fuera. Atravesé la calle y me oculté en un parque que estaba enfrente de la ''Sound''. Lloré como mala de la cabeza.

De repente, noté que Detlev estaba a mi lado. Me pasó un pañuelo de papel y también otro, después. Estaba demasiado preocupada por mi dolor para notar su presencia. Sólo mucho más tarde me pude dar cuenta lo gentil que había sido al ir en mi búsqueda…

No quería volver a mirar a Atze. No habría podido soportar mirarlo a los ojos mientras lloraba delante de todo el mundo por su culpa. Pero Detlev me llevó de regreso a la ''Sound''. De todos modos, era bueno que regresara a la ''Sound'' porque Atze tenía la llave del casillero en donde había guardado mis cosas. Decidí ir entonces al cine para pedirle la llave. Pero no tenía el valor para quedarme allí después de recuperar mis cosas. Detlev no me abandonó en ningún momento.

Pasaron casi dos horas. Había perdido el último tren. Plantada delante de la ''Sound'', no sabía hacia dónde dirigirme. Tenía unas enormes ganas de evadirme. Lo necesitaba. Pero no tenía un cobre. En eso pasó un muchacho de mi pandilla del Hogar Social: Pantera. Yo sabía que el vendía LSD y que siempre tenía mercadería de la mejor calidad. Le pedí que me diera la cantidad necesaria para pegarme un ''viaje''. El me pasó un cristal - de calidad ''extra''- sin preguntarme el porqué tenía una necesidad tan absoluta de realizar un viaje a semejante hora.

Después decidí bajar a bailar. Bailé durante casi una hora y me moví como una loca. Pero no lograba emprender vuelo. Pantera debió de haberme tomado el pelo. Afortunadamente, habían varios compañeros del Hogar Social esa noche en la ''Sound''. Quería ver a Piet para contarle lo que me había ocurrido esa noche con Atze. Pero Piet también andaba volado con LSD y su mente estaba en otra esfera. Se contentó con decirme: ''Olvídalo, mocosa'' ''No era para ti'' y otras frases por el estilo.

Me comí un flan de vainilla mientras me repetía a mí misma: ''Al final, uno siempre está sola. La vida es una porquería''. Me apresuré para ir a buscar mi vaso y recuperar la contraseña- en la ''·Sound toda la vajilla tenía una contraseña porque se la robaban- y de repente sentí una iluminación. Fue como un relámpago: me sentí deslumbrada por la animación y la agitación fenomenal del ambiente. Me levanté y me puse a bailar hasta la hora del cierre.

Afuera me reencontré con los muchachos de la pandilla y también estaban Atze y Moni. No me importó en lo más mínimo. Atze se llevó a Moni a su casa. Nosotros nos dirigimos hacia el Zoológico. Alguien sugirió que podíamos ''aterrizar'' en una pista de patinaje del Europacenter. La noche estaba tibia., había llovido y el hielo estaba cubierto de agua. Me deslicé en aquella agua imaginando que caminaba sobre el mar. Escuché un brusco ruido de vidrios quebrados: los muchachos habían irrumpido en la jaula de vidrio del cajero... Uno de ellos atravesó el vidrio partido, abrió un cajón y nos arrojó un cartucho con monedas. Antes de percatarnos bien de lo que estaba ocurriendo, todo el mundo se echó a correr. Incómoda, con mis tacones altos, caí cuán larga sobre el hielo. Estaba empapada. Detlev me esperaba y me cogió de la mano.

Cuando llegamos al Café Kranzler, procedimos a repartirnos el botín. A cada uno le correspondió su parte. Eso le encontré genial. Todos estaban locos de alegría. A causa del dinero que robamos a los guardias privados que vigilaban el Europacenter, nos tuvieron el ojo puesto durante un buen tiempo... No se repartió el cartucho con las monedas sino que se abrió y se lanzaron las monedas al aire. Las monedas llovían delante de Café Kranzler. El suelo también quedó cubierto con éstas.

Nos fuimos a la estación del Zoo donde ya había abierto un bar. Aquello me produjo una pésima impresión. Era la primera vez que ponía mis pies en la Estación Zoo. Era repugnante, llena de pequeñines, sucios y muy pobres que estaban revolcados en vómito, borrachos, en todos los rincones. Por cierto que no me imaginé nunca que a partir de entonces y durante muchos meses, yo iba a pasar todas las tardes rodeada por aquel entorno.

Alrededor de la seis, decidí regresar a casa. Una vez en mi cama estuve a punto de sufrir un freak-out (un mal ''aterrizaje ''producto de la drogadicción) por primera vez en mi vida. Yo había colgado un poster en el muro en el muro que representaba a una negra que estaba fumando un pito. En un rincón de la imagen, abajo, había una pequeña mancha azul. Al ver cómo esta se metamorfoseaba en una máscara que hacía gestos para luego transformarse en una verdadera cabeza de Frankenstein. Sentí pavor. Resolví, y justo a tiempo, concentrar mi espíritu en otra cosa.

Me desperté al mediodía, muy tensa, insensible, como muerta. Todo lo que se me ocurrió pensar fue:'' Te va a tocar andar coja porque tu primer noviecito te abandonó muy pronto''. Me miré en el espejo. Me odiaba a mí misma. Hasta el día anterior había considerado que mi rostro era estupendo, misterioso, precisamente tenía el aspecto de una chica audaz, que se sabe manejar. Aquel día tenía un aspecto absolutamente siniestro, las ojeras negras bajo mis ojos parecían estar recubierto de gasas. Estaba lívida.

Me dije:''Christianne, la ''Sound'' se acabó. No puedes seguir aparentando ante Atze y su pandilla''. Durante los días siguientes, me esforcé por matar en mí todo sentimiento por los otros. No tomé más comprimidos ni probé el LSD. Me fumaba un pito de tras del otro y durante todo el día tomaba té mezclado con hachís. Al cabo de algunos días me volví a sentir estupendamente. Me propuse no amar a nadie excepto a mí misma. Pensaba que de allí en adelante sería la dueña de mis sentimientos. No quería regresar nunca más a la ''Sound''.

La noche del sábado siguiente viví la noche más larga de mi existencia. Me quedé en casa por primera vez, después de mucho tiempo. Era incapaz de ver televisión y tampoco podía dormir. No tenía drogas para ''viajar'', me rendí ante la evidencia de que no podía vivir sin la ''Sound'' y mis amigos. Sin ellos, la vida me parecía totalmente vacía.

Después que decidí regresar a la ''Sound'' me sorprendí esperando con impaciencia el fin de semana. Interiormente, me estaba preparando para regresar a la ''Sound''. Ensayé diferentes peinados para decidir finalmente no peinarme en forma sofisticada. Consideré que de esa manera tendría un aspecto más misterioso.

El viernes opté por tomarme unos Valiums con un poco de cerveza. Antes de ir a la ''Sound'' me tragué un Mandrake. Así, no tendría miedo de Atze ni de sus compañeros. Estaba apenas consciente. Me puse un gran sombrero de tela de jean, me senté en una mesa, coloqué mi cabeza debajo y dormí casi toda la noche.

Cuando desperté, Detlev había retirado mi sombrero de mi rostro y me acarició los cabellos. Me preguntó qué me ocurría. Le respondí: ''Nada''. Me mostré muy distante, pero lo encontré extraordinariamente amable por ocuparse de mí de esa manera.

Para el wikén siguiente estuvimos casi todo el tiempo juntos. Ahora tenía una nueva razón para ir a la ''Sound'': Detlev.

No fue un flechazo como con Atze. Al comienzo estábamos juntos mientras permanecíamos en la ''Sound''. Conversábamos como locos. Me llevaba muy bien con Detlev pero todo era muy diferente a lo que había conocido a través de Atze. Ninguno era superior al otro ni intentaba imponer su propio punto de vista. Con Detlev yo podía hablar de todo, sin pensar que el explotaba mis puntos débiles. Por otra parte, lo encontré muy simpático desde nuestro primer encuentro. Claro que no era un tipo fuerte como Atze pera era muy tierno, transparente. Así fue cómo me comencé a dar cuenta, poco a poco, que mi amistad con Detlev me aportaba mucho más que mi relación con Atze. Aunque yo estaba a la defensiva- yo nunca más iba a depender de un muchacho- cada semana empecé a quererlo más y más. Y un día me vi obligada a reconocer que estaba enamorada de Detlev. Por siempre y para siempre.

Me transformé en una chica calmada. Eso tenía que ver con el hecho de que casi no tomaba estimulantes aunque de vez en cuando me tomaba unos tranquilizantes. Perdí toda mi vivacidad. Dejé de bailar. Sólo lograba agitarme un poco cuando no podía encontrar un poco de Valium.

Supongo que fui más agradable en la convivencia con mi madre y su pareja. No contestaba, no peleaba, no me oponía a nadie. Había renunciado a cambiar mi comportamiento en casa. Y constaté que eso simplificaba la situación.

Para la Navidad de 1975- tenía trece años y medio- yo pensaba que gracias a mi resignación ahora tendría derecho a renovar las relaciones con mi madre (aparentemente congeladas) para que ella pudiese tener acceso a una parte de la verdad. Le expliqué, entonces, que ya no iba a dormir siempre a la casa de Kessi, que había optado por pasar las noches en la ''Sound'' durante los últimos fines de semana cuando no alcanzaba a coger el último tren del metro. Naturalmente, su reacción fue violenta y me regañó. Le dije que resultaba mejor pasar de vez en cuando una noche en una discoteca y regresar sabiamente a casa después, que aquello era mucho mejor que lanzarme a la vida como tantas otras chicas del sector Gropius. Le dije que era mejor que ella estuviera al corriente y supiese dónde me encontraba a que yo me viera forzada a contarle mentiras. Ella se tragó todo ese cuento. En honor a la verdad, yo no tenía muchos deseos de poner a mi madre al corriente de lo que ocurría en mi vida. Pero aquello de estar contando mentiras en forma permanente me tenía con los nervios de punta. Por otra parte, cada vez me resultaba más difícil inventar historias que resultaran convincentes. Precisamente, esa fue una de las razones de ''mi confesión''.- no encontraba ningún pretexto para irme la noche de Navidad y del Año Nuevo a la ''Sound''. Mi madre me permitió salir todas las tardes durante el período de las fiestas. Yo misma estaba estupefacta. Es cierto que yo no conté cómo era realmente la ''Sound'': un sitio correcto donde una adolescente no arriesgaba- absolutamente nada-, y, por otra parte, todos mis amigos tenían permiso para ir allí. Además, le di a entender que ella debía darme un día de asueto a la semana y así yo podía vivir en paz en mi hogar.

En el ínter tanto, en la ''Sound'', todo cambió. La heroína había causado estragos en forma violenta. En nuestra pandilla no se hablaba al respecto... En el fondo, todo el mundo estaba en contra ya que se habían visto suficientes personas demolidas por la heroína. Eso no impidió que algunos tarados la probaran una y otra vez. Y la mayoría, después de la primera inyección, quedaban enganchados. La heroína destruyó nuestra pandilla. Los que se inyectaban pasaron a formar parte de otro grupo.

La heroína me inspiraba un santo temor. Cuando me sentía tentada por probarla me recordaba a mi misma que tenía trece años. Pero nuevamente comencé a sentir consideración por aquellos que se inyectaban. Ellos pasaron a constituirse en modelos de tipos más valientes, más audaces. Estos eran los yunkis y comenzaron a mirarnos con gran menosprecio. Para ellos, el hachís era droga para bebés. Me deprimía pensar que yo nunca pasaría a formar parte de ellos, que las drogas duras que ingerían no eran para mí. No había ninguna posibilidad de promoción porque esa droga me repugnaba profundamente: era como llegar al fondo del abismo. Lo que hizo que desistiera de la pandilla sin mayor objeción fue que contaba con Detlev. Los otros no contaban para nada porque la relación entre Detlev y yo cada vez funcionaba mejor. Un domingo, a comienzos de 1976, lo llevé a casa. Sabía que mi madre y su pareja se encontrarían ausentes. Cociné para Detlev y le preparé un verdadero banquete. Nos sentamos en la mesa y almorzamos, como le correspondía a una pareja de veras. Lo pasamos realmente estupendo.

