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Los Santos Padres de la Iglesia, su influencia personal y teológica que configuran en gran parte a la Iglesia cristiana de Oriente más conocida como Iglesia Ortodoxa. Artículo de Xrisí Athina Tefarikis: xrisit@namb.zzn.com
Importante resulta dar a conocer, a mi juicio, a los llamados «Santos Padres de la Iglesia» cuya influencia personal y teológica configuran en gran parte a la Iglesia cristiana de Oriente más conocida como Iglesia Ortodoxa. Muchos la denominan erróneamente como Iglesia Griega porque esos fueron sus orígenes ya que nació en el seno del imperio Bizantino. Sin embargo, en la actualidad, la Iglesia Ortodoxa se difunde a través de numerosos pueblos de Occidente, entre ellos en todos las naciones que emergieron después de la disolución de la Unión Soviética, como Rusia, Georgia, Ucrania, por mencionar algunas y en países de la Europa oriental como Bulgaria y Rumania, además de ser rectora del cristianismo en algunos países árabes y en el Oriente en general.
Comencemos entonces por reseñar a los «Santos Padres Griegos» que existieron en los períodos grecorromanos y en la época bizantina. El más antiguo de ellos fue Eusebio, obispo de Cesarea, del siglo III de la Era cristiana, al cual se tuvo como el hombre más sabio de su tiempo y quién fue el primero en escribir « Historias eclesiásticas». Su estilo era de una gran erudición.
San Atanasio, del siglo IV, obispo de Alejandría, sostuvo empeñadas polémicas con los Arrianos y fue perseguido por estos heresiarcas. Se sabe de él que fue un orador bastante notable. Escribió algunas apologías, una «Vida de San Antonio Abad» que nos da una idea perfecta de la vida ascética y cenobítica en el desierto, además de sus célebres «Cartas».
San Basilio, obispo de Capadocia, llamado el Grande, fue contemporáneo de San Atanasio, siendo por su talento, instrucción y virtud, uno de los más preclaros Padres de la Iglesia griega. Su oratoria subyugaba a las masas por la fluidez de su lenguaje y la oportunidad de sus imágenes. Su mejor obra es «La creación en seis días».
San Gregorio, el Nazianceno, nació el año 328 y murió el 389. Fue obispo de Sácimo en la Capadocia, y por algún tiempo de Bizancio. Aunque su vocación lo llamaba desde muy joven al estado eclesiástico, frecuentó las escuelas donde con más fruto se enseñaba la Literatura y la Filosofía, como eran las de Atenas. Allí se hizo amigo de san Basilio, amistad que les ligó toda la vida y los emuló al estudio y a la práctica de la virtud.
San Gregorio, además de ser un teólogo profundo, fue un gran orador, llegando algunos a considerarlo como el primero de su tiempo, y poseyó, como pocos, su lengua, por estudiarla a través de los mejores modelos que encontró. Esto, no obstante, no pudo librarse del mal gusto retórico que reinaba entonces, y por eso le censuraron tantas antítesis, paréntesis y alusiones que quitan claridad a los asuntos. Sus escritos principales son: panegíricos, discursos, cartas y poesías. Como fondo aprovechó las teorías sobre la divinidad, sobre el amor y sobre la filantropía de la Escuela Neoplatónica.
San Juan Crisóstomo, arzobispo de Bizancio, el orador más elocuente de todos los Padres de la Iglesia, nació en el año 344 y murió en el 407. En su largo apostolado, y no obstante haber reprendido con dureza los vicios del pueblo y de la corte, gozó de gran respeto entre sus contemporáneos y gobernaba a su antojo, y en la corte, aunque no se lo miraba con buenos ojos, no se atrevían a atacarlo directamente.
Pero, finalmente, creció de tal forma la enemistad en su contra, sobre todo por parte de la emperatriz Eudoxia, a la cual se refirió en un sermón por su desmedida vanidad, que fue arrancado de su diócesis con violencia y murió en el destierro. Sus obras principales son: «Comparación de un rey y un monje»,«Libro de la Virginidad» «Tratado de la Providencia», entre otras.
Teodoreto, que murió a fines del siglo V se encontró de lleno con la herejía de los nestorianos, y aun se dice que fue amigo de Nestorio, pero que le abandonó al reconocer su error y lo condenó como a los demás heterodoxos. Nestorio, dicho sea de paso, fue un heresiarca, nacido en Siria, a fines del siglo IV, patriarca de Constantinopla en el 428, depuesto por el Concilio de Efeso en el 431 y muerto en el desierto de Libia. Su doctrina, como la mencionábamos antes, el nestorianismo, distinguía dos personas en Jesucristo. Teodoreto adquirió posteriormente gran reputación de orador sagrado y consiguió grandes triunfos gracias a su facilidad de palabra, pues teniendo a su cargo una diócesis donde abundaban los herejes y cristianos tibios, convirtió a varios y avivó el celo de los demás. Se conservan de Teodoreto diez discursos «Sobre la Providencia», «Comentario a la Escritura», una «Historia Eclesiástica» y doce discursos en contra del romano Juliano el Apóstata, nombre con el que designaron al ilustre Emperador Filósofo los padres de la Iglesia griega y que la historia le ha conservado a través del tiempo.
