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Juliano el Apóstata, gran defensor de la cosmogonía griega

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Artículo de Xrisí Tefarikis

Juliano el Apostata

Los dioses de la mitología griega tenían carácter antropomórfico y su cosmogonia era por cierto, plural. Probablemente influidos por civilizaciones más antiguas que provenían de Oriente y Asia los helenos conformaron una religión muy humana, tan humana que los propios dioses rectores de ésta tenían las mismas virtudes y los mismos defectos de las personas que poblaban la tierra. Los dioses eran, de acuerdo a su rango en la jerarquía celeste griega, poderosos, sabios, pero falibles. Eran deidades que poseían las mismas pasiones de los terrestres, como por ejemplo, eran infieles en sus relaciones amorosas, eran arbitrarios cuando impartían justicia, eran soberbios en ocasiones, en fin, poseían los vicios y virtudes característicos de los seres humanos. Entonces uno se pregunta ¿ en qué residía entonces el carácter divino? Este era ejercido por una multitud de dioses que se encargaban de aminorar los efectos de los que caían en pasiones ciegas. Mientras uno erraba, el otro enmendaba. Tal como ocurre en la sociedad humana."Lo que es arriba, es abajo" señalaba la máxima de Hermes Trimegisto, el nombre que le daban los griegos al dios egipcio, Tot.

Esa es la razón que explica la trascendencia de la mitología y de la cosmogonía griega hasta la fecha. Hay individuos de todos los tiempos históricos posteriores a los antiguos helenos que se adhirieron a su religión y entre ellos hay distinguidos intelectuales del mundo contemporáneo.

Sin embargo, nadie tuvo la convicción y el coraje del emperador romano Juliano, más conocido como el Apóstata, quién incluso trató de revocar el cristianismo que ya era religión oficial del imperio, para volver a la cosmogonía griega de antaño.

Juliano el ApostataJuliano el Apóstata

Juliano nació en el 331 de la era cristiana y tal como correspondía a la Roma conversa después de Constantino fue bautizado y criado en la nueva religión monoteísta. Sin embargo, este monarca culto y civilizado penetra las profundidades de la doctrina político religiosa del Neoplatonismo para restaurar el paganismo moribundo que existía en la época y ponerle atajo a la invasión avasalladora del cristianismo. ¡Extraña figura la de ese Emperador Filósofo! Sus admiradores señalan que nació seis o siete siglos demasiado tarde o dieciséis demasiado antes y se encontraba fuera de tiempo en aquella época de universal decaimiento. Era en ella como un extranjero, una nota discordante, uno que se empeña en marchar contra la corriente y en luchar en vano, y no obstante su fondo era bueno, su impulso era humano, su empresa altamente vital y fortificante. Juliano, nacido en una familia, como la del emperador Constantino, rodeada de crímenes, viéndose bajo el poder de un tío asesino, subió al poder por la violenta muerte de su padre y de los suyos. Después de visitar las tumbas de los mártires en Nicomedia, y de leer los Evangelios al pueblo en la Basílica de Cesarea se introdujo en los estudios que impartía la Academia de Atenas y su influencia fue determinante en este hombre espiritual y ecléctico. Cuando medita el fin de aquel cristianismo que le toco soportar como una carga y que veía con horror(profesado por el criminal fratricida Constancio y sus cortesanos) decide enmendar rumbos y retornar al paganismo griego.

Soñando con exaltar su querido helenismo con esplendor inaudito, filósofo y espíritu fuerte, la retórica de un Libanius le pareció hueca; los sortilegios de Máximo no sorprendían su razón, la palabra del Galileo no le satisfacía; su moral de renunciamiento lo desconcertaba."Esta religión fúnebre que ha inventado hasta el cantar triste" exclama en su "Misapagon". Tanta austeridad repugna a su espíritu expansivo; su imaginación huye de "este hielo que invade al mundo". "Un himno, exclama, un himno para glorificar la Vida, la luz y el bienestar sobre la Tierra." Y un duelo a muerte se entabla entre las doctrinas de los Galileos y el paganismo restaurado, transformado por el misticismo de los neoplatónicos, y la retórica sabia de los dialectos helenizantes. ¡Sí! , fue el duelo entre la última emanación de la Belleza antigua y la evangélica propagación de la nueva moral del renunciamiento.

De la última desertó para abrazar con ardor la primera el joven filósofo coronado, para llevar a la vez una vida de acción y de pensamiento. Más ni los doctores de la Iglesia griega( ni los de la Iglesia latina) se detuvieron a observar su marcha rápida y extensiva sobre el espíritu humano. En vano el Augusto filósofo fundó escuelas, abrió bibliotecas, se rodeó de sabios. La pira delante de los altares de los dioses no se encendió. Las escuelas se quedaron desiertas, las bibliotecas fueron incendiadas, los sabios se convirtieron al cristianismo, se apagaban las aras, y los templos de los inmortales bellos se le venían abajo, rodando las estatuas de éstos entre los escombros. Solo el Galileo triste (Este era el nombre con que acostumbraba a llamar Jesucristo el Emperador Juliano) se mantenía en pie y avanzaba.


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