Después de aquella ocasión, no dejé de pensar en Detlev toda la semana. Esperé con impaciencia el día viernes y el momento de reencontrarlo en la ''Sound''. Llegué súper contenta y sin haber consumido ninguna droga antes. Detlev estaba emparejado con una chica que tenía aspecto de náufrago. Me senté al lado de ellos pero Detlev apenas me miraba. Estaba bastante ausente. En un momento pensé que me volvería a pasar lo mismo que con Atze. Pero ese idiota no me iba a plantar por esa morcilla viciosa…

Por de pronto, no se hablaban entre ellos y sólo intercambiaban una que otra frase incoherente. Lo único que comprendí es que hablaban de heroína. Y de súbito caí en la cuenta. Detlev le estaba pidiendo heroína o ella le estaba solicitando que le consiguiera una dosis a ella. Algo así. Sentí un pánico espantoso. Y aullé literalmente:'' ¡Muñeco de mierda! ¡Estás totalmente trastornado! ¡Tienes dieciséis años y sin embargo ya te quieres inyectar! ''

El no tenía deseos de escuchar. Yo proseguí:'' ¡Mándate tres viajes de una vez! Yo te los conseguiré, pero no te metas en líos, te lo imploro.'' Le supliqué suave y dulcemente. El reaccionó peor aún, con gran indiferencia. Y fue entonces que cometí un error garrafal- ahora que lo recuerdo bien. Estaba tan aterrada que volví a gritarle: ''¡Si te inyectar se acabó todo entre nosotros! Tienes el campo libre. No quiero verte más''. Después me levanté y me fui a bailar. Me moví como una idiota. No debí hacer ese espectáculo. Debí esperar a reencontrarme con él y hablar calmadamente. Yo ejercía influencia sobre él. Y sobretodo, no debí dejarlo sólo, ni un segundo, porque el ya estaba volado…

Dos horas después, alguien me dijo que Detlev y Bernd, su mejor amigo, se habían inyectado una pequeña dosis. Primero habían inhalado y después se inyectaron.

Volví a ver a Detlev en el transcurso de la noche. El me sonrió, - una sonrisa que parecía desde muy lejos. Tenía un aspecto muy alegre… Tampoco intentó acercárseme. Y yo no quería estar junto a él. Fue peor que aquella noche en que perdí a Atze. Detlev se fue. Partió a un mundo que no era el mío. De un plumazo, a causa de una inyección, ya no existía nada en común entre nosotros.

Yo continué frecuentando la ''Sound''. Detlev encontró pronto una nueva pareja. Se llamaba Angie. Era horrible y despojada de sentimientos. Pude constatar que entre ellos no existía contacto alguno. Jamás vi. a Detlev hablarle. Pero ella se inyectaba. Detlev iba a verme de vez en cuando pero se comportaba como un extraño. Por lo general aparecía cuando necesitaba cinco o seis marcos para inyectarse. Cuando tenía dinero se lo daba.

Los domingos por la mañana eran siniestros. Me arrastraba hacia el metro pensando:''Todo esto es una buena mierda''. Ya no supe quién era yo. No sabía porqué iba a la ''Sound'', porqué me drogaba, porqué debería intentar hacer otra cosa- no sabía absolutamente nada de nada, en que mundo vivía-… El hachís no me aportaba gran cosa. Cuando aterrizaba me encontraba en un aislamiento total, incapaz de hablarle a nadie de lo que me sucedía. Pero como ya no tenía a Detlev a mi lado de vez en cuando, comencé a acercarme más a los otros. Y cada vez consumía mayor cantidad de comprimidos.

Un sábado en el cual me encontré con dinero en el bolsillo llegué más lejos. Como estaba completamente bajoneada, me tomé tres Captagon, dos Efedrinas, algunos comprimidos de ''coofies'' (de cafeína) y los mezclé con una buena cantidad de cerveza. Como no me surtieron el efecto deseado, pesqué un Mandrake y una buena dosis de Valium y me los zampé. Todavía no sé cómo regresé a casa esa noche. En todo caso, me resbalé en alguna parte en un vagón del metro camino a casa. Vi unos peldaños delante de una tienda, me arrastré hacia allí, estaba extenuada. Al cabo de un rato, logré levantarme apoyándome en todo lo que pillé. De un farol a un árbol, de un árbol, al próximo farol, y así sucesivamente. El trayecto me parecía interminable. Pero era necesario hacerlo, hasta que pudiese caminar con más seguridad. De lo contrario moriría allí, en la calle. Lo peor era ese dolor en el pecho. Tenía la impresión de que alguien me había perforado. Era como si me hubiera hecho pedazos el corazón.

A la mañana siguiente, era lunes, vino mi madre a despertarme... Y en la tarde, cuando regresó de su trabajo, yo todavía estaba allí, inmóvil. Me hizo tragar numerosas cucharadas de miel Sólo después del martes, al mediodía, fui capaz de levantarme. Le conté a mi madre que estaba con gripe y bajo un fuerte estado emocional... Efectivamente, eso se me ocurrió de repente. Le expliqué que varias compañeras de curso estaban con ese bajón, que aquello era producto de la pubertad y del cambio de etapa de niña a adolescente. Evité a toda costa que llamase a un médico porque temía que se enterase de lo que ocurría realmente. Ella parecía estar siempre satisfecha cuando yo le proporcionaba informaciones de mi estado anímico. Mi bolso estaba repleto de pastillas. No tomé ninguna hasta el sábado siguiente. Me sentía muy mal.

El domingo, cuando fui a la ''Sound'', decidí regalarme un ''viaje''. Fue horroroso. Por primera vez sufrí un freak-out total. La máscara de Frankenstein que aparecía sobre la mancha azul en la parte baja del póster, comenzó a gesticular nuevamente. Después tuve la impresión que se chupaba mi sangre. Eso duró dos horas. No podía caminar, no podía hablar. Escuchaba sin entender en la sala de cine de la ''Sound'' y pasé cinco horas en la butaca con la sensación que se estaban chupando mi sangre.

No me quedó más alternativa que acabar con los comprimidos y con el LSD. Hacía tiempo que no fumaba ''hachís''. Sólo ingería uno que otro Valium y no probé absolutamente nada después durante un período de tres semanas. Fue un período macabro.

Nos cambiamos de casa, en la calle Kreuzberg, muy cerca del muro. El sector era feo pero los arriendos eran más bajos. Entonces tardaba media hora en el metro para llegar a mi escuela que estaba en Gropius. La ventaja era que estaba cerca de la ''Sound''. La ''Sound'' sin droga era una porquería. No pasaba absolutamente nada. Al cabo de unos días ví que por todas partes habían unos afiches absolutamente fuera de serie. Decían: ''David Bowie viene a Berlín''. ¡No podía creerlo! David Bowie era nuestro súper ídolo, el mejor cantante de todos, su música era lo máximo. Todos los chicos querían imitarlo. Y ahora, David Bowie venía a Berlín. Mi madre me dijo que en su oficina se había conseguido dos localidades gratuitas para el concierto. Curiosamente, de inmediato supe a quién le iba a regalar la otra entrada. A Frank. ¿Porqué a él? No me lo cuestioné. Frank pertenecía a la antigua pandilla de la ''Sound'' y era idéntico a David Bowie. Tenía el cabello rojo teñido con Henna igual que el cantante. Quizás fue por eso que lo escogí.

Frank había sido el primero de la pandilla en inyectarse. El primero que cayó en la dependencia física. Anteriormente le habíamos puesto el sobrenombre de ''Pavo frío''. Después todo el mundo le decía Macabeo, porque tenía el aspecto de un cadáver ambulante. Tenía dieciséis años, como la mayoría de los chicos de la pandilla... Pero era extraordinariamente perspicaz para su edad. Estaba por encima de todos y a pesar de ello, nunca adquirió aires de superioridad., ni menos ante una pequeña fumadora como yo. Escogí precisamente a un vicioso, a un drogadicto hasta los huesos, para que acompañara al concierto de David Bowie, a la noche que yo consideraba iba a ser la más importante de mi vida. En honor a la verdad yo no había tomado conciencia de lo importante que era todo este asunto hasta que se lo propuse espontáneamente a Frank. En aquel entonces mis actos eran producto de mi subconsciente. Estaba cambiando de actitud respecto de la heroína en el transcurso de aquellas semanas en que me asumí que ya no interesaban ya los comprimidos, ni el hachís ni el LSD… En todo caso, las barreras infranqueables que me aislaban de los viciosos comenzaron aparentemente a derrumbarse.

El día del concierto quedamos de encontrarnos con Frank en la Hermannplatz. Nunca había advertido lo muy delgado y alto que era. Me explicó que no pesaba más de sesenta y tres kilos. Venía del Servicio de Transfusión Sanguínea. Frank adquiría parte de su mercancía vendiendo su sangre. Y allí se la aceptaban a pesar de su aspecto cadavérico y de sus brazos repletos de pinchazos. Además, los viciosos solían padecer de hepatitis.

En el metro me recordé que había olvidado tomarme un Valium . Y se lo dije a Frank. Ya me había tomados algunos ya para sentirme bien pero no como para ''viajar'' al escuchar a David Bowie, y quería tener algunos más en caso de… De pronto, Frank no pensaba más que en ese Valium. Quería que regresáramos a mi casa por ellos. Le pregunté que porqué insistía en el asunto, El se conformó respondiendo que debíamos regresar a casa. Lo miré con mayor atención y me caí e la cuenta: sus manos estaban temblando, estaba con el síntoma de ''cold turkey''. Turkey es una palabra inglesa que significa ''pavo''. Cuando un pavo se pone nervioso se pone a batir sus alas. Entre nosotros usábamos ese vocablo a menudo para nombrar aquellas manifestaciones que se presentaban por carencia de droga, muy corriente entre los adictos. El efecto que provocaba la carencia de la inyección de heroína era macabro.

Le advertí a Frank que llegaríamos retrasados al concierto. Me dijo entonces que no había traído drogas ni dinero. A causa del concierto, no había podido comprar absolutamente nada, dijo que era un crimen ir a un concierto de David Bowie y no tener un solo Valium. Yo había visto a menudo personas con síndrome de abstinencia sin saber realmente de qué se trataba ese asunto.

En la Deutchlandhalle, en el lugar que se iba a realizar el concierto, el ambiente era espectacular. El público, fantástico, y sólo había fans alrededor nuestro. Unos soldados norteamericanos fumaban una pipa con hachís. No nos quedó más que conformarnos con mirarlos para ver si después la compartían con nosotros.

Frank estaba tirado en el piso como un pavo. Y cada vez se ponía peor.

David Bowie comenzó. Era espectacular. Mucho mejor de lo que yo imaginaba. ¡Sensacional! Pero cuando se escucharon los primeros compases de ''It is too late'', me deprimí. De repente descubrí que estaba arranada en el asiento como una idiota. Durante aquellas últimas semanas en las que no sabía que sentía ni porqué sentía, esa canción me tocó hasta la médula. Descubrí que la letra relataba una situación idéntica a la mía. En ese momento me habría venido de perillas un Valium.

Al finalizar el concierto, Frank apenas se sostenía de pie. Estaba completamente en completo ataque de abstinencia. Nos encontramos con Bernd, el amigo de Detlev. Dijo que había que hacer para ayudar a Frank. Se había inyectado una dosis antes del concierto pero que podía aguantarse otra.

