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Hipotética entrevista a la poetisa griega Safo, del libro del escritor Federico Carlos Sainz de Robles. Por Xrisí Tefarikis xrisit@namb.zzn.com
Safo es la primera artista femenina de las letras del mundo occidental. Alrededor de su persona y de su obra se han tejido innumerables leyendas pero existen algunos escritos helenos contemporáneos de la poetisa y la mayoría, posteriores a su existencia, que nos dejan algunos testimonios de la vida y obra de ella. Safo vivió en el siglo VI antes de Cristo. Es decir, es anterior, al denominado siglo V, Siglo de Oro, Siglo de Pericles , período cumbre de las artes griegas en la Antigüedad. Se supone que la poetisa aún vivía en el año 568. Nació en Mitilene, isla de Lesbos. De familia noble y de gran belleza física. Según Heródoto, su padre se llamó Escamandrónimo, y su madre Cleis.
Está suficientemente probado que no fue una cortesana. Pero si bien Alceo le dedicó unos versos en que ensalzaba su castidad y su nobleza de alma, ha pasado a ser símbolo, no sabemos con qué fundamento, del amor homosexual femenino que se supone Safo sintió por sus discípulas.
Platón la llamó la décima musa; Plutarco, la "bella" Safo. Se le atribuye la invención la invención del metro sáfico, adoptado por Cátulo y Horacio. Escribió en dialecto eolio.
A continuación, leamos la entrevista imaginaria que le hiciera el escritor español, Federico Carlos Sainz de Robles.
"En cuadros, medallas y esculturas de todas las épocas se representa a Safo como una matrona rubia y pingüe, con algo de Juno, madre de dioses, y mucho de Venus Calipiga, manantial de vida. ¿Por qué la imaginación de los artistas se ha dejado seducir por semejante idea, tan bella como falsa? Si, canónicas de líneas helénicas, gozosas de estampa, claras de piel, eurítmicas a la impresión, fueron las más de aquellas mujeres que se eternizaron en una Grecia cuajada de Ilíadas y de cantos pindáricos: la curiosa Casandra, hija de Príamo y de Hécuba, que vaticinó, peripatética, la ruina de Troya; la impía Clitemnestra, madre de Orestes, burladora de su esposo Agamenón; la honesta y soberbia Electra; acusadora de su madre, desdeñadora de los dioses y de los hombres; la belicosa Hipólita, reina de las Amazonas, cuyas cabalgadas dieron el ritmo largo al poema y al pentagrama; la deslumbradora Helena, fuente de los deseos viriles y provocadora constante de sucesos funestos...Si, mujeres cereales, eugénicas, norma de la forma, cuyo canon fue Deméter, madre inagotable de las flores y de los frutos.
Pero Safo no fue así, sino bien distinta. Safo fue anti-helénica. Los escritos de sus contemporáneos lo confirman. No tuvo fama de bella, por ser pequeña y frágil y porque sus ojos, sus cabellos y su piel "eran de un tinte más moreno de lo que a los griegos agradaba". ¡Cuánto, sin embargo, y con qué ardor y enamoramiento la alabaron sus compatriotas! Sus palabras, según Plutarco," venían mezcladas con llamas". Safo era una mujer maravillosa, ponderaba Estrabón, "pues, hasta donde llegan mis noticias, no sé de ninguna mujer capaz de rivalizar con ella, ni de lejos, en materia de poesía". Platón la llamó "Safo, la seductora" y la "décima Musa".
Máximo de Tiro alabó su fragilidad y su color precioso de tanagra. Alceo la ensalzó" pura y turbadora". Y estuvo tan enamorada de ella que, asombrosamente tímido, en un inmortal poema le declaró su pasión:
"¡Oh, Safo, cuyas sienes ciñen las violetas, la pura, la de la sonrisa dorada: anhelo confesarte algo, pero la vergüenza me lo impide..."
