Les Navigateurs de l'Infini [The Navigators of Infinity] de J.H.Rosny Ainé

Les Navigateurs de l'Infini [The Navigators of Infinity] de J.H.Rosny Ainé

Una vida sin alcohol ni drogas es más sana para ti, tu familia y la sociedad

Transcripción de 'Les Navigateurs de l'Infini [The Navigators of Infinity]' de J.H.Rosny Ainé. Adaptación de "15 aventures de l'espace"de Claude Apell, editado en Francia por Gautier Languereau. Editorial Fher, S.A. Gordóniz 44 - Bilbao, España. 1970.

El "Stellarium", a bordo del cual habían tomado plaza Antoine Lougre, Jean Gavial y Jacques Laverande, ha alcanzado Marte y los tres astronautas han comenzado la exploración del planeta. Han encontrado seres extraños, de aspecto casi humano, a pesar de sus seis ojos y la ausencia de nariz. Jean, imprudentemente adelantado, ha sido hecho prisionero. Jacques y Antoine han podido alcanzar el "Stellarium". Es Jacques quien habla.

Antoine hace la primera guardia y yo duermo algunas horas de sueño febril, poblado de las pesadillas de los condenados.

La noche duraba todavía cuando llegó mi turno de hacer guardia. Hasta el alba estuve describiendo círculos alrededor del cerro. Mi alma estaba triste hasta la muerte: aunque Jean no hubiese sido amigo muy querido, en aquel mundo extraño yo hubiera sentido como una disminución de mi persona. La travesía del abismo interestelar, el descenso hasta un astro perdido en el fondo del Universo, hacía de nosotros un solo ser.

El amanecer se convirtió de repente en pleno día... Me dediqué a espiar sin esperanza los grandes tallos de las plantas trepadoras.. De repente el corazón me dio un brinco.

¡Jean estaba allí!

Estaba allí, precisamente cerca del claro donde había desaparecido, junto a las rocas azules...

Le lancé un rayo "de llamada", al que respondió con signos rítmicos pertenecientes a nuestro vocabulario radioestonagráfico.

Me decía:

-Sano y salvo. Estoy en casa de los homólogos de nuestra humanidad. Nosotros nos comprendemos ya, aunque muy vagamente. Son dulces, muy dulces; yo creo que más que los hombres. Aunque me han capturado, no me han hecho sufrir violencias. Su asombro y su curiosidad son inmensas y desean ardientemente saber de dónde venimos: creo que llegaré a hacerles entender...

-¿Puedes alimentarte... y respirar?

-Por la respiración nada hay que temer; me han dejado mis dos respiradores. Pero tengo hambre y especialmente sed. Su agua no es adecuada para los hombres... y tampoco me atrevo a tomar de sus alimentos..., ellos han adivinado eso.

-¿Estás libre?

-No... y dudo que me suelten... hasta que se expliquen mi presencia. Envíame agua... agua ante todo.

-Bien, querido Jean. Despertaré a Antoine.

Antoine, que dormía tan mal como yo había dormido, se levantó a la primera llamada y se mostró estupefacto viendo a nuestro compañero solo en el claro...

Le expliqué rápidamente la situación, a pesar de que Jean seguía con su conversación sirviéndose de signos.

-He podido asegurarme de que su bombardeo a base de fluido no atraviesa más que los obstáculos poco espesos, a lo más cinco o seis centímetros; y todavía, después de atravesarlos, se hacen inofensivos. No amenazan la vida; únicamente atontan. A cien metros su eficacia es ya muy reducida. Tomad vuestras disposiciones en consecuencia.

-¡Bien! -dijo Antoine-. Vamos a bajar las provisiones.

Hicimos rápidamente un paquete y a doscientos metros del suelo lo dejamos descender. Su caída fue frenada por un pequeño campo gravitatorio opuesto al campo marciano.

Durante aquella caída vimos brotar de la tierra a una veintena de trípedos (seres de tres extremidades inferiores) que observaban la operación con evidente curiosidad.

-Gracias -telegrafió Jean cuando hubo tomado las provisiones-. Espero daros pronto noticias precisas.

Le vimos comer y beber sin que nadie interviniera para molestarle. Cuando cerró el paquete, cuatro trípedos salieron de la tierra para llevárselo.

-¿Qué significa eso? -gruñó Antoine-. ¿Se lo llevan definitivamente o es una tregua?

-Supongo que no le harán ningún mal mientras ellos se crean amenazados. Querrán saber lo que nosotros somos y de dónde venimos. Piensa en nuestro estado de espíritu en circunstancias análogas. Imagino que más que salvajes son retrógrados.

-Es posible, si nos fijamos en sus armas; ese bombardeo de fluido del cual habla Jean parece el índice de una civilización actual.