Bernd trajo consigo dos dosis de LSD. Las vendió rápidamente a la entrada de la Deutchschlandhalle. Eso nos proporcionó algún dinero pero no nos alcanzaba. Para conseguir el resto había que sablear a los transeúntes. Yo era una maestra en la materia. Así era como recolectaba casi todo el dinero que necesitaba para drogarme en la ''Sound''.Delante de la Deutchschlandhalle eso marchó sobre ruedas. Entre las personas que salían del concierto, estaba lleno de esos que tienen mucho dinero y a los que no les sorprendía ser sableados por los drogadictos. Utilicé mi estrategia habitual:'' No tengo dinero para el metro…'' y las monedas tintineaban cada vez más dentro de mi bolso de plástico. Había que hacer un esfuerzo extra para poder comprar dos inyecciones de heroína. En esa época la mercadería buena aún era de buena calidad.

Bernd fue a comprarlas y de repente se me ocurrió algo: eres tú la que te conseguiste el dinero. Al menos, deberías probarla. Deberías comprobar si ese cuento es realmente tan espectacular. Si los que se la inyectan lucen tan felices después de aplicársela…No pensaba nada más allá de eso. Todavía no me había percatado que en aquellos últimos meses me había estado preparando sistemáticamente para pasar a la heroína. Tampoco me había dado cuenta de que estaba bajo una fuerte depresión, que ese ''It ¨s too late'' me había trastornado, y que las otras drogas no eran más que auxiliares. Aquel era el resultado lógico de mi historia del vicio... Yo me decía solamente que rogaba para que Bernd y Frank no se largaran y me dejaran sola en mi desesperación. Entonces les dije a los muchachos que quería, que deseaba intentarlo. Frank ya no tenía fuerzas para hablar pero empezó a sentir una rabia negra. Me dijo: ''No vas a hacerlo. No tienes la menor idea de cómo es este asunto. Si lo haces, te vas encontrar en un vacío desesperante como en el que me encuentro yo. Te vas a convertir en un cadáver.'' El sabía perfectamente que lo apodaban Macabeo.

Yo no fui, por lo tanto, la pobre niñita pervertida por unos drogadictos perversos. o por un desalmado revendedor. Ese era el tipo de historias que se leían en los diarios, pero no conocí ningún caso como ese, eso de ser ''drogadicto a la fuerza''. La mayoría de los muchachos acababan en la heroína cuando estaban maduros para hacerlo. Y yo ya estaba preparada. La rabia balbuceante de Frank sólo logró reforzar mi decisión. El estaba con crisis de abstinencia. Más que un tipo fantástico y superior ahora se había transformado en una pobre criatura que me necesitaba, y yo no lo iba a aceptar que me diera órdenes así como así. Le respondí: ''Entonces esa mercadería es mía porque al final de cuentas yo fui la que recolectó el dinero. Así que déjate de hablar estupideces. Yo no me voy a convertir en lo que tú eres. Yo me sé controlar. Quiero probar, quiero saber cómo es y después no tocarla nunca más''.

Entonces ignoraba hasta qué punto la crisis de abstención podía debilitar a una persona. Frank parecía estar muy impresionado con mi discurso y no abrió la boca. Bernd masculló algo pero no lo escuché. Les dije claramente que si ellos no querían dejarme probar, tenían que darme mi ración de todas maneras. Nos fuimos a esconder en el vestíbulo de un edificio. Y Bernd dividió la heroína en tres partes iguales. Yo estaba terriblemente ansiosa. Sin pensarlo mucho y sin mala intención, me obsesionaba una sola cosa: probarlo y reventarme de una vez por todas; hacía mucho tiempo que no tenía una sensación similar. Pero temía inyectarme. Les dije a los muchachos; ''No me voy a inyectar. Voy a inhalar.'' Bernd me explicó cómo lo debía hacer, pero no valió la pena. A fuerza de oír tanto acerca de la heroína ya sabía de memoria cómo hacerlo.

Cogí mi dosis y la consumí. Era amarga y desagradable; al principio, eso fue todo lo que experimenté. Reprimí mis deseos de vomitar y escupí parte del polvo. Después me hizo efecto y muy rápido. Tenía las piernas y los brazos muy pesados, pesados, pesados y después los sentí muy ligeros. Estaba horriblemente cansada pero me sentía de maravillas. Todos mis problemas desaparecieron de un solo viaje. Más que con ''Its too late''. Jamás me había sentido tan a mis anchas. Eso ocurrió el 18 de Abril de 1976, un mes antes de cumplir los catorce años. Jamás olvidaré esa fecha.

Frank y Bernd se fueron a inyectar al coche de un toxicómano. Quedé de reunirme con ellos en la ''Sound''. Ya no me importaba en lo absoluto estar sola. Al contrario, encontré que era una sensación maravillosa. Me sentía muy fuerte. En la ''Sound'' me senté en una banqueta. Astrid, mi mejor amiga de esa época, llegó, me miró y gritó: ''Dime la verdad. ¿Consumiste heroína?

¡Qué pregunta tan idiota! Entonces exploté: ''Fuera de aquí'' ¡Apresúrate en salir de este lugar''! Yo no comprendía porqué actuaba de esa manera…

Frank y Bernd llegaron. Frank había vuelto ser el tipo sensacional de antes. Detlev no estaba allí. Tenía sed y fui a buscar un jugo de frutas. No bebí más que eso en toda la noche. En aquellos momentos, el alcohol me disgustaba profundamente.

Como a las cinco de la mañana, Bernd propuso que fuéramos a su casa.Y fuimos. Me colgué alegremente del brazo de Frank. El jugo de frutas se me empezó a revolver en el estómago. Sentí náuseas. Vomité en el camino y me dio exactamente lo mismo ¿Los otros? Tampoco parecieron notarlo

Tenía la impresión de haber descubierto una nueva familia en la que había refinamiento y elegancia. Yo no hablé mucho pero tenía la impresión de que podía confiar en decir cualquier cosa delante de esos muchachos. La heroína nos convirtió en hermanos. Estábamos a parejas. Podía revelarles mis más secretos pensamiento. Después de esas semana de desamparo tuve la impresión de no haber sido nunca tan feliz.

Dormí con Bernd, en su cama. El no me tocó. Nosotros éramos hermanos y también estábamos hermanados en la heroína. Frank se acostó en el piso y apoyó la cabeza en el sofá. Permaneció allí hasta las dos y media de la tarde. Después se levantó porque de nuevo estaba con crisis de abstinencia y tenía que inyectarse.

Yo comencé a sentir una comezón en todo el cuerpo. Me había acostado desnuda y me rascaba con el cepillo para el cabello. Me rasqué hasta sangrar, en especial, en los tobillos. No estaba sorprendida porque sabía que los adictos sufrían de comezón. Era por eso que los reconocía en la ''Sound''. Las pantorrillas de Frank estaban en carne viva- excepto un trozo de piel que se había salvado. El no se rascaba con un cepillo pero si usaba un cortaplumas para hacerlo.

Antes de salir me dijo:'' La droga que me diste te la devolveré mañana'' El estaba convencido que yo ya me había convertido en una viciosa. Comprendí lo que quiso decirme entrelíneas y le respondí con gran desparpajo:''No, déjalo, no importa si no me la devuelves hasta dentro de un mes''.

Volví a dormirme, calmada y contenta. En la noche, regresé a casa. De vez en cuando me perseguía un pensamiento:'' Mierda, tu sólo tienes trece años y ya te pasaste a las filas de la heroína''. Pero lo ahuyentaba de inmediato. Me sentía demasiado bien como para reflexionar más allá. Al comienzo no se tienen crisis de abstinencia. Me sentí de maravillas durante toda la semana. En la casa, ni una pelea. En el colegio, me tomé las cosas de un modo muy relajado, estudiaba poco y sacaba buenas calificaciones. En el transcurso de las semanas siguientes, recobré mi autoestima. Me sentía verdaderamente reconciliada con la vida y con lo que me rodeaba. Durante la semana, regresé al Hogar Social. Cuatro compañeros se habían pasado a la heroína como yo. Me sentaba junto con ellos- ahora éramos cinco-, marginados de los demás. Muy rápidamente, el Hogar Social empezó a albergar muchos heroinómanos. El polvo blanco comenzó a dispersarse como polvareda sobre el sector Gropius.

JURGEN QUANDT

Pastor, Capellán de la Juventud y responsable del Centro Socio-Cultural Protestante ''El Hogar Social''.

El sótano del Hogar Social fue, con el correr de los años, el principal punto de encuentro de los jóvenes de la Comunidad Gropius y del barrio Neukolln. Allí acudían por las tardes alrededor de quinientos jóvenes hasta Diciembre de 1976, cuando tuvimos que cerrarla porque el consumo de las drogas estaba causando estragos. Nosotros pensamos que la clausura atraería la atención de los Servicios Públicos acerca de aquella catastrófica situación.

Nosotros los educadores fuimos los primeros en sorprendernos en observar la rapidez con que las drogas duras se habían empezado a imponer en la Comunidad Gropius. Durante la época del movimiento estudiantil discutimos acerca del uso de las drogas dulces para que surgiera una conciencia crítica en nuestro ambiente. Sin embargo, en el corto lapso de unos pocos meses, unas cincuenta personas de nuestro Hogar estaban involucradas con las drogas duras. Todo esto ocurrió como si nuestras tentativas de vigilancia, nuestros esfuerzos por persuadir a los jóvenes del peligro con argumentos, - en vez de recurrir a medidas disciplinarias-, fueron acogidas como una invitación a llegar ''más lejos'', como una ratificación de nuestra impotencia en la lucha contra la droga.

Nuestro trabajo en el Hogar Social nos hizo constatar rápidamente que los Servicios Públicos se negaban todavía a admitir que la ''epidemia de la droga'' no se batía en retirada. Por el contrario, si el problema se hubiese atacado cuantitativamente como cualitativamente, no habría logrado alcanzar dimensiones comparables a la de los Estados Unidos.

Las personas más amenazadas hoy en día son los jóvenes trabajadores sin formación y los chicos cesantes. Por lo tanto, a nosotros .los educadores no nos quedaba otra alternativa que protestar públicamente contra la política del avestruz de las autoridades. El cierre del sótano debió- así opinamos nosotros- encender una luz entre muchos que preferían dejar este problema a la sombra. Efectivamente, los Servicios Públicos de Berlín Oriental han tomado conciencia del problema de la droga y se están preocupando en forma responsable de este problema.

Nosotros reabrimos el sótano después de haber recibido algunas satisfacciones en numerosos objetivos. Estas son las condiciones que se impusieron en esta nueva incursión. Una consulta especializada, subvencionada por el Estado fue creada en Neukölln y en la Comunidad Gropius para poner en marcha un centro de prevención móvil. Estábamos mejor equipados en materias terapéuticas. A pesar de eso, dos años después, los problemas de la droga no carecían de gravedad e igual habrían arrasado con la nueva generación. En lo que se refiere a los que estaban sumidos en el mundo de la heroína durante los dos últimos años….la mayoría falleció.

Las condiciones de vida de los jóvenes de Gropius no habían mejorado. A los antiguos problemas se habían agregado otros. Cada vez, y con mayor frecuencia, los muchachos portaban armas, y no dudaban dado el caso, en hacer uso de éstas. Se constató, asimismo, que había surgido un nacionalismo agresivo acompañado de una propensión a dejarse influir por el pensamiento fascista.

La mayoría de los jóvenes con los que trabajábamos en el Hogar Social provenían de familias de obreros. A pesar de la aparente mejoría de su nivel social, sus condiciones de vida no habían cambiado y durante los últimos años tendían a empeorar. La escuela les imponía un creciente stress, una lucha por la vida cada vez más dura para sobrevivir en el seno de hogares en los que prevalecía la cesantía y los conflictos familiares.

Una circunstancia agravante: dentro del gran conjunto de la Comunidad Gropius en el que viven 45.000 personas, todos los problemas se cuestionan en términos masivos (masas de jóvenes cesantes, masivos fracasos escolares, familiares, etc.)