Pero yo no necesito que antiguos poetas me instruyan acerca de lo que estoy viendo a pocos pasos de mí: la misma Safo, llena de juventud, cubierta por una túnica leve en tonos púrpura y azafrán y coronada de flores, sentada sobre una roca y trazando en la finísima arena. Con una ramilla de mirto, signos para mí misteriosos. De vez en vez, Safo levanta su cabeza, me mira y sonríe. Detrás de ella, abajo, está el mar Egeo, dorado como la cabellera de Palas Atenea y sonoro como las trompas de los fugitivos hijos de Eolo y con los cantos de las costeras sirenas que embaucaron a los compañeros del sagaz Ulises. Y sobre ella, nimbando de reflejos y de gamas su rostro, el sol. Sí, ésta es Safo, la calumniada por los tiempos, ungida por el encanto de lo delicado, de lo exquisito, y por una lúcida inteligencia en la que la cultura no pudo disimular la ternura de su alma. Sí, ésta es Safo, hija de Escamandrónimo y de Cleis, hermana de Larixós y de Craxo; nacida en Ereso de Lesbos hacia el año 614 antes de Cristo; desterrada con su familia, cuando aún no había cumplido los veinte años, por Pítaco, a la ciudad de Pirra; amada por Alceo, dueño de los arcaicos; nuevamente desterrada a Sicilia en el 591, casada con un rico comerciante de Andros, que la dejó rica y bien pronto, y madre de una deliciosa criatura, a la que cantó con emoción entrañable:
"Tengo una hijita pequeña que es como una flor de oro, mi amada Cleis, a la que no cambiaría ni por la hermosura de Lesbos ni por toda la Lidia...!
Sí, ésta es Safo, imán de pasiones, autora de más de doce mil versos, a muchos de los cuales ella misma puso música para cantarlos al son de la lira; Safo, cuyos poemas fueron quemados públicamente en Constantinopla y Roma en el año 1073 de nuestra era, y de la cual varios fragmentos líricos fueron descubiertos-1897-por Granfell y Hunt en Oxirrinco, en el Fayum, en unos ataúdes de cartón piedra, en cuya hechura se habían utilizado páginas de viejísimos códices;
la que cantó el gozo de la soledad última...
"¡Cómo brilla roja y dorada la dulcísima manzana en la punta de la rama, de la rama más alta! ¿La han olvidado los vareadores? No la han olvidado...Quisieron alcanzarla inútilmente... Y ahora aparece, mucho más hermosa y apetecible, sola..."
-¿Qué impresión te causo?
- Tu presencia me turba, Safo. Eres a la vez cándida y deslumbrante.
- No me llames Safo; llámame Psapfa, como me llamé y como me llamaron siendo niña, cuando aún ofrecía todas las primaveras y corderillos a la casta Artemisa. El nombre de Safo evoca luctuosas memorias. A Safo se refirió Suidas calificándola de cortesana; y Menandro y Estrabón recogieron su triste y liviana historia; y el suave y galante Ovidio volvió a relatarla con amorosos detalles. Llámame Psapfa.
-¿Es que nada es verdad de cuanto de ti han dicho los siglos?
-Casi nada es cierto. En mis tiempos hubo una cortesana llamada Safo; sus aventuras y desventuras a mí se han atribuido. Una sugestiva leyenda ha enraizado entre lo real y lo ficticio. Fui una hetaira, palabra que significa "compañera" cuando aún este vocablo no había adquirido el sentido degradante que hoy para vosotros tiene. Fundé en Mitilene una escuela para muchachas, a quienes instruía en poesía, música y danza; la primera escuela de educación social para mujeres que ha existido en la historia, el precedente primero de eso tan bello que ahora denomináis "ballet". Y mis alumnas, hijas de las más ricas y nobles familias, y yo éramos "hetairai", esto es, compañeras.
-¿Es falso, pues, cuanto se sigue propalando de tu liviandad?