-¡Y qué cautivante es...!

-¡Antropocentrista! -exclamó Antoine-. Los zoomorfos deberían parecernos más apasionantes. Estos, en algunos aspectos, son equivalentes a los terrestres...

-¡Caramba! ¡Tengo la misma debilidad que tú! Jean se encuentra sano y salvo, pero cautivo, y mientras no se vea libre, ése será el episodio trágico...

-¡Habrá que liberarlo!

Antoine alzó tristemente los hombros.

-Lo mismo que los trípedos son impotentes contra el "Stellarium", nosotros lo somos con respecto a ellos, porque podríamos vencerlos con nuestros rayos, pero tienen a Jean... y disponen de su vida. No debemos contar más que con la suerte o la buena voluntad de esos ladrones.

-Confío en esa buena voluntad. Se han portado bien con Jean.

-Puede ser una treta. Pienso en la massacre de Cok. Y mientras tanto, pasamos largas horas mirando hacia el cerro.

Hacia la mitad del día, Jean reapareció en el claro y estenotelegrafió:

-Creo positivamente que sus costumbres son más tranquilas que las nuestras y no quieren hacernos daño. Un lenguaje de signos se establece lentamente entre nosotros... puedo hacerles entender que venimos de otro mundo. No hay ninguna duda sobre su inteligencia, que debe equivaler a la humana. Desde ayer están llegando visitantes de otras regiones...

-¿Crees que es una sociedad creciente o decreciente?

-Decreciente, no hay que dudarlo. Como los hombres, pertenecen a una animalidad cuya vida depende de un líquido... y su líquido, o sea, su agua, es rara y puede ser que no sea la misma de antaño.

-¿Podemos esperar tu liberación?

-Apostaría que sí...

Uno a uno, varios trípedos brotaron del suelo. Observaron con atención el cambio de señales entre su prisionero y los navegantes del "Stellarium".

-Decididamente, son muy guapos -dijo Antoine.

-Más que nosotros -suspiré yo.

Tranquilamente, podíamos observar su aspecto y sus gestos. Se movían con una marcha en tres tiempos, a causa de su trío de piernas; ofrecían muchas similitudes y también grandes diferencias con los terrestres. La extremidad de cada uno de sus miembros superiores era dígita, pero no formaba precisamente una mano. Las extremidades que reemplazaban a nuestros dedos salían de una especie de concha y había nueve para cada brazo. Notamos que se podían mover en todos los sentidos y obtenían así a voluntad las disposiciones más variadas.

Sus vestidos estaban formados por una especie de vegetación musgosa que se adaptaba exactamente al cuerpo.

Uno de ellos, que estaba cerca de Jean, observaba con intensa atención los gestos de nuestro amigo y los nuestros.

-Es un personaje importante -nos dijo Jean-. Y tiene una influencia cierta sobre los demás. Es con él con quien yo estoy esbozando un sistema de señales, aunque serán precisos unos días más para hablar de cosas elementales.

-¿Tienes todavía víveres y agua?

-Justo hasta mañana.

En ese momento el individuo influyente trazó diversos signos.

"Creo comprender -dijo Jean - que intenta tranquilizarnos respecto al porvenir. En el fondo, siento más melancolía que inquietud".

Pasó una semana durante la cual nos comunicábamos diariamente con Jean. Más de una vez pensamos en desembarcar en el claro, pero el cautivo nos pedía que esperásemos todavía, ya que nuestra presencia continua era inútil. Por tanto, hicimos largas excursiones. Vimos tres zonas de lagos y canales habitadas por los trípedos, que en su conjunto apenas alcanzaban la extensión del Mediterráneo.

Los lagos se extendían poco más allá de las regiones tropicales. Sin embargo, no encontramos latitudes que sobre hubieran gozado de un clima templado. En los círculos polares había nieve.

En todo el planeta los trípedos no pasarían de siete u ocho millones. La mayor parte de ellos vivían bajo tierra y los demás en viviendas de piedra cuyo estilo recordaba confusamente el románico.

Aquellas viviendas formaban siempre parte de una aglomeración importante. Se hubiera dicho que eran ciudades únicamente compuestas de pequeñas y grandes iglesias romanas, la mayor parte de ellas en ruinas, lo que no dejaba lugar a dudas sobre la decadencia de los trípedos. Aquéllas debieron estar en tiempos tan pobladas como París y Londres bajo Luis XIV y Cromwell.

Se podía presentir que la industria de los trípedos estaba en plena decadencia. Algunas de sus herramientas recordaban a las terrestres; también construían máquinas destinadas a la cultura y el transporte: éstas no circulaban sobre ruedas; parecían deslizarse bastante rápidamente por el suelo. Indudablemente, en otros tiempos, los trípedos tuvieron aparatos volantes y se comunicaban a distancia con ayuda de instrumentos cuyo mecanismo no entendíamos. Era evidente que utilizaban las ondas...