Por otra parte nos encontramos con el problema del ''entorno natural'' que no admitía casi ninguna naturaleza ''real'' y por tanto, ofrecía reducidas posibilidades de relajación y de reposo. Los más frágiles; los niños, los adolescentes y los ancianos, son los más expuestos y los que más sufren con esta inquietante situación.

En la Comunidad Gropius, por ejemplo, no había espacios para que jugaran los niños porque cuando terminaron los trabajos de construcción se percataron de que no había terrenos disponibles para la recreación de sus habitantes. No existían espacios para los momentos de esparcimiento de los adolescentes y los adultos, y por sobretodo, no había lugares para el disfrute de los ancianos. Allí no hay ni un gran parque, ni césped ni bosques: ningún sitio en donde los niños puedan jugar libremente y en donde los adultos pudiesen salir a pasear.

Estos grandes conjuntos fueron concebidos únicamente en función de la rentabilidad del capital y no de acuerdo a requerimientos de seres humanos. También les impusieron a las personas que viven allí, una manera de vivir en donde las condiciones solamente podemos sospecharlas hasta la fecha, y que comienzan a ser en la actualidad, cada vez más evidentes…

Las dificultades materiales constituyen siempre el origen de numerosos conflictos y problemas. El alto costo de los arriendos, la permanente alza en los precios de los productos de primera necesidad, obligan a ambos padres a salir a trabajar, induce a hombres y mujeres a invertir una mayor cantidad de energía y fuerzas vitales en sus trabajos cotidianos, sin que por esto reciban un aporte real de bienestar y recompensa económica suficiente.

La droga, es desde siempre, uno de los más horribles medios utilizados para impedir que los hombres tomen conciencia de que son víctimas de las revoluciones sociales. Este fue exactamente el rol que ejerció el alcohol durante largo tiempo entre las clases obreras. Durante los últimos decenios, otras drogas se han introducido en el mercado: los medicamentos psicotrópicos, en donde el comercio es legal y cada vez más fructífero. Abundan productos ilegales pero no menos rentables como la heroína y la cocaína.

De hecho, lo más asombroso no es el nombre de los toxicómanos, pero si el de aquellos que a pesar de sufrir enormes dificultades, no recurren a la droga. Este hecho es válido también para los jóvenes: al tomar cuenta de su situación, el aumento de la toxicomanía, la delincuencia, la violencia y la propagación de modas de orientación fascista, no deja de ser sorprendente que existan muchachos que no hayan caído en el vicio de la droga.

CHRISTIANNE

Al fin de semana siguiente de haber ingerido mi primera dosis de heroína, me encontré con Detlev en la ''Sound''. Se me dejó caer de inmediato: ''Lo has hecho. Me parece que estás totalmente chiflada''. Astrid se había encargado de propagar la noticia.

Le respondí:''Calma., chiquito. Tú estarás enganchado pero yo no me pienso enviciar''.

Detlev no quiso responder. De todos modos, en esos momentos no estaba con crisis de abstención- todavía no había alcanzado el estado de dependencia física- pero ya había empezado a inyectarse con frecuencia. Terminó por decirme que andaba con ganas de comprar un poco de droga pero que andaba corto de plata.

Yo: ''Tú sabrás, chiquito. Ese es problema tuyo.'' Luego le sugerí que juntos consiguiéramos unos marcos. Estuvo de acuerdo pero lo mataba la curiosidad de saber cómo íbamos a solucionar el problema económico. En veinte minutos recolecté veinte marcos. Detlev consiguió bastante menos pero teníamos suficiente para ambos. A esas alturas del partido necesitábamos una dosis mínima para pasarlo bomba. El asunto de la repartija no entró en discusión, estaba tácitamente establecida. Aquella tarde Detlev se inyectó y yo aspiré. Ese fue mi despegue: mis auspiciosas promesas de no volver a aspirar heroína se esfumaron.

Detlev y yo comenzamos a andar juntos de nuevo. Como si nunca nos hubiéramos separado, como si esas semanas en las que nos vimos envueltos en la ''Sound'', cuando nos tratamos como extraños, no hubiesen existido jamás. Ni el ni yo hicimos ningún comentario al respecto. El mundo había vuelto a ser tan hermoso como ese domingo en el que cociné para Detlev y almorzamos después.

En el fondo, estaba contenta de que las cosas hubieran tomado ese rumbo. Si no hubiera insistido en la heroína, nunca más habría vuelto a ver a Detlev. Pensé que en el futuro me convertiría en una toxicómana de wikén. Uno siempre cree que puede cuando se inicia para luego comprobar que los toxicómanos de wikén no existen, que nadie se puede conservar en esa condición. Además, imaginaba que podía salvar a Detlev, que podía impedir que se transformarse en un drogadicto desde la punta de los pies hasta la punta de la cabeza. Me sentía satisfecha haciéndome esas ilusiones.

Es muy posible que mi subconsciente no compartiera aquellas ilusiones. No quería escuchar que me hablasen de la heroína: si alguien se atrevía a hacerlo me ponía de malhumor y le gritaba que desapareciera de mi vista. Como cuando Astrid me empezó a hacer un montón de preguntas después que aspiré heroína la primera vez. Me dediqué a odiar a todas las niñas de mi edad que tenían mi misma pinta. Las tenía súper cachadas . Las que estaban en el metro eran las mismas que iban a la ''Sound'' : mocosas agrandadas que desde los doce o trece años ya consumían hachís, andaban voladas y andaban vestidas en forma súper liberal.

Me repetía a mí misma: ''Esta mocosita va a terminar por inyectarse.'' Yo no era mal intencionada por naturaleza pero esas niñas me sacaban de quicio. Las odiaba, si, las odiaba con toda mi alma. En esa época no me daba cuenta que me estaba empezando a odiar a mi misma.

Después de ingerir heroína durante los fines de semanas sucesivos, dejé de hacerlo durante un período de quince días. No me pasó absolutamente nada, al menos, era lo que imaginaba. Físicamente, no me sentía ni mejor ni peor que cuando comencé a drogarme con heroína. Sin embargo, para los demás… estaba inmersa de nuevo en esa mierda. No sentía agrado por nada, comencé a reñir de nuevo con mi madre. Al cabo de unos días, se iniciarían las vacaciones de Semana Santa. Eso fue en el año 1976.

El primer sábado de aquellas vacaciones me encontraba en la ''Sound'' , sentada en una banqueta al costado de una escalera: Una vez más me pregunté qué era lo que estaba haciendo en ese sitio. Dos chicas descendieron por la escala. Debían tener alrededor de unos doce años pero andaban con sostenes camuflados, maquillaje, intentaban aparentar que tenían dieciséis. Yo también le contaba a todo el mundo- excepto a mis amigos íntimos- que tenía dieciséis años y me maquillaba para verme mayor. Esas dos niñas me cayeron como patada. Pero al mismo tiempo me comenzaron a interesar. Al poco rato, no les podía sacar los ojos de encima.

Me di cuenta de inmediato que querían conectarse., ser aceptadas dentro de alguna pandilla. Y la más prestigiosa, para ellas, debía serlo, por cierto, la de los adictos. Conocían a Richi, el jefe de los meseros de la Sound- era el único viejo entre los empleados, tenía alrededor de cuarenta años. Le gustaban mucho las chicas de esa edad. Las dos niñitas se instalaron entonces junto a Richi. Ellas dirigían sus miradas

de manera manifiesta en mi dirección. Se dieron cuenta que yo las miraba con insistencia. Sin lugar a dudas porque se percataron que éramos de la misma edad. Después una de ellas se me aproximó. Tenía un rostro verdaderamente angelical que emanaba inocencia… Y se presentó:'' Soy Babsi'' y me preguntó si le podía conseguir una volada.

''¿Una volada'' ¿Y qué piensas hacer? Olvídalo. Esas son palabras mayores.'' Yo saboreaba mi superioridad. Era necesario que aprendiese que hacer migas con una perita de la heroína no era un asunto así como así. Ella debió encontrarme muy segura de mí misma. Además, sospechó que estaba involucrada desde hacía mucho tiempo en el cuento de las drogas. Babsi ofreció comprarme un jugo de frutas. Partió a buscarlo y regresó de inmediato. Apenas se sentó y dio vuelta la espalda, se aproximó la otra chica que andaba con ella. Se llamaba Stella. Quería saber qué me había dicho Babsi. Le respondí: ''una volada''. ''¿Y tenía dinero''? me respondió ''A mí me faltan cinco marcos. Ese mocoso me los robó'' agregó. A Stella la habían desplumado en la ''Sound''. Desde entonces estábamos las tres siempre juntas. Babsi y Stella se convirtieron después en mis mejores amigas. Hasta que Babsi pasó a invadir la prensa con la noticia de su muerte: falleció de una sobredosis y fue la víctima más joven de la droga reconocida en Berlín hasta esa fecha.

Babsi regresó con el jugo de frutas. Ella me disgustó pero al mismo tiempo como que tenía esa cara tan angelical y ese modo tan ingenuo que terminé encariñándome con ella... En síntesis: Babsi y Stella se habían retirado de la escuela, un colegio de enseñanza general, porque estaban muy retrasadas respecto de sus compañeros. Eso les ocurrió porque se metieron en una pandilla de mala muerte. Por eso se habían arrancado de sus casas y andaban en busca de nuevas experiencias. Babsi tenía doce años y Stella trece.

Invité a Babsi para que fuera a mi casa al día siguiente por la mañana. Como andaba con la espalda descubierta, le pasé dos polerones míos y un cuadro. Luego durmió en mi cama durante un rato mientras yo me preparaba un pitillo. Entonces descubrí que era realmente simpática .Al día siguiente me hice amiga de Stella. Estas niñas habían sido cómo era yo algunos meses atrás. Me sentía mucho más a gusto con ellas que con los yunkis. Fumaban hierba e ingerían LSD. Gracias a ellas ya no me junté más con personas que de lo único sabían hablar era de drogas. Yo me contentaba con mi pequeña dosis de los sábados por la tarde. Los demás estaban indignados al ver que yo me juntaba con esta dos mocosas, pero a mí me daba lo mismo.

Teníamos un montón de temas de conversación. Compartíamos los mismos problemas familiares por lo tanto, cuando nos quedábamos las tres solas teníamos mucho que conversar. El padre se Babsi se había suicidado .Babsi era muy pequeña en aquel entonces. Su madre era modelo y antes había sido bailarina. Su padrastro era un gran pianista, ''de fama internacional'', precisó. El era muy presumido. Babsi no se alegraba para nada cuando pasábamos por una tienda de discos y mirábamos todos esos LP con el nombre y la foto de su padrastro en la portada. Pero el gran artista no parecía interesarse en ella. Babsi vivía con sus abuelos quiénes la habían prácticamente adoptado. Le brindaban una vida de princesa. Poco después fui a su casa: ví su dormitorio -fantástico -, con unos muebles soberbios. Tenía un tocadiscos último modelo y cantidades de discos. Y trapos tirados por todas partes. Pero ella no se llevaba bien con su abuela, la que era una verdadera arpía. Lo único que deseaba Babsi era regresar a su hogar junto con su madre. Es por eso que su lujoso cuarto le resultaba absolutamente indiferente.

La madre de Stella era muy hermosa. Stella la quería mucho. Pero no le dedicaba ningún tiempo a su hija ni se preocupaba por ella. Además, era bebedora excesiva. Su problema era que sola no se podía desenvolver bien en la vida. El padre de Stella había muerto tres años antes en un incendio. Stella tenía un ídolo: Muhammed Ali. Admiraba su fuerza. En mi opinión el encarnaba a su padre y al hombre de su vida a la vez.