-Ya ves que no me irrita tu pregunta. ¿Crees que si hubiera sido liviana hubiese podido contestar como contesté las solicitaciones turbias del inmortal Alceo?
"Si tus deseos son limpios y nobles, si tu lengua, no intenta decirme torpes palabras, no debe la vergüenza hacerte bajar los párpados, antes bien, debes confesarme tus nobles y limpios deseos."
-Si hubiera sido liviana, crees que hubiese podido cantar mi profundo dolor, mi indignación incontenible, cuando mi querido hermano Caraxo, en Egipto, se enamoró de la cortesana Dorica, famosa por sus escándalos, y cometió la indignidad de casarse con ella? ¿Si hubiera sido liviana, piensas que cuando en los últimos años de mi vida me pidió por esposa un rico y poderoso arconte, le hubiese contestado con serena y honesta negativa:
"Si mi pecho fuera aún capaz de amamantar a mis hijitos, si mis entrañas fueran aún fecundas, iría hasta tu tálamo sin que me temblaran las piernas. Pero ya el tiempo ha puesto arrugas en mi piel y nieve en mis cabellos, y el amor ya no corre hacia mí con sus gozosos y dolorosos presentes".
-También se cuenta de ti que te arrojaste al mar desde una roca en la isla Leucade, porque el marinero Faón, hermoso y arisco, desdeñó tus amores...
-¡Extraña acusación! Cuando yo viví, Faón era ya un mito. Todos los habitantes de Lesbos sabíamos la leyenda: a Faón, Afrodita le dio una copa de perfume que le sirvió para transformarse en el más seductor de los hombres. Pero Heródoto, Suidas, Menandro, Estobeo ,Estrabón y Ovidio ya dudaban de la existencia mortal de Faón. ¿Porqué me atribuyeron una pasión tan insensata por él? ¿Es que la historia, cuando desea poetizarse ha de convertirse en leyenda? Cuando yo encaledecí mis sáficos así:
"Tu amor ha conmovido mi alma como un fuerte viento que se encrespara sobre los olmos..."
puedo jurarte que era el amor más puro y desinteresado que lleva a la mujer al hombre y a la mujer hacia otra mujer en la que mira a la hija, a la hermana menor...
-Acaso tus apasionados poemas a la joven Atis hayan motivado la alusión a tus depravados amores-
-¡Acaso! Pero ahora yo no podría engañarte. Murió mi hijita Cleis. Y Atis, discípula mía, era graciosa, dorada y leve como Cleis. Puse en ella la pasión inmensa , pero castísima, de la madre por su hija única.
-¿Porqué, entonces, los padres de Atis la sacaron de tu escuela?
-¿Es que en estos tiempos la maledicencia no va más allá de la verdad? Atis salió de mi escuela para contraer matrimonio. Y yo la despedí con un poema cuajado en la más limpia sinceridad:
"Marcha alegre. O, Atis, niña mía; pero no me olvides, pues bien sabes cuánto te amé...Y si tu matas el recuerdo, yo recordaré lo que tu olvidas...;cuando apenas llenaban los bosques las infinitas músicas de la primavera...salimos juntas a pasear..."
-Bien sabes que el poeta jamás deja de ser leal con sus sentimientos más íntimos. Cuando ha de llevarlos a la confesión perdurable! Puede mentir el trágico, y el malévolo Aristófanes en "Las Nubes", cuando ha de juzgar a Sócrates, y hasta el historiador Hesíodo al relatar las genealogías del Olimpo.... pero jamás mentirá el poeta! Al dejarme Atis perdí a la segunda de mis hijas .El mucho hablar de amor y amores, como yo canté, abandona al poeta en el peligro de que sus emociones sean interpretadas torcidamente por la malicia.
-¿Y no te quitaste la vida por algún desengaño?