Nuestra presencia no tardó en ser conocida; se nos observaba con instrumentos parecidos a nuestos anteojos. A nuestro paso, se formaban grupos en las ciudades; surgían de la tierra y la agitación y curiosidad eran muy vivas.

En suma, los trípedos denunciaban los vestigios de una civilización que en tiempos debió ser comparable a la de nuestro siglo XIX. Conjeturamos que tras el abandono sucesivo de muchas industrias, su ciencia había ido decreciendo de ciclo en ciclo.

En cuanto a sus animales, muy pocos alcanzaban la talla de nuestros elefantes, jirafas y grandes búfalos.

El dominio de los trípedos y de su reinado no se extendía más que sobre una zona bastante restringida del planeta, un adécima parte todo lo más; la que se encontraba a medio camino entre el Ecuador y los polos. La superficie ocupada por los zoomorfos era mucho más extensa y se remontaba más lejos hacia el norte o hacia el sur.

Pero el retraimiento de los trípedos, ¿era debido a una lucha entre los reinos, a la imposibilidad de vivir en ciertas regiones o a una decadencia espontánea? Nosotros probamos a respondernos a tales preguntas. De todas formas, la presencia de los zoomorfos excluía la de los trípedos.

Nos parecía evidente que el reinado de los zoomorfos era mucho menos antiguo que el otro reinado.

-Es para ellos el porvenir - decía Antoine un día que habíamos recorrido diversas zonas-. Ellos poseerán el planeta.

-¡Ya poseen casi las tres cuartas partes! Pero... ¿y los eteraus, esas células vivientes?

-Esos otros seres, amigo mío, nos sobrepasan en número.

-Es posible. Parecen más sutiles, sin duda, menos expuestos a las contingencias brutales, pero puede ser que sean menos inteligentes, después de todo...

-Quizá. La ausencia misma de su organización no me parece de una naturaleza muy alta.

-¿Lo crees así? Cabe dudar... Los electrones libres tienen movimientos más rápidos y amplios que una célula viviente..., sin embargo, les creo inferiores a una célula.

-¡Mala comparación! Se trata de una organización completa de radiaciones..., de células radiantes, osaría decir. De todas formas, no tenemos base suficiente para establecerlo.

El undécimo día vimos aparecer a Jean, solo, en el centro del claro. Ningún trípedo se mostraba a la vista. Nuestro amigo levantó hacia el "Stellarium" su cara sonriente, y afirmó:

-Estoy libre.

El corazón me latía furiosamente. Jean prosiguió.

-Como veis, ellos se mantienen a distancia. He podido convencerme de que temían nuestras malas intenciones, viéndose impotentes contra nuestro refugio. Sus armas son insuficientes y sus instrumentos no son capaces de atravesar las paredes de la nave. No disponen de ningún tipo de explosivo potente. Además, tampoco quieren hacernos daño. Me lo han repetido con insistencia...

Mientras él radiotelegrafiaba, el "Stellarium" descendió hacia el claro. Por fin Jean estuvo cerca de nosotros.

La inmensa tristeza cesó de apesadumbrarnos. La esperanza hizo sonar los clarines. Durante largos minutos charlamos con los propósitos incoherentes de la alegría. Después, Antoine preguntó:

-¿Crees de verdad que son inofensivos?

-Por naturaleza son pacíficos, más que los humanos..., es una clase de dulzura en la que hay mucha resignación.

-¿Por qué resignación?

-Saben que están en decadencia. Lo saben de una manera innata y también por tradición... Nuestra presencia les inspira una intensa curiosidad y también, he podido comprenderlo, confusas esperanzas.

El "Stellarium" seguía inmóvil a ras del claro. Poco a poco iban llegando trípedos, aunque se mantenían a distancia. Uno solo se aproximó más y agitó su brazo de modo rítmico.

-Nos da la bienvenida -dijo Jean, respondiendo a los gestos del trípedo.

-¿Qué vamos a hacer? -preguntó Antoine.

-Dadme una taza de café -dijo nuestro amigo-. La ausencia de café ha sido una terrible privación.

Hice hervir rápidamente agua, mientras que Jean añadía:

-Si vosotros queréis, podía volver todos los días durante dos o tres horas con ellos y perfeccionaríamos nuestras señales. Vosotros podíais continuar las exploraciones. Habéis debido hacer descubrimientos apasionantes.

-Hemos visto ciudades de los trípedos y nos extraña que unos se alojen en la superficie y otros bajo tierra.