Nosotras tres estábamos, de alguna manera, metidas en el mismo bote. Yo estaba en lo cierto cuando las ví la primera vez esa primera noche en la ''Sound'': terminaron inyectándose. Eso no impidió que me enojara con Stella la vez que me pidió una dosis de heroína. Exploté y las regañe rabiosamente:'' No toques esa mierda.De todos modos, nadie te va a convidar. Por mi parte, estoy pensando en dejar este vicio. No te va a aportar absolutamente nada.'' Les pedí a los otros que no le pasaran mercancía. El asunto acabó cuando algunos días más tarde apareció Blacky y Stella logró conmoverlo: era el muchacho de la pandilla que terminó siendo su pareja. Empezó por aspirar heroína, y por cierto, Babsi la imitó.

Sin embargo este par se vio impedidas de proseguirán sus andanzas: fueron cogidas en una redada y las regresaron a sus familias. No las volví a ver hasta varias semanas después.

La primavera llegó y poco a poco la vida comenzó a renacer. Siempre me sentía alegre durante los primeros días de esa estación. Eso me ocurría desde mi infancia. Recuerdo que entonces me gustaba caminar con los pies descalzos, quitarme la ropa, chapotear en el agua, ver florecer el jardín. Pero durante la primavera de 1976 escuchaba en vano mis antiguas sensaciones de bienestar. Me decía a mí misma que era imposible que la vida no me pareciera más hermosa cuando el sol parecía abrigar más y más. Pero yo arrastraba siempre un montón de problemas sin entender bien claramente cuáles eran. Cuando ''aspiraba'' los problemas se disipaban pero hacía tiempo que una dosis no me hacía efecto durante una semana completa.

Durante ese mes de mayo celebré mi cumpleaños número décimo cuarto. Mi madre me dio un beso y un billete de de cincuenta marcos. Había ahorrado esa suma del dinero de las compras. Me recomendó que me comprara algo que me gustara realmente.

En la noche fui a la Kurfurstentrasse y gasté cuarenta marcos en heroína. Nunca había tenido tal cantidad de heroína en mis manos. Después me compré un paquete de cigarrillos por seis marcos- a esas alturas me había convertido en una fumadora empedernida capaz de despacharme una cajetilla en dos o tres horas. Me quedaron cuatro marcos para la discoteca.

En la ''Sound'' me junté con Detlev . Me besó tiernamente y me deseó un feliz cumpleaños. Le correspondí sus felicitaciones a mi vez: su cumpleaños había sido dos días antes. Estaba un poco triste porque sus padres no lo habían saludado ese año. Sólo su abuela. Estaba más apenado que yo. Intenté consolarlo con un:'' No te hagas mala sangre, chiquito''. Pero le tenía un regalo increíble: algo para inyectarse. Tenía una cantidad de droga como para que ambos nos pegáramos una volada sensacional.

Después de nuestra pequeña fiesta de cumpleaños- una feroz ''aspirada'' mía y una fuerte inyección para Detlev- nos sentimos más unidos que nunca. Antes, Detlev solía malgastar su tiempo con compañeros mientras yo estaba con Babsi y Stella. Fue entonces cuando descubrió que ya no tenía un minutos libre. Detlev no estaba casi nunca ocupado, había abandonado su trabajo de plomero. Y cuando necesitaba dinero, se reventaba de desesperación.

Llegaron entonces las vacaciones de verano. El primer día de vacaciones fui a la playa de Wansee con algunos compañeros. De nuevo me sentí completamente bajoneada. Aprendí de inmediato a procurarme el dinero para la mercadería.

Me instalaba en el bosque, el rincón favorito de las ancianas porque no toleraban bien el calor del verano. Al comienzo nos contentábamos con cubrir nuestras necesidades más esenciales. Nos fijábamos en aquellas personas que partían a bañarse y dejaban una manta y una nevera portátil. Yo me aproximaba diciendo en voz muy alta:'' Mira abuela, desaparecieron'' y cogía algunas latas de Coca- Cola que estaban dentro de la nevera y salía arrancando. La vez anterior había cogido una toalla y una manta. En la noche mi botín se enriqueció con algunos confites y una radio portátil. Detlev se apoderó de un reloj.

En la ''Sound'' vendí de inmediato la radio en cincuenta marcos. Fue una jornada increíble. Estaba totalmente ansiosa cuando le dije a Detlev:''Dime qué hago. Estoy aburrida de aspirar. Me voy a inyectar''.

Detlev se enojó por la forma en que lo dije. Al fin de cuentas, aspirar o inyectarse era casi lo mismo. Sólo que cuando aspiraba uno no pasaba por ser una auténtica adicta.

En la Kurfurstenstrasse, nuestro vendedor habitual nos reconoció de lejos. De inmediato enfiló hacia algunas calles alejadas y permaneció en un rincón tranquilo. Le compré cuarenta marcos en mercadería. Estaba muy decidida con el asunto de la inyección. Cuando uno aspira la droga, el despegue es más lento, pero cuando uno se inyecta, se parte como cohete- entendí porqué los demás lo comparaban con un orgasmo. Tenía que probar esa sensación. No se pasó por la mente ni un segundo que me estaba hundiendo cada vez más en la mierda.
Me dirigí al WC público del costado de la calle Postdamer. Un lugar asqueroso. Estaba lleno de vagabundos a la entrada del W: C: Los alcohólicos pernoctaban allí. Les distribuí un paquete de cigarrillos. Estaban acostumbrados a esperar nuestra llegada.

Fuimos con Tina, una muchachita de la ''Sound''. Detlev sacó los utensilios- jeringa, cuchara, limón- de una bolsa plástica. Vertió el polvo en la cuchara, agregó un poco de agua y de jugo de limón. Esa era la manera en que mejor se disolvía la droga porque nunca estaba lo suficientemente purificada. Había que utilizar una jeringa para calentar el polvo con un encendedor. La jeringa había sido usada anteriormente, era desechable y repugnantemente sucia, con una aguja completamente roma. Detlev fue el primero en inyectarse, después le tocó el turno a Tina. La aguja quedó completamente obstruida, inutilizable. Al menos, eso fue lo que ellos dijeron. Quizás para impedir que me inyectara pero yo quería hacerlo de todas maneras.

Apareció otro adicto en el WC. Un tipo completamente reventado, en un estado de decadencia impresionante. Le pedí que me prestara sus utensilios. Aceptó. Pero de pronto sentí una tremenda repugnancia por tener que hundí esa aguja en mi vena. La coloqué allí donde correspondía, allí donde me sangraba el brazo. Sabía cómo hacerlo. Lo había visto hacerlo a menudo, pero no, no podía… Detlev y Tina se hicieron los desentendidos. Me vi en la obligación de pedirle a ese tipo que me ayudara. Por cierto, se dio cuenta de inmediato que se trataba de mi primera experiencia. Me sentí bastante estúpida delante de ese experimentado personaje.

Me dijo que iba a realizar algo deleznable pero cogió la jeringa. Como mis venas eran apenas visibles, le costó descubrir una… Volvió a intentarlo en tres ocasiones antes de volver a llevar un poco de sangre al tubo. Gruñó una vez más que todo aquello era asqueroso y me inyectó la dosis completa. Partí, realmente, como un cohete. Pero era así como imaginaba un orgasmo y de repente, estaba como metida en la niebla, estaba apenas consciente de lo que sucedía a mi alrededor, no pensaba en nada. Fui a la ''Sound'', me instalé en un rincón y bebí un jugo de frutas.

Detlev y yo estábamos en igualdad de condiciones. Nos unimos para siempre, como una pareja de casados. Sólo que no nos acostábamos juntos. No teníamos ningún contacto sexual. Yo no me sentía todavía muy madura para eso y Detlev lo aceptó sin mayor discusión. Por eso también lo encontraba fantástico. Era un tipo extraordinariamente decente.

Yo sabía que llegaría el día en que me iba a acostar con él. Y estaba contenta de no haberlo hecho nunca con otro muchacho. Estaba segura que lo nuestro iba a durar siempre. A la salida de la ''Sound'', Detlev y yo nos fuimos caminando hasta mi casa. Eso nos tomó dos horas. El por lo general hacía ''dedo'' para regresar a su casa. Vivía con su padre.

Hablamos de un montón de cosas completamente extrañas. Yo había perdido todo sentido de la realidad. Para mí, la realidad era irreal. No me interesaba ni el ayer ni el mañana. No tenía proyectos. Solo poseía sueños. Mi tema de ensoñación favorito era imaginar qué haríamos Detlev y yo si tuviésemos mucho dinero. Nos compraríamos una gran casa, un súper auto y unos muebles enfermos de finos. Soñaba con un montón de cosas . La heroína quedaba excluida.

A Detlev se le ocurrió una manera de enriquecerse. Un revendedor estaba dispuesto a integrarlo en su red por cien marcos de heroína a crédito: había que confeccionar raciones pequeñas que se venderían en veinte marcos cada una: se obtendrían cien marcos de beneficio. Volveríamos a comprar mercadería con ese dinero y duplicaríamos nuestro capital de inversión y así sucesivamente. Encontré genial su idea. En aquella época nos forjábamos bellas ilusiones gracias al tráfico de drogas.

Así fue cómo Detlev obtuvo cien marcos de heroína a crédito. En ese tiempo había escasez de revendedores. No nos arriesgamos a vender por nuestra cuenta por lo que decidimos trabajar en la ''Sound''. Detlev, con su corazón de oro, terminó aprovisionando a personas que no tenían un cobre y a los que tenían crisis de abstinencia. Les entregaba mercadería a crédito, y naturalmente, jamás pagaron. La mitad de la heroína desapareció de esa manera y la otra mitad, la consumimos nosotros. Por lo tanto, no hubo más mercadería ni sueldo.

El tipo que entregó mercancía a Detlev estaba furioso pero se conformó con vociferar como loco. Sin duda, el quiso probar la capacidad de revendedor de Detlev. El examen fue concluyentemente malo.

Durante de las tres primeras semanas de vacaciones, Detlev y yo nos encontrábamos todos los días al mediodía. Y, por lo general, salíamos en busca de dinero. Intenté algunos trucos que jamás me habría atrevido a realizar antes. Volaba como una urraca por las grandes tiendas en busca de objetos fáciles de vender a bajos precios en la ''Sound'' Aquello nos permitía proveernos escasamente de dos inyecciones diarias pero aún no necesitábamos ingerir esa dosis. Todavía no estábamos en condiciones de dependencia física, y un día ''SIN'' de vez en cuando no nos atemorizaba.

Para la segunda mitad de las vacaciones estaba previsto que fuera a casa de mi abuela que vivía en una pequeña aldea de Hesse. Quizás suene como algo extraño pero la verdad que estar en la casa de mi abuela me llenó de alegría. También gocé con la idea de ir al campo. Por otra parte, no me veía pasando dos otras semanas sin Detlev ni tampoco algunos días sin la ''Sound'' y sin las luces de la ciudad. A pesar de todo, sin embargo, estaba súper contenta de compartir con jóvenes que no conocían la droga, de poder andar a caballo, bañarme, etc. La verdad es que a esas alturas, no tenía muy clara mi identidad.

Sin darme cuenta me convertí en dos personas absolutamente opuestas. Me escribía cartas a mí misma. Más precisamente, Christianne le escribía a Vera. Vera era mi segundo nombre. Christianne era la niña de trece años que anhelaba ir a casa de su abuela . Esa era la niña buena. Vera, bueno, esa era la drogadicta.

Tan pronto mamá me dejó en el tren no fui más que Christianne. Y, una vez que estuve en la cocina de mi abuela, me sentí completamente en casa, como si jamás hubiese puesto mis pies en Berlín. El sólo hecho de ver a mi abuela sentada en aquella cocina, con su aspecto tranquilo y relajado, hizo que mi corazón rebosara de calidez. Era una verdadera cocina campestre, con el horno casi siempre encendido, con calderos y sartenes inmensos, siempre un buen guiso cocinándose lentamente al fuego. Como en un libro de cuentos. Me sentía a gusto.