-Amé demasiado mi vida y mi poesía para renunciar a ellas voluntariamente. Por desdicha, perdí la juventud, la belleza, la inspiración. Pero no me avergoncé de proclamarlo con la más infinita melancolía:
"Deshonráis, ¡Oh, hijos míos!, los más preciados dones de las Musas cuando decir: Nosotras te coronaremos, amada Safo, como la mejor pulsadora de la dulce y clara lira.-No sabéis que mi piel ha sido ajada por los años, ni que mi negro cabello ya se ha tornado blanco? Fatalmente, igual que la noche estrellada, sigue al crepúsculo de brazos de rosa y lleva las sombras a todos los confines de la tierra, así la muerte persigue a todos los mortales y, al fin, les arrebata."
-Pienso, Psapfa, que acaso fueron los muchos hombres que te amaron sin conseguirte quienes se vengaron de ti propalando ya tu muerte violenta, por el desamor de un hombre desdeñoso, ya tu amorosa perversidad reñida con la Naturaleza.
-¡Posiblemente! Pero ni la leyenda ni la verdad pueden nada en contra la inmortalidad de mis actos y de mis poemas. Estos y aquellos fueron la compensación de mis dolores y desengaños. Las familias más aristocráticas de Lesbos se disputaron la honra de confiarme la educación de sus hijas. Cientos y cientos de muchachas bellas, graciosas y leves, fueron hechura de mi sensibilidad y de mi espíritu. Y fiel a las apremiantes exigencias del pueblo griego por la exaltación de la belleza del cuerpo, yo logré que mis alumnas bailasen y cantasen y recitasen con una delicadeza, un ritmo y un acento, que, segura estoy, extasiaban al mismísimo Orfeo, hijo de Apolo y Calíope, inventor de la cítara y de la lira, cuyos sonidos fueron capaces de amansar al torvo Cerbero. Y mis poemas...Pero, dime tú, ¿Qué sabéis de mis poemas y en qué aprecio los tenéis?
-En el mismo aprecio que se atribuye por Estobeo a Solón. Cuando Execéstides, sobrino de éste, entonó en su presencia una canción tuya, tanto le agradó al sabio que rogó al muchacho la repitiese hasta aprendérsela de memoria."¿Para qué la quieres aprender"? preguntó Execéstides. Y respondió Solón: "Quiero aprenderla y morir". Hoy poseemos de tu obra excelsa dos odas completas, tres epigramas y unos ciento cincuenta fragmentos, de una perfección de fondo y de forma insuperables. Tan escasos restos nos bastan para conocer tu delicadísima sensibilidad, tu visión sencilla y emotiva de la Naturaleza, tu fluida y felicísima expresión, el encanto invencible que inmortalizó tu personalidad. Y nos parece justo el epigrama que te dedicó platón:
" Dicen algunos que son nueve las Musas.
¡ Cuánto se engañan!
Pues he aquí la décima Musa: Safo de Lesbos"
Cuando callé, me miró Safo con una sonrisa en seguida hecha añicos...
Si, perpetuamente inmortal, perpetuamente incomprendida, perpetuamente sola...
" Se ha puesto la Luna con las Pléyades,
la noche va vencida, las horas pasan
y me quedo sola..."
Y yo pensaba: mientras Nabucodonosor y Ciro, sus contemporáneos, deshonraban a sangre y fuego el destino humano; mientras sus contemporáneos Jeremías y Ezequiel, preparando el reino de Dios, fulminaban ardientemente..., esta deliciosa mujer que tenía delante, gozosamente acariciaba con la más suave mano que tiene la poesía...
Había quedado Safo ensimismada y con esa belleza física que recobra para las mujeres geniales la inmortalidad. Admirábala yo apasionadamente. Abajo, muy cerca de nosotros, en el Egeo movido de capas de púrpura y oro, transido por una maravillosa resonancia de caracolas, se mecían en línea, unas naves minúsculas...
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