-Yo creo que hay dos evoluciones diferentes. Sin combatirles ni odiarles, los subterráneos no frecuentan a los otros. Tienen verdaderas ciudades..., o cuevas.

-Las ciudades de la superficie están especialmente compuestas de ruinas. Podrían alojarse en algunas, trescientos o cuatrocientos mil trípedos y, sin embargo, no las habitan más que diez mil o menos.

-Entonces, las ciudades subterráneas integralmente habitadas son más recientes. La de mis amigos no debe tener dos mil habitantes; he podido recorrerla en todos sentidos.. ¡Ah, el café!

Jean sorbía ávidamente la bebida.

-Nosotros hemos sobrepasado muchas cosas ancestrales, pero no hemos podido añadir nada a esto -exclamó, acabando su café-. De todo lo que hemos traído, nada me recuerda más tiernamente la tierra.

-¿Crees, en rigor, que podemos prolongar nuestra estancia?-pregunté.

-Desde el punto de vista energético encontraremos aquí todo lo que nos hace falta..., y hasta nos será fácil reaprovisionarnos de oxígeno... Queda el alimento; el de los trípedos no nos conviene.

-Nos hacen falta alimentos nitrogenados, porque los hidrocarburos...

-Nosotros nos encargaremos de ellos.

-Hay alimentos nitrogenados-siguió Jean-, pero contienen sustancias cuya eliminación nos daría trabajo. Por ejemplo, pescado.

El retorno de Jean trajo la alegría a los recuerdos. Los sueños de antaño subían del abismo, del fondo de los espacios inconmensurables, donde flotaba el Planeta natal.

Cada día nos volvíamos hacia él, que pronto se convertiría en una resplandeciente estrella. ¿La volveríamos a ver nosotros, pobres átomos vencedores del éter, humildes navegantes del océano imponderable?

En todo caso, la nostalgia no extinguiría esta pasión nuestra de conocer otros mundos.

"Vendrá un tiempo en que escuadras de "Stellariums" irán de planeta en planeta... Los hombres no son más que animalitos... ¡Pero qué animalitos!".

Cada día, Jean se dirigía a la ciudad de los trípedos y con ellos permanecía durante tres o cuatro horas. Después, participaba con nosotros en las exploraciones. Antoine y yo estábamos impacientes por imitar a Jean, pero convenía esperar a que el código de signos fuese menos primitivo.

Nosotros nos ejercitábamos con Jean, que cada día traía alguna "palabra" nueva. En aquel trabajo de acoplamiento cerebral los trípedos se mostraban superiores a los hombres, dotados de una mayor agilidad abstracta.

A la vuelta de una de sus ausencias, Jean señaló:

-Poseemos ya doscientos términos de lenguaje. Cuando tengamos seiscientos o setecientos podremos expresarnos bastante bien.., no hay sino recordar que los autores clásicos no utilizaban más de doce a quince mil palabras.

A medida que Jean y sus amigos trípedos perfeccionaban su "diccionario", nosotros recibíamos noticias del presente y el pasado de Marte, lo que confirmaba nuestras conclusiones.

El recuerdo de una potencia y un saber superiores persistían entre los subterráneos; antaño los trípedos habían practicado una industria ingeniosa y diversa compuesta por potentes fábricas, innumerables vehículos de transporte terrestres y aéreos; sabían utilizar sutiles energías, ya que, incluso en la actualidad, se comunicaban a distancia y tenían armas irradiantes para el ataque y la defensa.

Supimos también que desde hacía milenios, ninguna guerra había estallado entre los trípedos. La incompatibilidad de razas no se traducía en ningún acto brutal y menos aún, por encuentros homicidas.

-Sin embargo-dijo Jean-, ellos destruyen ciertos animales y yo he creído comprender que a menudo estaban en guerra con el otro Reino... Hasta el presente la explicación me parece confusa. No creo que se trate de los eteraus.

-Seguramente no. Quizá se trate de los zoomorfos, los cuales no cesan de ganar terreno.

-¿Es que los dos reinos no pueden coexistir?

Esta pregunta nos apasionaba y Jean prometió hacer todo lo posible para obtener detalles.

Los trajo tres días más tarde.

-Ya lo he comprendido, muchachos. Dos reinos no pueden vivir sobre el mismo territorio, por lo menos durante algún tiempo. Además de los conflictos con los zoomorfos superiores, conflictos asesinos para los dos reinos, poco a poco el suelo se hace incapaz de producir vegetación..., está como intoxicado. Los animales perecen; la vida se hace insostenible para los trípedos y de ahí que les sea esencial hostilizar a los otros en sus menores incursiones. Refugiados en sus galerías subterráneas, nuestros amigos están al abrigo de sus adversarios. Si hay fisuras, las emanaciones de los zoomorfos son neutralizadas y absorbidas. Los trípedos organizan ataques que, sin matar, hacen difíciles las estancias de los zoomorfos. Por desgracia, la debilidad numérica de los trípedos se acrecienta con el tiempo y fatalmente hay territorios abandonados y mal defendidos.