Muy pronto comencé a reunirme con mis primos y primas y con otros chicos de mi edad. Todavía eran menores. Como yo. Volví a reencontrarme con las delicias de mi infancia. No sabía cuánto tiempo iba a sentir esa felicidad bajo mi piel. Abandoné en un rincón mis botas de tacones altos. Me prestaron unas sandalias y cuando llovía, usaba botas de goma. No toqué más que una vez mis productos de maquillaje. Aquí no había necesidad de andar demostrando nada. A una la aceptaban tal cuál una era…

Anduve mucho a caballo. Se organizaron un montón de competencias tanto pedestres como ecuestres. Pero nuestro sitio predilecto para jugar fue siempre el arroyo. Como habíamos crecido, los diques que construíamos ahora tenían enormes proporciones. Los chicos estaban acostumbrados a crear verdaderos lagos artificiales. Y cuando salíamos a excursionar de noche nos tropezábamos con una cascada de agua, de por lo menos tres metros, que descendía por el arroyo.

Por supuesto, los demás me preguntaban acerca de mi vida en Berlín, de lo que hacía, etc. Pero no les conté gran cosa. No tenía ningún interés en trasladarme mentalmente a Berlín. Era increíble pero tampoco pensaba en Detlev. Le había prometido escribirle a diario pero terminé haciéndolo en forma ocasional. De vez en cuando, en las noches, intentaba pensar en él pero apenas recordaba sus rasgos. Tenía la impresión de que el pertenecía a otro mundo donde yo no comprendía la forma de existir.

Después comencé a tener crisis de angustia. Me ocurría cuando estaba sola en mi cama. Veía flotar delante de mis ojos tal cantidad de fantasmas, los rostros de los tipos de la ''Sound'' y pensaba que pronto debía estar de regreso en Berlín. Le tenía pánico a mi regreso a Berlín. Me decía mí a misma que podía solicitarle a mi abuela que me permitiese permanecer junto a ella. Pero no sabía cómo exponer el motivo. ¿Qué le diría a mi madre? Tendría que confesarle todo. Pero no me resolvía a hacerlo. Mi abuela se quedaría tiesa si yo le contaba que su pequeña nieta se drogaba con heroína.

Por tanto, no tenía otra alternativa que regresar a Berlín. El ruido, las luces, la animación, todo aquello que me agradaba tanto hasta hace poco, ahora me exasperaba. En la noche, el bullicio me impedía dormir. Me daba pánico ir a la Kurfurstentrasse con todo ese tráfico automovilístico y ese gentío.

Al comienzo no intenté reaclimatarme en Berlín. Sabía que mi curso iría de excursión por algunos días. En ningún instante soñé con volver a comprar droga. Por lo tanto, guardaba los cincuenta marcos que me había regalado mi madrina. No volví a buscar a Detlev. Me dijeron que había desaparecido de la ''Sound''.

Ese viaje de vacaciones me brindó mucha alegría pero al cabo de dos o tres días de mi regreso a casa comencé a sentirme mal. Tenía dolores de estómago después de comer, las excursiones comenzaron a agobiarme. Cuando fuimos en el autobús a conocer la fábrica de chocolates Suchard, Kessi, que estaba sentada a mi lado, me dijo bruscamente: ''Dime ¿porqué estás amarilla como un membrillo? Debes estar con ictericia''.

Era eso. Lo sabía muy bien, todos los adictos la contraían. Era por el asunto de las agujas y jeringas sucias, por aquello de que pasaban de una mano a otra. Por primera vez, y desde hacía mucho tiempo, pensé nuevamente en la heroína. Y de inmediato recordé la aguja asquerosa de mi primera inyección. Pero después me di cuenta que Kessi no me había hablado muy en serio y pensé que habían pasado muchas semanas desde entonces, seguramente se trataba de una equivocación.

En la puerta de las fábricas Suchard me compré una cuchara de plástico y luego me dirigí al Palacio de la Reina del Chocolate. Puse a remojar la cuchara dentro de cada cuba y devolvía el contenido cuando no me gustaba el sabor. Cuando descubría uno que me fascinaba, desviaba la atención del guía y le hacía un montón de preguntas para aprovechar de sacar otro poco. También desocupé los bolsillos de mi chaqueta para convertirlos para convertirlos en verdaderas alforjas y a la salida, éstos desbordaban de chocolates.

Apenas emprendimos el viaje de regreso juré no volver a probar un chocolate en mi vida. Cuando llegamos a nuestro centro de recepción, me derrumbé. Debí comer kilos de esa masa cremosa y chocolateada. Mi hígado reventó definitivamente.

El maestro, por su parte, notó el tono amarillo de mi piel. Mandó a llamar a un médico y de inmediato una ambulancia me trasladó al hospital. El cuarto de aislamiento del Servicio Pediátrico era muy pequeño, de una blancura inmaculada. Ningún cuadro ni imagen alguna pendía de aquellos muros, las enfermeras me traían los medicamentos y mi comida, sin proferir, prácticamente, una palabra. Un médico hacía su aparición de vez en cuando y me preguntaba cómo seguía. Tres semanas transcurrieron sin mayores variaciones. No tenía derecho a abandonar mi lecho, ni siquiera para hacer pis. Nadie me vino a ver, nadie fue a conversar conmigo. No tenía nada interesante para leer, tampoco una radio. Más de una vez pensé que me iba a volver loca en ese lugar.

La única cosa que me mantenía con ganas de vivir eran las cartas de mi madre. Yo también le escribía. Pero mi correspondencia epistolar estaba dirigida particularmente a mis gatos, los únicos regalones que me quedaban. Les mandaba unas cartitas minúsculas que deslizaba dentro de unos sobres confeccionados por mí.

De vez en cuando pensaba en mi abuela, en los niños el pueblo, en el arroyo, en los caballos. A veces también tenía la mente puesta en Berlín., en la ''Sound'', en Detlev, en la heroína. Ya no sabía quién era yo.

Cuando me sentía realmente mal, me decía mí misma: ''Eres una adicta que está padeciendo su primera hepatitis y eso sería todo.''. Cuando me imaginaba jugando con mis gatos, me prometí estudiar mucho en la escuela y pasar todos los veranos en casa de mi abuela. Todo aquello me daba vueltas y más vueltas en la cabeza. También pasé largas horas mirando el techo sin pensar en nada, eso era mejor que pensar en la muerte.

Siempre tuve temor que los médicos descubrieran el origen de mi hepatitis. Las huellas de las inyecciones en las venas habían desaparecido y ya no tenía cicatrices ni marcas en mis brazos. Por lo demás, ¿quién se molestaría en investigar a una drogadicta del Servicio Pediátrico de Friburgo?

Al cabo de tres semanas comencé a caminar. Después me autorizaron para que regresara a Berlín, en avión. Eso corría por cuenta del Seguro Social. Me acosté cuando regresé a casa. Estaba contenta de volver a ver mi madre y a los gatos. No quería pensar en nada más.

Un poco después, mi madre me contó que Detlev había ido muchísimas veces para saber cómo seguía. Tenía un aspecto triste debido a mi prolongada ausencia.- me dijo ella. Entonces volví a pensar en Detlev , recordé sus cabellos ondulados, su rostro alegre, y singularmente dulce. Estaba muy contenta de que alguien se interesara en mí, que alguien me quisiera de veras. Y ese era Detlev. Sentí remordimientos por haberlo olvidado, casi, a él, y a nuestro amor durante tantas semanas.

Después de algunos días, Detlev me fue a visitar. Cuando lo vi. al pie de mi cama, sufrí un schock. Fui incapaz de pronunciar una palabra.

No tenía más que piel sobre los huesos. Sus brazos estaban tan delgados que podía abrazarlo y me sobraban brazos para hacerlo. Su rostro estaba muy blanco, su aspecto denotaba una gran fragilidad. A pesar de todo, era un muchacho hermoso. Sus ojos grandes, parecían más grandes, pero tenían una mirada muy triste. ¡De pronto, todo mi amor revivió! ¡Qué importaba que estuviera esquelético! Tampoco quise preguntarme a mi misma el porqué.

Al cabo de un rato no sabíamos qué decirnos. El quería saber mis novedades pero no tenía nada interesante que contarle. No se me ocurrió tampoco hablarle de las vacaciones donde mi abuela. Terminé por preguntarle porqué había dejado de ir a la ''Sound''. Me respondió que la ''Sound'' era una mierda.

¿Adónde iba entonces? Terminó por escupir la siguiente frase: ¡''A la estación Zoo! ''¿Qué haces allí?'' le pregunté. ''Me prostituyo'' respondió.

En ese momento me sentí tremendamente impactada. Sabía que algunos adictos lo hacían, ocasionalmente. No tenía una idea muy precisa de cómo funcionaba todo eso ni de lo que Detlev me había querido decir. Todo lo que sabía era que tenían que satisfacer a maricas, sin arriesgar nada de sí y que se podía ganar un montón de plata con ese cuento. No pedí mayores explicaciones. Estaba demasiado feliz de ver a Detlev, de amarlo y de ser amada.

Al domingo siguiente, Detlev me fue a buscar para realizar mi primera salida. Fuimos a un café de la calle Lietzenburger. Estaba repleto de maricas y casi todos conocían a Detlev. Todos fueron muy amables conmigo, me dijeron un montón de piropos, felicitaron a Detlev por tener una pareja tan bonita. Percibí que Detlev estaba orgulloso de mí: fue por eso que me llevó a ese café donde todo el mundo lo conocía.

Yo quería a los gays. Eran amables conmigo, me piropeaban sin esperar nada a cambio, me halagaban. Todos los cumplidos lograron extasiarme. Me fui a mirar al espejo del baño y consideré que ellos tenían razón. Esos dos meses sin droga habían resultado ser tremendamente exitosos, tenía buen semblante, nunca antes había lucido tan bien.

Detlev me dijo que tenía que pegarse una escapada a la estación del Zoo. Tenía una cita con Bernd, su mejor amigo. Bernd había trabajado para proveer la mercadería de ambos durante ese día. Le tocaba el turno a Detlev. No era mi culpa que Detlev tuviera que ir a la estación Zoo Entonces lo acompañé sin chistar. Además, tenía ganas de volver a ver a Bernd.

Bernd no estaba. Acababa de partir con un cliente. Lo esperamos. Esa noche, el entorno no me había parecido tan siniestro como en mis recuerdos. De hecho, era un sitio que me permitía estar con Detlev. Cuando me dejó sola durante unos instantes y se puso a conversar con sus compañeros, los metiches- así les decían a los extranjeros- vinieron a acosarme. Alcancé a escuchar ''sesenta marcos'' o algo similar. Entonces me cogí fuertemente del brazo de Detlev y me sentí segura. Lo persuadí para que me acompañase a la ''Sound''. Después le pedí que me diera algo para aspirar un rato. Por cierto, se negó a hacerlo. Yo insistí: ''Solamente por esta noche''.Sólo quiero festejar mi regreso. Necesito sentirme un poco volada, como tú. De lo contrario, tu tampoco te inyectarás'' le dije.

Cedió y me dijo que era la última vez. Le respondí: ''Por supuesto. He demostrado que puedo prescindir de la heroína durante un largo tiempo'' Reconocí que aquella había sido una experiencia súper positiva.

Lo último resultó ser un argumento de peso. Detlev me dijo:''Escucha, pequeña, también yo voy a dejar el vicio. Ya verás''. Después se inyectó y yo aspiré. Estábamos extraordinariamente contentos y hablamos de nuestra felicidad futura, juntos y sin heroína.

Al día siguiente, al mediodía, fui a buscar a Detlev a la estación del Zoo. Tenía derecho a pegarme una nueva aspirada. En el transcurso de los días siguientes comencé a inyectarme de nuevo. Fue como si nunca hubiese salido de Berlín, como si los dos meses y medio sin heroína no hubieran existido jamás. Casi todos los días hablábamos acerca de nuestra decisión de dejar el vicio y le expliqué a Detlev que ese era un cuento extraordinariamente fácil de llevar a efecto.