San Cirilo, llamado el Alejandrino por haber sido patriarca de Alejandría, fue uno de los primeros que impugnó las teorías heréticas de Nestorio. Con poderes del pontífice San Celestino celebró el Concilio de Efeso, donde fue condenado el heresiarca. Sus principales escritos se fundan en la refutación de Nestorio. Se nota en ellos, a la par que una inmensa fe, difusión, obscuridad y bastante incorrecciones.
Otro de los más acérrimos enemigos de Nestorio fue San Proclo, el cual lo combatió personalmente desde el púlpito, pues siendo Nestorio patriarca de Constantinopla, echó a volar sus teorías en plena iglesia y San Proclo se opuso. Utilizaba una dicción pura, pero no poseía nervio para la oratoria.
Con San Juan Damasceno se cierra el ciclo de los Padres de la Iglesia Griega del período bizantino, dignos de ser mencionados. El fue autor de una obra intitulada «De la fe ortodoxa», que compuso para metodizar la ciencia eclesiástica, aplicando a ella la forma silogística de Aristóteles. Como orador ha quedado de él algunos discursos sobre la «Santísima Virgen», uno sobre la «Transfiguración» y un panegírico sobre San Juan Crisóstomo. Como poeta dejó toda la parte lírica de la mayor parte del oficio divino de la Iglesia griega.
En el período grecorromano y fuera de Bizancio, encontramos tres escritores eclesiásticos: San Justino, Orígenes y Flavio Clemente.
San Justino nació en Siquea el año 103. Desde su infancia tuvo gran afición por los estudios filosóficos, para lo cual recorrió sucesivamente las cátedras de un filósofo estoico, de un peripatético(aristotélico) y de un platónico. Habiendo leído las Sagradas Escrituras, se apasionó por la religión de Cristo, incipiente en aquella época_ y se convirtió a ella, pero sin dejar por ello la práctica de las teorías filosóficas, por lo cual le fue posible enseñar la filosofía cristiana, como se hacía, como las demás. Según cuenta Orosio, historiador del siglo V, presentó al emperador Antonino Pío una apología del Cristianismo, escrita por él, con tanta abundancia de razones favorables a la nueva idea, que aquel César ordenó que se cesase la persecución anti-cristiana. Esto no obstante, en bastantes provincias continuó el ensañamiento contra los cristianos, debido al fanatismo de sus habitantes y a la crueldad personal de los gobernadores. También presentó otra apología al emperador Marco Aurelio. Estas dos apologías han llegado hasta nosotros, como asimismo una parte de su tratado «De la Monarquía o de la unidad de Dios», dos «discursos a los gentiles» y un «diálogo». El estilo de San Justino es bastante desligado y a veces hace disgresiones a veces no muy oportunas.
Flavio Clemente nació en el año 216 A.C. y aun cuando se le suele llamar Alejandrino, no se sabe con certeza si nació en Alejandría pero si es efectivo que residió en ella la mayor parte de su vida. Catequizado por San Panteno, abandonó el paganismo y se convirtió a la fe cristiana, en la cual hizo tan prodigiosos progresos que a la muerte de San Panteno quedó como sucesor suyo en Alejandría dirigiendo la escuela catequística. Flavio Clemente escribió obras muy apreciables, como el «Pedagogo», en el cual figura tomar a su cargo un niño al cual instruye para el camino al cielo, y le hace pasar del estado de infante al de hombre perfecto; sus «Estromatas», pensamientos religiosos sin orden ni método; y la «Hipotiposis», de la cual únicamente restan unos pocos fragmentos.
El estilo de este autor es más ático que el de San Justino y apropiado a cada género de asunto. La Iglesia lo santificó y es conocido con el nombre de San Clemente de Aejandría. En el fondo se trata de un filósofo de un inmenso corazón. El, más que nadie, introdujo los principios de la Escuela Neoplatónica en el Cristianismo, amoldándolos a los nuevos dogmas. Era tan humano y caritativo, que concebía a Dios como Amor y Sabiduría, creyendo que todos al final de los tiempos se salvarían, no pudiendo ser las penas eternas, dado que existe un Dios infinitamente misericordioso. Hasta el Diablo se convertiría el último, y sería perdonado de su rebelión celeste.
Orígenes es el más famoso de los tres. Nació en Alejandría en el año 185 A.C., y siendo muy joven, tomando al pie de la letra lo que se dice de los que se hacen eunucos para alcanzar el reino de los cielos, expresado en sentido figurado en el Evangelio, se castró. Este hecho estuvo oculto durante muchos años, pero habiéndose ordenado a los cuarenta y cinco, en Palestina, Demetrio, obispo de dicha comarca, que había tenido conocimiento de ello, disgustado de que hubiese hablado de religión siendo aún seglar, envidioso al fin, y pretextando haber encontrado algunos errores en sus obras, le delató ante un Concilio, le excomulgó y le hizo expulsar de Alejandría. En esta ciudad había desempeñado el cargo de catequista, con tanto éxito que sus discípulos se contaban por centenares. Orígenes está reputado como uno de los talentos más extraordinarios de la antigüedad. De Orígenes nos quedan fragmentos de homilías, apologías y comentarios, es decir, quizás sólo una centésima parte de lo que escribiera.
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