También supimos por Jean que en aquel momento la lucha era viva en una región meridional, no sabía exactamente a qué distancia de aquí. Los zoomorfos, muy numerosos, ganaban poco a poco terreno. Jean suponía que los trípedos esperaban nuestra intervención.

-Nosotros no podemos hacer casi nada-dijo Antoine.

-Pero si Marte nos proporciona la energía bruta necesaria..., y creo que puede proporcionárnosla sin gran trabajo...

-En todo caso se pueden estudiar los medios.

La primera entrevista fue sorprendente.

Tuvo lugar cerca del "Stellarium", bajo el parasol de un enorme vegetal... Vinieron cinco trípedos, cuyos ojos múltiples nos observaban extrañamente a Antoine y a mí...

Todo en ellos era inaudito y ninguna imagen de la tierra se adaptaba exactamente a su estructura y, sin embargo, mil analogías saltaban a la vista. Desde el primer momento nació entre nosotros una gran simpatia. Las miradas concentraban toda la expresión.

Ninguno de sus seis ojos tenía el mismo matiz y cada uno variaba indefinidamente. Tal diversidad hacía pensar en una vida ágil.

Tanta era su expresividad que, pronto, la mirada viva de Jean me pareció de una insignificancia lastimosa.

En nuestra soledad, los signos que Jean nos había enseñado se habían grabado con fuerza en nuestra memoria y nos servimos de ellos casi familiarmente. Además, la comprensión de nuestros interlocutores era rápida y precisa; su intuición llenaba fácilmente las lagunas.

"Yo sé ya -dijo el que parecía personaje dominante-, que venís del astro vecino... vosotros sois seres superiores y superiores a nuestros antepasados".

Creí notar cierta melancolía en las luces multicolores de sus pupilas.

-"¿Por qué superiores?-dijo Antoine-. Somos, únicamente, diferentes."

-No... no... superiores. Nuestro mundo es más pequeño... nosotros no hemos durado bastante: hace ya tiempo que nuestra fuerza se debilita. Estamos como vencidos y sabemos que vosotros sois vencedores... debéis ser los maestros de los astros.

-Sí, nosotros dominamos a los demás seres vivientes.

-Y nosotros vamos para atrás. No ocupamos más que la décima parte del planeta. Los que nos echan no son mejores que nosotros, pero pueden vivir sin líquidos.

Dudé antes de decir:

-¿Amáis la vida?

Tuve que repetir la pregunta de tres maneras.

-La amamos mucho y no seríamos desgraciados sin los otros. Nuestros padres saben, desde hace tiempo, que nuestra raza debe desaparecer. Eso nos entristece y sólo desearíamos desaparecer sin violencia.

Había conseguido hacerse comprender después de varias tentativas.

-Todos los vivientes tienen su fin del mundo. Por lo que respecta a nosotros, ya que disminuimos de siglo en siglo, todo lo que deseamos es que los otros nos dejen tranquilos. ¿Podríais ayudarnos vosotros?

¡Extraña petición! Yo me iba adaptando ya a aquellas caras planas, a aquella piel tan escasamente comparable a la nuestra y a aquellos extraños remos que reemplazaban a nuestras manos. Sentía que acabaría por parecerme normal todo.

Más que por su estructura, estaba impresionado por la idea de su eterno silencio. No solamente su lenguaje era visual, sino que resultaban incapaces de emitir ningún sonido comparable a los sonidos articulados, incluso por la más oscura de las bestias terrestres.

-¿Es que no oyen nada?-preguntó Antoine.

-He hecho esa pregunta, sin resultado- respondió Jean.

Antoine probó a su vez hacerla, pero no supo hacerse comprender. La noción de la palabra articulada y sin duda toda noción auditiva, les eran extrañas.

-En revancha -dijo Jean-, perciben por el tacto y las vibraciones del suelo, de las cuales nosotros no percibimos nada... De forma que la aproximación de un ser la sienten con precisión que los hombres no podemos alcanzar.

-¿El tacto podría, hasta cierto punto, señalarse las ondas aéreas?

-Sí y no; si esas ondas son muy fuertes las perciben por el estremecimiento del suelo y los objetos.

Mientras sosteníamos aquella charla, habían llegado nuevos trípedos.

-Esta vez hay dos mujeres- dijo Jean.