A menudo, al salir de la escuela me iba directamente a la Estación Zoo. En mi bolso llevaba los utensilios de los drogadictos y un gran paquete con sandwiches. Mi madre debió sorprenderse de ver cómo adelgazaba ante sus ojos al verme partir por las mañanas con ese cargamento de sandwiches. Yo sabía que Detlev y sus amigos esperaban que les llevara algo para almorzar.

Al comienzo, Detlev se enojaba cuando me veía llegar. No quería que lo viera prostituirse.''Cítame en algún lugar. No me importa dónde'' decía ''pero no vengas aquí''.

No lo escuchaba. Quería estar con él, no importaba dónde. Y poco a poco, me fui acostumbrando a la escenografía de la estación Zoo. Dejé de sentir olor a orina y a desinfectantes. Los clientes, las putas, los metiches, los guardias, los mendigos y los borrachos eran parte del entorno diario. Aquel era mi lugar porque allí estaba Detlev.

La manera en que las otras niñas me miraban, de arriba hacia abajo, y en forma tan insistente me molestaba sobremanera. Me parecían más agresivas que las miradas de los clientes lascivos. Después me di cuenta que las chicas que acudían allí para prostituirse, me temían. Temían que les levantara a sus mejores clientes. ¿Acaso no era yo mercadería fresca y apetitosa? La verdad es que lucía mejor que ellas, tenía un aspecto más prolijo, me lavaba el pelo casi a diario. Nadie pudo haber pensado en aquel entonces que fuese drogadicta .Me sentía superior a las demás y eso me brindaba una sensación bastante agradable.

Efectivamente, los clientes se apiñaban a mí alrededor. Pero no sentía deseos de prostituirme. Detlev lo hacía por mí. Los otros, los que me observaban, debían pensar: ''¡Qué chica! Está embolinada con la droga y le toca trabajar para conseguirla…''

Al comienzo los clientes me daban asco. Sobretodo, los metiches con sus reiteradas solicitudes:''Tú. ¿vas a la cama? ¿vas a hotel?''. Algunos de ellos proponían veinte marcos. Muy pronto comenzó a divertirme aquello de poderles tomar el pelo y mandarlos a la cresta. Les respondía: ''Hey, viejito, ¿andas mal de la cabeza? A mí nadie se me acerca por menos de quinientos marcos''. O de lo contrario, los miraba de frente y les decía con un tono burlesco:'' Te equivocaste de dirección, viejito. Desaparécete''. Aquello me complacía mucho, poder ver cómo escapaban esos cerdos con la cola entre las piernas.

A los clientes comunes y corrientes también les parecía apetecible. Si uno de ellos se atrevía se atrevía a insolentarse o se tornaba agresivo, Detlev se me acercaba de inmediato. Cuando el partía con algún marica, le pedía a sus compañeros que me cuidaran.Eran como hermanos para mí. ¡Pobre del tipo que se atreviese a faltarme el respeto!

Dejé de ir a la ''Sound'' por lo que no tenía otros amigos que aquellos que conformaban el pequeño grupo de la estación Zoo. Entre ellos se encontraban Detlev, Bernd y Axel. Todos tenían dieciséis años. Los tres muchachos vivían en el departamento de Axel.

Al contrario de los otros dos, Axel era muy feo. Su rostro era inarmónico, sus piernas y brazos daban la impresión de no estar hechas adecuadamente para su cuerpo. El tenía serios problemas para encontrar clientes. Por lo tanto, contaba con unos maricas que eran fijos y algunos clientes habituales. Cuando Detlev se sentía colmado de todo, injuriaba e insultaba a los maricas. Axel, por su físico poco atractivo, estaba obligado a controlarse todo el tiempo, era siempre amable. Además, parece que en la cama tenía algo muy particular, algo que complacía mucho. Si no hubiera sido por eso, habría sido un total fracaso, con toda esa concurrencia que acudía a la Zoo…

Se desquitaba a su manera. Desde que había caído en las garras de un cliente medio bestial, se dedicaba a estafarlos. Axel era un muchacho con carácter: cuando lo ofendían o humillaban , se dominaba, no mostraba jamás sus sentimientos. Por otra parte, era increíblemente gentil y compasivo, características muy inusuales en un drogadicto... de hecho, no existían dos como el, Se comportaba como si no viviera en este mundo podrido. En aquel entonces le quedaba un solo año de vida.

La historia de Axel se asemejaba a la nuestra. Sus padres eran divorciados. Vivía junto a su madre hasta el día en que ella decidió irse a vivir con su pareja. Pero la madre fue generosa: le dejó un departamento de dos dormitorios, algunos muebles y un cuadro. Además lo visitaba una vez a la semana y le daba algo de dinero. Sabía que Axel se inyectaba y le pidió en innumerables ocasiones que abandonara el vicio. Ella consideraba que había hecho mucho por él, más de lo que hacen la mayoría de las madres por sus hijos. ¿Acaso no le había regalado un departamento y un cuadro?

Pasé el fin de semana en casa de Axel. Le dije a mi madre que me quedaría en la casa de una amiga.

El departamento de Axel era un verdadero cuchitril de drogadicto. La hediondez me invadió desde el umbral de la puerta de entrada. Latas de sardinas vacías tiradas por todas las esquinas, colillas flotando dentro del aceite de las latas o en salsa de tomate. Había también una cantidad de vasos y tazas sucias. En el interior de éstos había agua, ceniza, tabaco, papel de cigarrillos. Cuando quise poner los yogures encima de la mesa- la única mesa que había- me encontré con dos latas de sardinas vacías tumbadas encima y la salsa del interior estaba salpicada en la alfombra. A nadie le llamó la atención.

De todos modos, esa alfombra apestaba de una manera espantosa. Cuando Axel se inyectó me dí cuenta porqué. Cuando retiró la jeringa de su brazo, la llenó de agua y vació el líquido rosáceo- la jeringa contenía aún algunas gotas de sangre- sobre la alfombra. Así limpiaba sus utensilios. Y era el olor dulzón de la sangre seca mezclado con aquella salsa de pescado lo que provocaba esa terrible hediondez. Igual que las cortinas: se habían amarillado y olían mal.

En medio de todo ese loquerío reinaba un lecho con sábanas de una blancura deslumbrante. Me refugié en ella de inmediato. Hundí mi cuerpo en las almohadas: tenían un fragante aroma de almidón. Creo que nunca me había acostado en una cama tan pulcra.

Axel me dijo: ''Puse esas sábanas para ti ''Todos los sábados me encontraba con la cama recién hecha, fresca. No alcanzaba a dormir dos noches seguidas dentro de las mismas sábanas mientras que los muchachos no las cambiaban jamás.

Hacían todo lo que podían para agradarme. Siempre había cosas para comer y para beber de mi agrado…

Me compraban, además, droga de la mejor calidad. Después de la ictericia solía tener problemas con mi hígado, sobre todo si usaba mercadería adulterada, me sentía morir. Los muchachos siempre se hacían mala sangre cuando comenzaba a quejarme de mis achaques.

Entonces iban y me compraban heroína ''extra'' y no les importaba nada el precio. Estaban siempre cuando los necesitaba. En el fondo, no tenían a nadie más que a mí. Y yo tenía a Detlev - Detlev ocupaba siempre el primer lugar- después Axel o Bernd, después, cualquiera otra persona…

Me sentía muy feliz. Contenta como pocas veces en mi vida. Me sentía protegida. Tenía un hogar: la estación del Zoo después del mediodía y el hediondo departamento de Axel para el fin de semana.

Detlev era el más fuerte del grupo, yo, la más débil. Me sentía inferior a los varones, tanto en lo físico como en lo moral. Sobretodo porque era mujer. Sin embargo, por primera vez me agradaron mis puntos flacos. Saboreaba la protección de Detlev. Paladeaba el agrado que me provocaba que Detlev, Axel y Bernd estaban allí cada vez que los necesitaba.

Mi novio, mi pareja hacía por mí lo que no haría ningún otro drogadicto: compartir conmigo sus dosis de heroína. Ganaba dinero para mí y hacía el peor trabajo que podía existir. Para pagar mi ración de heroína se hacía dos clientes diarios extra. Nosotros no éramos como los demás, todo lo contrario: el hombre se prostituía en beneficio de su mujer. Quizás éramos la única pareja del mundo que vivía una experiencia semejante.

Durante aquel otoño de 1976 la idea de prostituirme no se me cruzaba por la mente. Al menos, en serio. A veces lo pensaba unos pocos segundos. Ocurría durante los días en que sentía remordimientos cuando veía partir a Detlev con algún tipo particularmente repulsivo. Pero sabía muy bien que Detlev me reprendería con extrañeza si sugería tal posibilidad.

Lo cierto es que no entendía muy claramente en qué consistía todo aquello. O al menos no quería pensar ni imaginarlo. Detlev no hablaba del asunto. Al escuchar las conversaciones de los tres muchachos tenía la impresión de que éstas giraban alrededor de intentar hacerles zancadillas a los maricas.

Para mí todo aquello no tenía nada que ver con nosotros., Detlev y Christianne. Como era un asunto que el estaba obligado a hacer, no me disgustaba. Que el tuviera sus enredos con los homos no era tan terrible, era su trabajo, - el asqueroso trabajo que nos permitía conseguir la droga. Sólo que yo no quería que esos tipo manosearan a Detlev. El era mío, solamente mío.

Al comienzo encontraba muy simpáticos a algunos de aquellos homosexuales. Los muchachos comentaban ocasionalmente que fulano o mengano no era un mal tipo y que debían conservarlo. Esa fue una de las cosas que se me quedaron grabadas en la memoria. Algunos de ellos eran muy amables conmigo cuando estaba junto a Detlev en la estación Zoo. Se podría decir que me querían de veras. De vez en cuando, uno de los muchachos me entregaba un billete de parte de un marica porque me encontraban ''tan preciosa''. Detlev nunca me contó que esos tipos lo hostigaban para que yo me acostara con ellos.

Me dediqué a observar a las otras niñas. Casi todas eran chicas como yo. Se notaban que se sentían bastante desgraciadas. Sobretodo las toxicómanas, las que tenían que prostituirse para poder inyectarse. Yo veía el disgusto pintado en sus rostros cuando se les acercaba un cliente y las tocaba, se veían forzadas a sonreír. Los despreciaba, a esos fulanos que se deslizaban cobardemente en el hall de la estación en busca de carne fresca. Desde un rincón oculto encendían sus miradas. Eran idiotas o perversos seguramente. ¿Qué placer podían experimentar al acostarse con una chica totalmente desconocida, visiblemente asqueada por lo que hacía y con la cual era imposible no palpar su angustia y desamparo?

Terminé por detestar también a los homos. Poco a poco fui tomando conciencia de los sufrimientos que padecía Detlev a causa de ellos. Con frecuencia tenía dificultades para frenar la repulsión que sentía por realizar ese trabajo. De todos modos, si no estaba lo suficientemente reventado por una dosis de heroína, no lo hacía. Cuando sufría crisis de abstinencia- esto era, por cierto, cuando más necesitaba dinero- se ponía a salvo gracias a sus clientes. Entonces Axel y Bernd intentaban reemplazarlo en la estación. Se esforzaban en reprimir su rabia y también necesitaban desesperadamente drogarse cuando estaban con crisis de abstinencia. A mi me exasperaba ver cómo los maricas corrían detrás de Detlev.

Balbuceaban juramentos de amor totalmente ridículos, le deslizaban cartas de amor en la mano y todo eso lo hacían en mi presencia. Esos tipos debían hacer esas cosas cuando estaban a solas. ¡Qué tipos! Comencé a sentirme incapaz de sentir compasión por esos individuos. Tenía ganas de gritarles: ''Escucha, viejito, intenta comprender que Detlev es mío y de ninguna otra persona, ni menos de un maricón de mierda como tú''. Pero eran esos tipos los que nos procuraban el dinero, los que se dejaban desplumar igual que los pavos en Navidad. Los necesitábamos.