No tuvo necesidad de designarlas. De estatura un poco mayor que los hombres (si así podía llamárseles) eran todavía más diferentes de nosotros que ellos. No puedo intentar pintar su gracia y seducción. Aunque agotase todas las metáforas de los poetas, aun cuando hiciese hablar a las flores, a los bosques, a las estrellas, a las mañanas de primavera, no expresaría nada.

Ningún recuerdo de belleza humana ni de belleza animal. En vano mi imaginación buscaba las señales de la evocación y los prestigios del recuerdo. Sin embargo, el encanto era seguro. Cada minuto lo confirmaba. ¿Había que admitir que la belleza no era simplemente adaptación de un fragmento de la realidad universal a nuestra realidad humana?

Siempre había imaginado que el rostro humano con el promontorio de la nariz, con los ridículos apéndices de las orejas, con aquella boca en forma de horno, en suma repugnante por su función brutal, no era en sí preferible a la cabeza del jabalí, de la boa y a la boca del sollo, que sacaba toda su seducción de un instinto semejante al que guía a los hipopótamos, a los buitres o a los sapos. La parte de realidad estética me parecía así subordinada a nuestras estructuras.

Las jóvenes marcianas desmentían aquella teoría. La más graciosa mostraba, con evidencia enérgica, la posibilidad de belleza perfectamente perceptible para nosotros y, sin embargo, completamente extraña a nuestra evolución.

La conversación continuaba y tomaba un giro positivo. Los trípedos preguntaban si podríamos ayudarles a combatir la invasión de una parte de su territorio. No luchaban fácilmente más que contra los zoomorfos de pequeña y mediana talla; para los colosos les hacía falta converger las ondas de un gran número de radiantes, pero entonces ellos debían mantenerse a distancia, a menos de sacrificar un número considerable de combatientes.

En total, los trípedos disponían de muy débiles energías.

-¿Vuestros antepasados estaban mejor armados? -pregunté yo.

-Nuestros antepasados sí. Pero en aquel tiempo, los enemigos de nuestro reinado eran de pequeña talla y no ocupaban más que rincones estériles. Nadie adivinó el papel futuro de aquellos seres... Cuando el peligro se hizo evidente, ya era demasiado tarde; no poseíamos más que medios que no eran lo suficientemente poderosos para destruir a los grandes enemigos. Todo nuestro esfuerzo se limita a obstaculizar su avance.

De la respuesta de los trípedos formé mi opinión.

-¿Están organizados vuestros enemigos? -dijo Antoine.

-No, exactamente. No tenemos un entendimiento directo, nada que se parezca a un lenguaje y nosotros ignoramos si conviene hablar de inteligencia. Actúan por un instinto incomprensible para nosotros.Cuando la invasión de un territorio ha comenzado, los enemigos se acumulan, después las organizaciones inferiores crecen... y en cuanto están un poco por todas partes, el suelo queda envenenado y nuestras plantas no pueden vivir.

7.

-Las invasiones, ¿son rápidas?

-Bastante rápidas desde el momento de comenzar. Y más frecuentes de período en período. Hace cientos de siglos la invasión era tan lenta que resultaba casi imperceptible y se limitaba a regiones desiertas, pero ya nuestro poderío comenzaba a decrecer. Ahora perdemos a menudo territorios fértiles y la invasión que está comenzando en el sur nos costará cara si triunfa.

-Tenemos que consultar- respondió Jean.

Mis amigos y yo nos miramos.

-Sabemos que podríamos intervenir- dijo Antoine-, pero al precio de un gasto considerable de energía. Nuestros medios no nos lo permiten. Hay que saber si Marte puede proporcionarnos nuevos recursos..., la radiación solar es aquí muy débil para que nuestros transformadores se puedan cargar. El suplemento de carga tendría que proporcionárnoslo la materia marciana.

-Creo que el planeta podrá proporcionárnosla-afirmó Jean.

-¡Trabajemos!

Los trípedos espiaban ávidamente nuestra misteriosa conversación. Sabían ya que las señales emanaban de nuestra boca y trataban de darse cuenta del movimiento de nuestros labios.

Jean se volvió hacia ellos y "señaló":

-Atacaremos a vuestros enemigos si encontramos la energía necesaria.

Después de algunas repeticiones consiguió hacerse comprender. Ya que los tripedos empleaban en la carga de sus armas una forma de energía (todavía desconocida para nosotros), acabaron por concebir lo que Jean quería decir.

-Nosotros os ayudaremos-hizo saber el trípedo influyente-. Pero, ¿cómo sabremos que vuestra intervención será útil?

-Porque nosotros hemos encontrado ya a vuestros enemigos y los hemos puesto en fuga.

Al comprender nuestras palabras, hubo una viva agitación entre los trípedos. Sus múltiples ojos iluminaban literalmente sus caras.

Más impaciente que ellos, una de las "mujeres", la más graciosa, preguntó:

-¿Habéis visto a los más grandes entre ellos?

-Sí; son tan largos como la distancia que me separa de aquella roca.

La alegría de los trípedos, a pesar de ser tan distinta en sus manifestaciones a nuestras alegrías humanas, era evidente. Los ojos, especialmente, la revelaban con sus variaciones continuas y la emoción de la joven curiosa era singularmente seductora.

Nuestros preparativos duraron más tiempo del que habíamos previsto, pero por fin llegaron a su término. Asegurado nuestro aprovisionamiento de energía y de alimento, estuvimos listos para combatir contra los zoomorfos.

Hacia los dos tercios del verano, el "Stellarium" aterrizó a tres kilómetros de la region invadida. Había una llanura seguida de colinas mediocres, dos lagos y algunos canales que hacían su posesión particularmente valiosa para los trípedos.

A la usanza de nuestros amigos, habíamos construido una docena de potentes radiadores. El "Stellarium" llevaba otros cinco. El territorio no estaba del todo ocupado, pero varios centenares de zoomorfos habían hecho huir a los animales.

La invasión se paraba ante una larga incisión del suelo que antaño había sido el lecho de un río. Los zoomorfos de toda talla no se quedaban allí más que unos días y los que se marchaban eran reemplazados por nuevos recién llegados.

Ningún orden presidía sus movimientos en sus evoluciones, que se hacían caóticas.

-Yo esperaba descubrir una manera de avanzar- dijo Antoine-, al menos, como en una colmena o en un hormiguero. Sin embargo, el instinto de invasión parece muy neto, muy definido, a través del seco lecho del río.

Sabíamos ya por los trípedos que sus evoluciones siempre se producían así. Cada irrupción de los zoomorfos tenía sus límites y nunca una nueva invasión tenía lugar mientras que el terreno invadido no estaba enteramente adaptado a la vida de sus conquistadores. Existía allí un misterio de "unanimidad incoherente", como se produce a veces en el desarrollo de las familias y de los géneros de la fauna terrestre.

-Renunciemos a comprenderlos- dijo Jean.

-¡Y preparémonos a actuar! Esto no no va a ser cómodo. Cuando hayamos cazado una centena de colosos, apenas habremos comenzado. Otros ocuparán su lugar.

-¿Quién sabe? El instinto que les guía para la invasión puede señalarles también un peligro inevitable. Actuemos con método. Barramos, para empezar, lo más económicamente posible, una primera zona.

Advertimos a nuestros aliados y dispusimos nuestros aparatos, de los cuales ellos habían comprendido el manejo. Después Jean nos dijo que con el consentimiento de los trípedos se hacía el jefe de la expedición. Nosotros le llamamos el Jefe Implícito.

-No hagáis nada hasta que os hayamos dado la señal; vamos a limpiar la orilla del "río".

El "Stellarium" se elevó a poca altura. Vimos a los colosos recorrer en todos los sentidos el territorio invadido. A distancia, los zoomorfos semejaban un inquieto enjambre.

La zona situada al nordeste se extendía sobre una longitud de una milla, con una anchura de mil a doce mil metros. Una docena de colosos evolucionaban...

Conociendo por experiencia qué radiaciones eran eficaces, les enviamos un haz que inmovilizó y después puso en fuga a un enorme zoomorfo. Fueron suficientes unos rayos para mantenerlo en buena dirección. En cuanto estuvo lejos de la zona atacamos a un segundo, después a un tercero...

Cinco fueron así sucesivamente cazados y cuando íbamos a emprenderla con el sexto vimos llegar a dos nuevos.

-Precisamente lo que temíamos- dijo Antoine-. ¿Cómo mantener una barrera de radiaciones en una zona tan amplia? ¡Supone un derroche de energía!

8.

-Si hace falta una radiación lo bastante enérgica para hacerlos huir, puede que una corta emisión bastase para mantenerlos a distancia- sugirió Jean.

-Es todo un plan de guerra lo que esbozais...

Justamente un potente zoomorfo se aproximaba a la entrada de la zona. Le enviamos un delgado hilo de radiaciones. Pareció en un principio insensible al ataque y continuó avanzando. Pronto, sin embargo, fue frenando la marcha.

-¡Se para!

Se había detenido, en efecto, y durante largo tiempo estuvo inmóvil. Al fin fue retrocediendo.

-Veo que podemos hacer grandes economías- exclamó alegremente Jean.

De todas formas, para animar a nuestros aliados, consentimos en un gasto de energía bastante considerable, para terminar con el despeje de la zona. Cada vez que un monstruo del exterior intentaba franquear el paso, nosotros lo deteníamos.