A medida que pasaba el tiempo me di cuenta que entre esos hombres habían algunos que conocían íntimamente a Detlev, mucho más íntimamente que yo. Me dieron ganas de vomitar. Un día, escuché que los tres muchachos contaron que algunos clientes no pagaban si su acompañante no tenía un orgasmo. Creí que iba a reventar de rabia.

Cada vez veía menos a Detlev porque siempre estaba partiendo con uno de esos maricones asquerosos. Temía por él. Alguien me había contado que los muchachos que se prostituían terminaban- definitivamente- convertidos en homosexuales. Pero no podía decirle nada a Detlev. Necesitábamos dinero y cada vez lo necesitábamos más. Y la mitad de lo que ganaba era para pagar mi ración de droga. Cuando me incorporé a su grupo tomé la decisión, al menos, inconscientemente, de ser como ellos: una drogadicta de veras. Me inyectaba a diario. Y me encargaba de tener la suficiente cantidad de heroína para la mañana siguiente.

Ninguno de los dos había estado todavía en estado de total dependencia física. Entre los principiantes que no se inyectan a diario, el proceso de dependencia física funcionaba en forma más lento. Nosotros habíamos logrado llegar al punto que podíamos pasar uno o dos días sin heroína: tomábamos otras cosas para poder volar un poco y no sufríamos demasiado. Entonces decíamos que no éramos como los otros, no como esos viciosos que se habían derrumbado completamente. Podíamos detenernos cuando queríamos.

A pesar de todo, teníamos momentos felices. Todos los domingos, en casa de Axel, Detlev se acostaba conmigo en la bella cama, impecable, me deseaba ''buenas noches'' con un dulce beso en la boca y luego nos dormíamos. Nos tendíamos espalda con espalda, cachetes con cachetes. Cuando despertaba, Detlev me daba el beso de los buenos días.

Hacía seis meses que andábamos juntos y todavía no teníamos aproximaciones físicas más profundas. Cuando conocí a Detlev ya desconfiaba de la brutalidad de los muchachos. Por eso le dije de inmediato:'' Tú sabes que soy virgen. Quiero esperar un poco todavía. Considero que soy muy joven todavía aún''.

Lo entendió de inmediato y jamás armó ningún lío sobre el asunto. Para él, yo era algo más que una amiga con la que se entendía pero se daba cuenta que a pesar de mis catorce años, todavía era una niña. Detlev tenía una sensibilidad extraordinaria, sentía lo que yo deseaba, lo que debía hacer. A comienzos de Octubre le pedí a mi madre que me comprara pastillas anti-conceptivas. Me advirtió que tenía que usarlas en forma reglamentarias. Sabía lo de Detlev pero no me creyó que entre nosotros dos no pasaba nada. Era muy desconfiada en ese tipo de cosas.

Comencé a tomar las pastillas sin advertirle a Detlev. Todavía tenía miedo. Un día Sábado, a fines de Octubre, lo vi llegar a la casa de Axel y de inmediato se puso a armar mi cama con un par de sábanas blancas. Eran un poco más largas de las que usábamos habitualmente. Axel me explicó que era estúpido que durmiéramos los dos apiñados en un camastro mientras el se repantigaba en un plumón solo. Nos cedió su cama.

Ese día todo el mundo andaba de buen humor. De pronto, Detlev, sugirió que hiciéramos un buen aseo. Todos estuvimos de acuerdo. Comencé por abrir todas las ventanas. Las primeras bocanadas de aire fresco que penetraron me hicieron tomar conciencia nuevamente de la hediondez en las que estábamos sumidos. Ninguna persona normal podría haber aguantado más de unos minutos toda esa mugre, mezcla de mal olor de sangre seca, cenizas, conservas de pescados podridas.

Dos horas más tarde toda una revolución se había apoderado del departamento. Se barrió, se apilaron montañas de basura en bolsas plásticas. Pasé la aspiradora, limpié también la jaula del canario- el que se había sobreexcitado con el cuento de la limpieza. La madre de Axel lo había dejado en el departamento porque a su pareja no le gustaban los pájaros. Axel detestaba, asimismo, a ese desafortunado bicho y éste, cuando no podía soportar más la soledad, se pone a piar, chocaba fuerte contra la jaula y se arremolinaba como un loco entre medio de los barrotes.

Ninguno de los muchachos se preocupaba del canario pero la madre de Axel le llevaba regularmente una provisión de alpiste semanal. Yo le compré un pequeño recipiente de vidrio para que tomara agua limpia durante unos seis días.

Cuando nos acostamos esa noche, las cosas no se desarrollaron en la forma habitual. Detlev no me dio el beso de las buenas noches y no me dio la espalda. Se puso a hablarme, a decirme cosas muy dulces. Sentía cómo sus manos me acariciaban. Muy tiernamente. Yo no estaba en absoluto temerosa. A mi vez, yo también lo acaricié. Intercambiamos caricias, Durante un largo tiempo. Sin decir una palabra. Fue maravilloso.

Pasó al menos una hora antes de que Detlev rompiera el silencio. Me preguntó:'' ¿Quieres hacer el amor el próximo domingo? Le respondí: ''O.K''. Siempre temí esa pregunta. Estuve contenta cuando Detlev la formuló.

Al cabo de un rato le dije: ''O.K. Pero con una condición: no tomaremos nada, ni uno ni el otro. Ni pensar en la heroína. Si estamos volados voy a correr el riesgo de que no me guste. Y quizás me agrade solamente porque estoy drogada. Quiero estar totalmente lúcida. Y quiero que tu también para que te enteres si me amas realmente''. Detlev dijo: ''OK.'', me deseó buenas noches con un dulce beso y nos quedamos dormidos, espalda con espalda, cachetes con cachetes.

Cuando nos reunimos el domingo siguiente ambos comprobamos que habíamos mantenido nuestra promesa: no ingerimos nada. El departamento estaba de nuevo sucio y maloliente. Pero nuestra cama tenía unas sábanas que resplandecían por su blancura. Nos desvestimos. Yo todavía estaba un poco asustada. Estábamos tendidos el uno al lado del otro, sin decir palabra. Yo pensaba en lo que me habían contado mis compañeras de colegio, de cómo los hombres se lanzaban encima de uno, brutalmente, de cómo hundían su aparato en el cuerpo de uno y no se detenían hasta que estaban realmente satisfechos. Las niñas me contaron que era algo atroz.

Le dije a Detlev que no quería que me ocurriese aquello que contaban mis compañeras.

El me respondió:''OK. pequeña…''

Nos acariciamos durante un largo tiempo. Me penetró un poco, apenas me di cuenta. Cuando sentía un poco de dolor, Detlev lo percibía sin que yo se lo dijera.

Pensé:'' No importa que me duela un poco. Hace seis meses que espera…''

Pero Detlev no quería hacerme daño. En un momento dado, resultó. Nos unimos definitivamente. Lo amaba, estaba loca de amor por él. Pero me sentía tiesa como una tabla. Detlev estaba también inmóvil. Seguramente se dio cuenta de que yo era incapaz de expresarme: estaba paralizado de angustia y de felicidad.

Detlev se retiró y me abrazó. Experimenté algo extraordinario: Me pregunté cómo pude merecerme semejante muchacho. Un chico que solamente pensaba en mí y no en él. Pensé en Charly, el que metió sus manos entre mis piernas cuando estábamos viendo una película. Estaba contenta de haber esperado a Detlev, de no pertenecer nada más que a él. Amaba tanto a ese chico que de repente sentí pánico. Tenía miedo de la muerte. Y me repetía todo el tiempo: ''No quiero que Detlev muera''.

Le dije mientras me acariciaba:''Detlev, vamos a dejar de inyectarnos''.

''Si'' respondió él. ''No quiero que te conviertas en una viciosa''.

El me abrazó. Nos dimos vuelta lentamente y nos dormimos espalda con espalda, cachetes con cachetes.

Me desperté con las manos de Detlev sobre mi cuerpo .Todavía era muy temprano, una luz gris se filtró a través de las cortinas. Nos acariciamos y después nos hicimos el amor. Lo que yo sentía estaba dentro de mi cabeza y no en la parte inferior de mi cuerpo. Pero ya sabía que hacer el amor con Detlev era maravilloso.

El lunes me fui directamente desde la escuela hasta la estación Zoo. Detlev estaba allí. Le di mi merienda y una manzana. Estaba con hambre. Yo necesitaba inyectarme con desesperación porque hacía tres días que no consumía heroína. Le dije a Detlev: ''¿Tienes una inyección para mí?''

Respondió que no y añadió:''No te daré más. No quiero hacerlo. Te amo demasiado. No quiero que te conviertas en una yunki''.

Entonces exploté. Me puse a vociferar: ''¿Acaso tienes un culo sagrado, viejito? Estás completamente reventado. Tus pupilas se han puesto del tamaño de una cabeza de alfiler. ¿Y te atreves a sermonearme? Comienza por detenerte tu primero, luego lo haré yo. Pero no hables estupideces: confiesa de inmediato que te guardaste toda la droga para ti solo''.

Quise que me escuchara en forma terminante. No podía defenderse, había recomenzado a inyectarse a partir de la noche anterior. Terminó cediendo y me dijo:''OK. Pequeña: vamos a desengancharnos juntos''. Después partió con un homo. Así fue como conseguimos el dinero para mi ración.

Cuando comenzamos a tener relaciones, muchas cosas cambiaron mi vida. Dejé de sentirme a mis anchas en el metro. Sabía lo que eso significaba: prostituirme tarde o temprano. ¡Eso era lo que deseaban los tipos que se me aproximaban! Lo mismo que habíamos hecho Detlev y yo. Fornicar…

Por cierto que antes no entendía bien en que consistía todo ese asunto, era algo muy abstracto para explicarlo en palabras. Entre Detlev y yo había empezado a ocurrir algo maravilloso y más íntimo. Aquellos fulanos me desagradaban… Lo que allí sucedió me parecía absolutamente incomprensible: ¿Cómo podía uno acostarse con uno de esos extranjeros repugnantes, con un borracho o con un hombre calvo, gordo y sudoroso? Aquello no me asombraba más que escuchar los cuentos de los maricas. Ya no sabía qué responderles. Me libraba de ellos ahuyentándolos y en ocasiones, también los golpeaba. En cuanto a los maricones, ahora les tenía verdadero horror Por mí los hubiera matado. ¡Qué cerdos! Pasaba gran parte del tiempo tratando de impedir imaginarme a Detlev acariciando a esos tipejos.

Sin embargo, continué yendo todos los días después de la escuela. Por ver a Detlev. Cuando tenía un cliente en la mañana me invitaba a tomarme un chocolate en la terraza de la estación. A veces las cosas andaban mal, pasaban días en que Detlev no lograba reunir dinero para nuestras dos raciones de heroína.

Poco a poco fui conociendo a los otros muchachos. Detlev intentó mantenerme alejada de ellos anteriormente. Estaban bastante más deteriorados que nosotros, tenían muchas más dificultades que mis compañeros para atraer clientes. Esos eran los yunkis, la clase de tipos que yo solía admirar.

Detlev me dijo que ellos eran amigos suyos pero al mismo tiempo me pidió que desconfiase de ellos. Andaban siempre drogados y buscando con qué inyectarse. Jamás se les podía mostrar dinero ni un poco de droga porque se corría el riesgo de sufrir una feroz golpiza. Ellos tenían problemas con los clientes y también entre ellos.

Comencé a comprender lo que era todo eso, y porque ese mundo de drogadictos me atraía sobremanera. Solamente ahora que estaba dentro lo entendía. Al menos, casi…

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