Al cabo de tres cuartos de hora, nuestra tarea llegó a su fin: la zona no contenía más que zoomorfos inútiles. Los trípedos podían darles caza por sus propios medios.

Nuestro éxito entusiasmó a los aliados, que desde entonces siguieron nuestros consejos como si fueran órdenes sagradas.

-La experiencia- nos dijo entonces Jean- ha sido decisiva. Con el tiempo economizaremos energía; pero yo veo algo más importante que tal economía; que bastarán acumuladores de débil rendimiento para mantener a los zoomorfos a distancia. Los trípedos aprenderán fácilmente a construir tales aparatos y su energía actual, más la que tienen de reserva, unida a la solar será suficiente para que sus fronteras sean inexpugnables.

Mientras que Antoine vigilaba la zona, fuimos Jean y yo a encontrar a los trípedos; nos acogieron en medio de un frenesí de entusiasmo. Millares de ojos centelleaban dando a los rostros brillo y un colorido fantástico. Las "mujeres", sobre todo, aparecían transportadas. Eran como flores movientes, donde las pupilas lucían como prodigiosas luciérnagas.

La joven graciosa me repetía:

-¿Qué somos nosotros delante de vosotros? ¡Pobres criaturas impotentes! ¡Qué bella debe ser la vida en la Tierra y qué dicha ser vuestra humilde amiga!

-Mi querida amiga, no hay criaturas tan seductores como vosotras en nuestro planeta. ¡Ah! Sin duda ignoráis el encanto de nuestros ríos, la dulzura de nuestras praderas, de nuestras colinas llenas de bosques, la fiebre excitante de nuestros océanos, los crepúsculos que mueren tan dulcemente en el fondo del cielo, el encanto de las flores; pero esta belleza no alcanza a vuestra luminosa perfección...

-Los ríos... aguas que corren... olas que se elevan y caen... tal como las has pintado, eso debe ser divino. Siento en mí renacer recuerdos que no son de mí misma, que vienen del fondo de nuestras edades, del tiempo en que Marte también conocía a las Aguas Vivas.

Conseguimos hacernos entender con los trípedos para el ataque general. Se haría gradualmente, partiendo de un ángulo del territorio invadido, ángulo en el cual se encontraba enclavada la zona reconquistada.

Tal disposición nos había parecido preferible a una acción demasiado extendida desde el comienzo. Ello nos hacía familiarizarnos y familiarizar a los trípedos con el manejo económico de los aparatos, que no dejaban fisuras por donde los zoomorfos hubieran podido infiltrarse de improviso, lo que hubiese puesto en grave peligro a nuestros aliados y a nosotros mismos...

El ataque comenzó hacia los dos tercios del día con un gasto moderado de energía. Al cabo de algunas horas habíamos rechazado a los invasores a una distancia de tres kilómetros.

Quedaba un número considerable de pequeños zoomorfos. El echarlos hubiera supuesto un gasto de tiempo y hubo que renunciar a ello. Llegó la noche. Establecimos en abanico una barrera de rayos, suficiente para mantener a los invasores a distancia.

-Será imposible- hizo notar Jean- mantener una barrera cuando hayamos barrido un territorio cinco o seis veces más extenso. El número de nuestros aparatos es insuficiente.

-Entonces, pensemos en fabricar acumuladores reducidos.

Eso era relativamente fácil, ahora que nosotros habíamos desarrollado nuestra herramienta, tanto más que los aparatos de barrera, además de sus pequeñas dimensiones, no exigían la misma precisión que los demás...

Comunicamos nuestro proyecto al trípedo más influyente, que comprendió su importancia.

Una multitud luminosa se apretaba alrededor de grandes fuegos dispersos por la llanura. El campo de los trípedos nos recordaba el tiempo en que los combatientes vivaqueaban la víspera del combate, de esto hace ya muchos años...

J.H.Rosny Ainé

(Honorato y Justino Boex, llamados J.H.) Biog. Literatos franceses (1856-1940 y 1859-1948, respectivamente), que han firmado en colaboración con el seudónimo de J.H. Rosny. Comenzaron como epígonos de Zola, de quien se separaron con el Manifiesto de los cinco, que ellos mismos escribieron como protesta contra los excesos de la escuela naturalista al ingresar en el grupo acaudillado por los hermanos Goncourt. Toda su obra se caracteriza por su amor a la humanidad y su profundo desinterés. Entre sus numerosas obras figuran La muchacha moderna; La indómita; Clara Tecel; La conquista del fuego; La muerte de la tierra, etc. Nacieron en Bruselas.

(Enciclopedia Sapiens de la Lengua Castellana. Sopena Argentina. Tomo IV. 1969. Decimocuarta edición.)

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